

Capítulo 12
El epitafio de Seikilos
Las puertas automáticas del Libertador Hotel se abrieron para que Dion Belfeld ingresara. Se sacó el sombrero, saludó muy atentamente al recepcionista y fue hacia los ascensores. Presionó la tecla para subir y aguardó a que llegara el ascensor que lo llevaría al piso 4. Buscó en sus bolsillos la llave magnética. Detrás suyo oyó un ruido de copas. El barman estaba preparando un trago en la barra. Vio la hora en su reloj: la 1 de la madrugada. Vaya, es temprano para dormir, y no tengo sueño. Una copa me necesita como yo necesito de ella, pensó como excusa. Dio media vuelta y se dirigió a la barra.
—Buenas noches, caballero. Me has tentado con el ron. ¿Me preparas un cuba libre por favor?
Con el vaso en mano, se dirigió hacia un sillón. Dejó el sombrero sobre una mesa, se acomodó y saboreó la dulce bebida. Poca gente caminaba por las calles céntricas de la capital argentina. Casi nadie. Pocos autos también, a pesar de ser viernes. Por más que pasara un desfile de carnaval, Dion no le hubiera prestado atención. Sus pensamientos repasaban el viaje hacia Argentina, y todo el largo día. Un día tan largo como intenso. El encuentro con ese periodista, la balacera que su cuerpo recibiera poco menos de cuatro horas antes, la cena con Iván y Melina. Un poco de blues también.
“Melina, extraña mujer. Se me hace que la conozco. Hay algo en ella que no puedo enfocar”. Volvió a tomar otro trago. “Pérasan tósa chrónia... tósa...”. No se dio cuenta, pero su último pensamiento lo había hecho en griego, su lengua natal. Tantos años han pasado… tantos… volvió a repetir en el idioma de sus padres.
El sonido de un piano llegó a su mente. Era como si estuviese viviendo en una película y el soundtrack llegara suave a su mente. Cerró los ojos, y se concentró en esa melodía. Le era familiar. Claro que lo era. Ese compás tan claro, tan suave. El canto que escuchara en las islas del Mar Egeo. Era la melodía del Epitafio de Seikilos.
Abrió los ojos.
La música persistía, suave, clara, diáfana. Llegaba del piano de pared que estaba en el lobby. Dion se incorporó. Vio entonces que alguien tocaba esa pieza milenaria en el piano. Era una mujer. Entonces se acercó.
Se detuvo a su lado. La pianista giró su cabeza y lo vio. Era Melina.
—¿Cómo…? —Dion no podía creer lo que veía. Ella sacó las manos del teclado.
—Hola Kassos. Tanto tiempo sin verte, hermano.
Él perdió el control. Su cuerpo milenario comenzó a temblar. Ella se puso de pié y lo sostuvo para que no cayera.
— ¿Me recuerdas, hermano? ¿Recuerdas la isla de Kythnos?
—No puede ser… tu eres… eres… Selena.
—Sí Kassos, soy yo.
Los dos se miraron profundamente. En un momento, los dos hicieron las mismas preguntas al mismo tiempo:
— ¿¡Quién sos!? ¿¡Qué sos!?