
Capítulo 1
El banco enfrente del mar
El día no pintaba muy bueno. Mañana muy fría, nubes cargadísimas de agua, una lluvia segura y un viento molesto hasta para caminar. No invitaba ni para salir a la vereda.
“....mierda !, no voy a perder ni un día, así que voy a salir a correr aunque las olas me lleven puesto!!!” pensó Iván mientras miraba el mar desde la ventana del hotel. Había llegado a Miramar por la tarde del día anterior y quería aprovechar cada minuto en la costa atlántica durante ese fin de semana. Ni el viento helado, ni la lluvia, mucho menos el frío le harían cambiar el plan que tenía programado hace mucho tiempo. Salir del hotel, correr a lo largo de toda la costanera, pasar por el muelle y seguir hasta el vivero. Luego internarse en los cien senderos entre los médanos hasta llegar al bosque energético.
Guantes, doble remera, campera, calzas hasta los tobillos y cubriendo su garganta el infaltable cuello térmico. Amaba correr en esos días fríos de otoño casi llegando al invierno. También amaba correr al lado del mar, disfrutando el hard rock en sus auriculares. Correr imaginando ser gaviota en vuelo rasante mirando el mar desde las alturas de la costanera. Le hacía bien todo eso. Sentir el mar salpicándole la cara cuando una ola chocaba contra el paredón. Iván era feliz. Por eso escapaba a ese lugar -aunque sea solo un fin de semana- para huir un poco de la contaminación de Buenos Aires.
Miramar es ciudad turística, pero tiene mucha vida propia en temporada baja. Es verdad, muchos negocios están cerrados, pero no todos en la calle 21 tapan sus vitrinas ni cierran sus puertas. En junio siempre hay gente que se acerca al mar para caminar, para correr, para aislarse en el campo de golf. Hasta los surfistas se animan a desafiar las olas.
Correr por el solo placer de correr. Sin reloj, sin controlar promedios, Iván corría libre de marcas. Después de pasar la zona de balnearios del centro, el camino lo llevaba hacia el espigón. A quinientos metros divisaba al Cristo en la cruz, en la entrada del vivero.
Al llegar al espigón la vio.
La mujer estaba sentada en el centro del banco, mirando el horizonte, el infinito. No se movía, estaba quieta, como rígida. Sólo sus largos cabellos blancos ondulaban como las olas. Su mirada fija, mirando la nada, lejos. Iván aminoró la velocidad al pasar delante de ella para observarla atentamente. La mujer ni pestañeó, ni siquiera movió un dedo. Iván siguió de largo y se sintió aliviado por no entorpecerla en su meditación. Se hubiera sentido culpable -si por su curiosidad-, ella hubiera salido de ese trance. Pero Iván no podía dejar de ser curioso. Era periodista.
Al entrar en el predio del Vivero Dunícula, pasó junto al Cristo y lo saludó moviendo su mano, como quien saluda a un amigo que pasa por la vereda de enfrente. No era creyente. A decir verdad, Iván no sabía si había un Dios, pero no se definía ateo. Para Iván, negar la existencia de Dios requiere de una soberbia inconmensurable. A pesar de tener una sólida formación cultural y conocimiento en muchas ciencias, él jamás podría concluir en la negación de Dios. Por eso se definía como agnóstico.
Correr por los senderos entre las dunas lo divertía como si fuera un niño jugando a los exploradores. Nunca repetía el mismo circuito. Tampoco temía perderse en los intrincados laberintos que surcan las quinientas hectáreas de ese bosque.
Volvió por la costa. El viento era más fuerte, y comenzaba a llover. Era cerca del mediodía, no había gente caminando. Solo los pescadores en el espigón tirando sus redes y líneas a un mar revuelto. Y ella seguía allí, exactamente en la misma posición, erguida, su espalda recta, bien apoyada, mirando más allá. Iván, ya cansado y terminando su vuelta de hora y media, volvió a pasar delante de la mujer para observar su mirada. Sus ojos estaban bien abiertos, pero ni se movieron cuando pasó Iván.
El día siguiente resultó el día perfecto para no quedarse adentro. Un domingo para salir. Ya no había viento. La temperatura aumentó y eso permitió a Iván vestirse con remera y sudadera para su corrida de esa mañana. Salió del hotel frente al mar, respiró hondo y cruzó la calle. Unos movimientos para entrar en calor y comenzó a correr directamente hacia el vivero.
Por alguna razón corría a mucha velocidad, quizás ayudado por el viento en su espalda. Pasó por el espigón mirando todo el azul del mar. De pronto detuvo su marcha. Dio media vuelta. Le pareció que ella estaba ahí, sentada en el banco. Había pasado tan rápido, tan absorto en el azul y en la música que escuchaba que no se percató de que estaba ahí. La vio de lejos sentada en aquel banco, en la misma posición que el día anterior. Su cabeza se inundó de preguntas, de querer conocerla, de saber qué hacía ahí, si meditaba o qué. No quiso molestarla. Se acomodó y continuó su marcha hacia el vivero. Iván tenía esa mañana un destino a donde llegar.
Cuentan historias muy raras sobre el bosque energético. Que las pilas dejan de funcionar, que hay duendes que caminan entre el follaje, que aparecen extrañas luces y figuras que al fotografiar después no aparecen en las fotos… Se habla de un portal que conecta a otro mundo… Historias misteriosas llenas de fantasía, de aristas paranormales con el único objetivo de atraer gente. Bariloche inventó su propia criatura del lago y la llamaron Nahuelito… ¿Por qué Miramar no inventaría su propio bosque encantado?
Nunca lo que se inventa surge de la nada. Las leyendas populares tienen un origen. Las historias con el tiempo se exageran... pero siempre hay un disparador. Ese lugar en el vivero tiene algo distinto. Iván lo sabía, por eso siempre se acercaba. Las historias del bosque oscuro llegaron hasta científicos de la NASA que viajaron a Miramar para estudiar la zona. La energía en ese punto es diferente. Con sólo mirar hacia arriba, el mismo bosque indica que algo extraño sucede. Los pinos que nacen en un radio de unos diez metros, llevan sus ramas a converger en un punto central. Cientos de ramas reuniéndose en un mismo centro, como si todas compitieran para ver quien llega más arriba, señalando como flechas desordenadas el mismo nudo. Cabe aclarar que en ese bosque hay muchos grupos de árboles que se reúnen de esta manera. Y otra cosa curiosa. Si se apoya una rama sobre otra clavada en el suelo en forma transversal, como formando la letra T, por alguna fuerza magnética la rama de arriba no se cae. No hay visitante del bosque que se niegue a la tentación de formar la T.
Una vez escuchó hablar a un guía contando que hace muchos años, debido a la gran cantidad de árboles, el sol no podía entrar. Entonces los pinos buscando la luz se torcieron, formando un techo de estilo gótico. Cierto o no, Iván sabía que únicamente una fuerza gravitacional y energética diferente producía esas figuras. No lejos de allí había visto bosques similares en donde ese efecto no se repetía...
Era su rutina y cada vez que lo hacía se reía por lo bajo. Le recordaba el hecho de tirar la moneda en la fuente de Trevi para volver a Roma. Por eso Iván repetía la ceremonia de colocar una rama sobre otra para formar una T... para asegurarse el regreso a Miramar.
Volvió corriendo hasta el hotel. Al pasar por el espigón la mujer de la mirada infinita ya no estaba.
Por la tarde, dio el último paseo por la San Martín, la calle peatonal que no lo es... salvo en verano. Las manos en los bolsillos para protegerlas del frío que llegaba del mar. Caminó despacio cruzando de lado a lado, esquivando algún que otro turista y varias bicicletas. Iván iba tranquilo, saboreando el café que acababa de consumir y saboreando aún en su mente la porción de selva negra con que acompañó el café en Dalí minutos antes. Era el momento de placer del domingo por la tarde antes de manejar hasta la Capital. Caminata despreocupada a ritmo shopping, mirando las vidrieras que sobreviven al frio, buscando alguna oferta. Pero en realidad, buscando el dulce recuerdo que se hace obligación llevar hacia Buenos Aires cuando se viaja a la costa atlántica: el alfajor. Para Iván, si es artesanal, mejor.
La vidriera representaba la entrada a una casita de la comarca en el medio de un bosque. Dos duendes vigilaban todo. Uno, cómodamente sentado sobre una pirca comiendo un alfajor, no hacía otra cosa que mirar a los que se acercaban con una sonrisa sin definir entre... amigable o falsa. Iván se detuvo a su lado y casi le pregunta vos de qué carajos te reís. Miró hacia arriba donde otro duende lo saludaba amenazándolo con tirarle una lámpara. Se rio solo. Le estaba dando vida a dos muñecos. En donde había mucha vida era en la vidriera. Se detuvo un buen rato mirando cada producto. Alfajores, todos los chocolates, mermeladas, botellas de licor. A pesar que quince minutos antes se había clavado una buena porción de torta, se le hacía agua la boca con tantas dulces tentaciones. Pero no sólo había cosas ricas, sino que también vio fotos de muchos lugares del mundo. Aquí y allá cuadros con imágenes de lugares increíbles.
Fue cuando miró ese dibujo que contuvo su respiración. Era un paño en el que estaba dibujado algo así como un símbolo. Esa figura le parecía familiar… ya la había visto antes… pero dónde… dónde… Se quedó mirando un largo momento esa imagen mientras buscaba en su memoria… Y el recuerdo llegó. Fue en el medio del campo en una noche cuando vio la zapada de los rockeros desde un costado de la ruta. Ese mismo dibujo estaba estampado en la campera de uno de los músicos. A pesar de la oscuridad y distancia, la luz de la luna le permitió ver con claridad ese símbolo. Y ahora en la calle 21 de Miramar, volvía a encontrarse con el mismo dibujo.
Entonces ingresó al local. No solo para comprar alfajores.
—Buenas tardes —lo saludó la mujer que estaba atendiendo.
—Hola, buenas tardes —respondió Iván. — Estoy tentadísimo!!!... pero antes voy a echar una mirada por todos lados.
—Claro, cualquier cosa me pregunta.
Comenzó a observar las fotos colgadas. Iván era un viajado, pero no podía reconocer el lugar dónde habían sido tomadas. Imágenes que podrían ser de la campiña inglesa, de un desierto en Marruecos, de una vieja iglesia en Turquía, de una cueva de vaya saber dónde… No eran las típicas fotos en París con la torre Eiffel de fondo, sino que eran lugares extraños, como quien hace turismo no convencional. Lo sorprendente...era que en todas las fotos había alguien posando. Una mujer. Sola... sin compañía, vistiendo raros atuendos. Ella, sonriendo feliz pero en soledad, con sus largos cabellos blancos y una mirada extraña… como mirando la nada, o el más allá… Epa, ¿Dónde vi esta mujer? pensó enseguida. Claro, es la misma que estaba sentada en el muelle… Dio media vuelta para observar a la vendedora. No, no era ella.
—Disculpame, una preguntita… —le dijo—. Ese dibujo que está en la vidriera, ahí pintado en esa tela, es un símbolo, ¿no? ¿Sabe de dónde es?
—Así es... es bellísimo, enigmático. La verdad no sé. Lo trajo mi compañera y lo colocamos ahí. Nada especial, a las dos nos gustó y da cierto encanto.
—Quizás entonces debería preguntarle a tu compañera, porque me pareció verla en otro lado… pero no importa —dio media vuelta y se acercó a una pared—. Las fotos… esta mujer… ¿es posible que la haya visto en el espigón?
—Ah, sí… claro que sí. Es Amanda, mi compañera. ¿La conoce?
—No, no… conocerla no. La crucé esta mañana mientras corría. Y ayer también, a la misma hora. Me sorprendió…
—Si, es una mujer sorprendente —interrumpió la vendedora.
Iván se acercó a ella.
—Soy Iván, mucho gusto —y la saludó con la mano.
—Raquel. El gusto es mío.
—No hay nada personal, pero ¿puedo ver a Amanda?
—Hoy no, qué lástima. No es de salir mucho pero me dijo que tenía algo que hacer y volvería tarde.
El periodista volvió hacia la pared y descolgó una foto.
—Esta es fuera de serie —dijo mientras la miraba detenidamente.
Raquel se acercó.
—Amanda me dijo que es en una pagoda, en Japón.
Los dos quedaron en silencio mientras miraban las fotos.
—Perdón —dijo Raquel— ¿tiene apuro?
—Tengo que volver a Buenos Aires —dijo mirando su reloj—pero sí... tengo tiempo. ¿Por qué?
—Le voy a contar una historia.
Pasadas las dos de la mañana Iván entró en su departamento. Manejó los 450 kilómetros escuchando los compacts de Iron Maiden y Nightwish, pensando mucho en símbolos, viajes misteriosos y recuerdos enigmáticos. Preparó un sándwich, un café instantáneo y dejó la televisión encendida con el canal musical de power ballads. Encendió su notebook y escribió una nueva historia para su blog Raros Encuentros… La historia que le contó Raquel en Miramar.
NO QUIERO ESTAR AQUI CUANDO ME VAYA….
…Ay Amanda….! Qué cosas se te ocurren… Y ahora que lo pienso, muchísimas veces te escuché diciendo esa frase… NO QUIERO ESTAR AQUI CUANDO ME VAYA….
Solo vos sabés lo que querés decir! pensaba Raquel mientras reordenaba los estantes del coqueto negocio de chocolates y exquisiteces -tan viejo como el pueblo- ubicado en la hoy peatonal de la bella ciudad de Miramar, en la costa atlántica argentina.
Raquel era la mano derecha de Amanda desde que murió su mamá, hermanamiga de Amanda, su confidente y compañera de la vida.
Amanda tiene rutinas. Todas las mañanas entre las 10 y las 12 se va a caminar por la costanera hasta el muelle de pescadores. Se sienta en el mismo banco mirando el mar… respira profundo… Habla con las gaviotas. Y sueña…
¿ Sueña …?
El resto de su día es sociable ameno e interesante. Se ocupa de “su” cocina, sus dulces y chocolates… Charla con los ocasionales clientes. A las 5 de la tarde en punto toma el té con sus amigas en Dalí… una tradicional confitería que hace esquina con la peatonal a un par de cuadras de su casa. A veces, toma un rato de solcito en el balcón mientras lee… A la tardecita le gusta quedarse a conversar con Raquel en el negocio hasta la hora del cierre. Luego, cenan juntas mirando tele “a ver qué pasa con el mundo”, eso dice Amanda todas las noches. Un licorcito casero de sobremesa…y a dormir serenamente.
Pero “Amanda tiene misterios” piensa Raquel…y no sabe por qué no los llama secretos. Mientras repasa los muebles va levantando pequeños recuerdos -miniaturas- de distintos lugares del mundo… y porta retratos: Amanda en lugares típicos lugares raros lugares ignotos lugares…pero, pero!!! Amanda luce vestidos no “raros” sino de época…como si hubiera actuado en películas “de época”, piensa Raquel… en Londres, Italia, Francia, Holanda, Grecia, el Kremlin… delante de una hilera de pirámides… en un desierto blanco… en un pueblo flotante… y más! Mucho más!!! Todas fotografías pequeñas. Y sola.
Siempre sola… pero hace un tiempo -recordó Raquel-, le preguntó por qué estaba sola en todos esos increíbles lugares y quedó sorprendida por la respuesta: “NUNCA ESTOY SOLA.” Breve. Tajante. Amable… y entonces Raquel no se animó a re preguntar, pero entendió: que ni antes estuvo ni ahora está sola!!! Y eso la dejó muda, porque ella vive veinticuatro horas por día con Amanda desde que tiene memoria…y nunca le conoció una pareja, ni supo que viajara!
Resumiendo: para Raquel, Amanda nunca salió de Miramar para unas vacaciones, y tampoco tuvo pareja… (aunque a veces hable y se comporte como una mujer enamorada…).
Aunque Amanda es una mujer sociable, sólo en su caminata matutina, cuando permanece en “su” banco mirando el mar, la han visto acompañada
por un señor de su edad -tan sobrio y elegante como ella-, sentado a su lado y con un bastón en su mano derecha. Raquel los vio juntos una vez que una densa niebla cubrió repentinamente la ciudad y salió a buscarla. La encontró frente al muelle de pescadores -como siempre-, sentada muy próxima a este señor, con la mano izquierda sobre el bastón, y con la mano derecha de él suavemente posada sobre la suya… Ambos en silencio, relajados, sonrientes… en lo que Raquel pensó que era un “estado de embeleso”. Pasó delante de ellos y como -aún con los ojos abiertos- no la vieron, no se animó a hablarles. Por supuesto, después tampoco preguntó!!!
Terminaba Raquel de poner orden en el sector social de la casa cuando entró Amanda radiante…tarareando una rara melodía. Se acercó a la biblioteca, reacomodó algunas miniaturas y le dejó un lugar de honor a una pequeñísima pagoda…
- Qué belleza!!!! De dónde la trajiste???, no se pudo contener Raquel admirándola minuciosamente.
- Es la Pagoda Horyuji… tiene más de 1300 años… es Patrimonio de Humanidad!!! Y la traje de Japón, por supuesto.
...y en una reacción que le recordó a Susana Giménez cuando preguntó en tele VIVOS???... se le escapó disparada la pregunta:
- ¿AHORA ???!!!! preguntó espontánea Raquel.
- AHORA…. Respondió breve y sonriente Amanda, mientras salía…