
Capítulo 2
La música del Paraná
No era cosa común que un diario de nivel internacional -como era para el que trabajaba- eligiera al periodista Iván Ojeda como corresponsal para cubrir un caso de corrupción política en la provincia de Santa Fe. No le quedó otra opción que ir hacia la capital y pasar unos días en un cómodo hotel, agobiado por el calor y la humedad característicos de la ciudad... No viene a cuento el tema que tuvo que investigar sino lo que sucedió a su regreso.
Decidió volver manejando por la vieja ruta paralela al río Paraná, esquivando el tránsito pesado y monótono de las autopistas. Cerca del mediodía llegó a Rosario, ciudad que le fascinaba por razones muy importantes: las mujeres más lindas del país, la cuna del rock nacional y disfrutar de la boga a la parrilla al lado del río.
Luego de un almuerzo que deseó que no terminara nunca, tuvo que volver a su auto y encarar hacia el sur. Pasó por el imponente monumento a la bandera rumbo hacia la Circunvalación, desplazándose despacio por la avenida Belgrano. Continuó su recorrido por la ruta 21, la antigua ruta 9 que fuera reemplazada por la autopista a Buenos Aires... Unos kilómetros más adelante, en su afán por conocer nuevos lugares donde nunca había estado antes, se internó por una larga calle de árboles que lo llevó -como supuso- hacia la costanera.
La calle llegaba a su fin en un pequeño parque, algo así como una terraza al río, limitada por la peligrosa barranca que cae a pique unos veintipico de metros. Un mástil altísimo sostiene una enorme bandera argentina en honor a los 649 soldados muertos en la guerra de Malvinas.
Iván se bajó del auto espantando mosquitos, cuando vio una confitería llamada Costanera. La tentación de saborear un café mirando el rio Paraná se le hizo irresistible. La confitería tenía una terraza y allí subió. No había nadie. Se sentó a una mesa al lado de la baranda desde donde se disfrutaba de la vista panorámica del río, las islas de enfrente, varios enormes barcos llevando contenedores, otros barcos cargueros llevando los granos del país hacia el mundo.
A los pocos minutos llegó una mujer de grandes curvas y sonrisa aún más grande preguntando qué le traía. Iván pidió un café doble y un alfajor santafecino. Los alfajores eran su perdición…
Mientras saboreaba el dulce y el café, dos hombres subieron a la terraza. Lo saludaron y se sentaron unos metros más atrás. A Iván le molestó que le interrumpieran el disfrute de la música del litoral: la melodía de venteveos, jilgueros, palomitas y loras... y la percusión de grandes árboles meciéndose según la voluntad del viento.
Pero pronto olvidó ese malestar egoísta porque comenzó a escuchar la conversación de sus ocasionales acompañantes. Uno de los hombres, mucho mayor que el otro, comenzó a relatar una historia más que interesante.
Quizás fuera el padre hablando a su hijo. Jamás lo supo. Este hombre habló de una historia de su juventud, y habló de una niebla, de figuras danzantes, y de una mujer mirando el infinito. Otra historia de una mujer sentada y mirando más allá. No frente al mar, sino esta vez frente al río.
Apenas arribó a su departamento en Buenos Aires comenzó a escribir, no sobre la nota de corrupción en Santa Fe por la cual había ido a trabajar, sino sobre la historia que había escuchado en la terraza de Costanera con el fondo de la música del río Paraná.
LA NIEBLA
Maravillosa luna llena. Redonda. Luminosa. Viva. En ningún lugar del mundo se ve más bella que acá, en las costas del Paraná subiendo por sobre los árboles -iguales desparejos oscuros-, que es lo único que vemos de las islas. Un horizonte de bosques.
Susurra el río, susurra con voz gruesa y ronca. Ranas y sapos con grillos y aves nocturnas…
Decidí caminar un poco y dejarme llevar por mi memoria hacia atrás, a mi niñez, que disfruté justo en este lugar.
Volví después de casi dos décadas a ver la casa de mis padres que estuvo en alquiler por muuuucho tiempo y ahora tengo que decidir qué hago con este pedazo de mi vida…
Bordeando la barranca llegué a una especie de mirador del río, al que le han sacado los árboles que antes tenía. Maravillosa panorámica nocturna que me descubre nostalgioso de otras épocas y de otros amigos… de aventuras adolescentes en la costa y a la noche. Nada grave: el primer pucho por ejemplo, o la chica de turno con la que coincidíamos en la ebullición hormonal al mismo tiempo…y elegíamos ese lugar.
Me quedé quieto sentado sobre un gran tronco nadando en mis recuerdos. Sin ruidos. Mirando lejos hacia la inmensa luna quedé ensimismado. Siguiendo con la vista la línea del horizonte distingo algo que se mueve que se eleva que sale como del agua… que parece humo o niebla. Sube y se desliza suavemente hacia arriba, hacia los lados, a compasa da men te….
De pronto me doy cuenta de que esa niebla son figuras…figuras humanas! Estilizadas. Etéreas. Flexibles y transparentes !!! QUE DANZANNNN!!!!! Danzan entrelazadas se cruzan y se esquivan se detienen… suspendidas sobre el agua, a contraluz de la redonda luna… y comienzan otra vez, sinuosas y suaves…. INCREÍBLE!!! Bailan su propia melodía que repiten una y otra vez mientras se desplazan imperceptiblemente a contraluz sobre el horizonte nocturno hacia el norte.
Estoy shockeado no puedo creer lo que veo…
Y escucho!!!!! En el absoluto silencio puedo diferenciar una melodía… que parece lejana pero cuyo compás siguen los bichos que cantan en la noche. Tengo mis sentidos potenciados, me siento liviano… sin darme cuenta de lo que pasa “veo” todo el entorno como desde arriba, como si volara!!! Y soy feliz, orgásmicamente feliz.
No sé cuánto tiempo pasó, pero fue mucho para mí.
Cuando reaccioné porque tenía frío (mi cuerpo se había enfriado por el rocío nocturno), la danza era una niebla espesa de caprichosas formas horizontales y los sonidos del río y de la noche seguían ahí. Pero en mi mente habitaba la melodía que escuché, y entendí que era así desde mi infancia. Los recuerdos archivados se fueron mostrando: YO YA HABÍA VIVIDO ESTO…!
Entonces la ví… como si fuera un cuadro una foto una porción de tiempo detenido. Sentada sobre un borde imposible en posición de loto, en estado de meditación, relajada y luminosa. Una mujer (la misma de siempre), mirando el río…
La veo a unos metros pero de espaldas. Cabello largo hasta la cintura, oscuro, que se movía junto con sus ropas por la brisa. Un perro le hacía compañía, echado a su lado mirando el río, en igual actitud.
Me quedé. Mudo. Quieto. Mirando. Y recordando…
Se puso de pie sin el menor esfuerzo (el perro también), giró hacia mí y pasaron a mi lado sin siquiera registrarme…
Alta estilizada descalza ropa clara y larga que le caía pesada balanceándose con su paso… Se fue.
Está IGUAL !!!!!! Es la misma y está igual…. Cuando reaccioné salí corriendo tras sus pasos….
Pero no. Ya no estaba. Se había esfumado como la niebla que danzaba sobre el río…