
Capítulo 5
La esquina de las flores
Iván Ojeda no esperó la hora de salida. Sin titubeos y sin el menor remordimiento dejó la redacción dos horas antes. Gozaba de cierta flexibilidad con sus horarios en el diario. Ojeda ya tenía “chapa” en la redacción. Lo principal era cumplir con el trabajo terminado, listo para ser publicado en internet y luego ser llevado a la imprenta.
Salió con paso apurado a la calle y encaró por Corrientes hacia Riobamba. En el bolsillo de su saco llevaba las entradas que Melina había olvidado en la disquería. Mientras esquivaba gente imaginaba la alegría y la sonrisa de esa mujer con el tatuaje del panadero. La imaginó feliz y saltando sobre él, abrazándolo con fuerza mientras le daba un beso. Vaya, eso podría suceder, ¿por qué no?
Antes de llegar a la esquina, en donde acordaban la avenida Corrientes, la calle Riobamba y la cortada Santos Discépolo, descubrió el puesto de flores. Un stand como un semicírculo, rodeado de cientos de macetas blancas, y repleta de flores de todos los colores. Pero la silueta de Melina no aparecía. Fue aminorando el paso y llegó caminando casi en cámara lenta. Adentro del stand vio a una vendedora. No pudo reconocerla. Estaba de espaldas e inclinada hacia abajo, con la cabeza metida entre varias macetas.
—Hola…¿Melina?
Ella se incorporó y dio media vuelta. Lucía una remera larga, con un jean también holgado escondiendo su cuerpo. Iván se sorprendió.
—Eh... perdoná… Vos no sos Melina.
—Claro que no.
Iván tenía en sus manos las dos entradas. ¿Habría sido engañado? ¿Acaso Melina le habría mentido?... “¿Y ahora qué hago, cómo la encuentro?” pensó con un pesimismo repleto de disgusto y amargura.
—¿Te puedo ayudar? —le respondió la vendedora con una sonrisa disimulada al ver cómo aquel hombre había quedado inmóvil. Y mudo.
—Eh… Sí… No… bueno… —Iván tragó saliva—. ¿Melina trabaja acá?
—Hubieses comenzado por ahí—la vendedora sonrió finalmente—. Sí, Melina trabaja acá, pero lo hace de lunes a miércoles.
Iván comenzó a hacer cuentas. Era jueves. ¿Esperaría cuatro días más?
—¿La tengo que esperar hasta el lunes? Es que no sé dónde vive, tampoco tengo su dirección, ningún contacto…
—En ese caso, si no es de urgencia, no creo que te quede otra.
Con su mano sosteniendo las dos entradas, Iván quedó mirándola fijo como pensando en nada. Pestañeó.
—¿Urgencia? No sé… Kiss toca dentro de dos semanas, así que volveré el lunes —le contestó mientras colocaba las entradas de vuelta en el bolsillo de su saco.
La vendedora vio los tickets y sus ojos brillaron.
—¿Dijiste Kiss? ¿Son esas las entradas que había perdido?
—Ah, sabés de qué se trata entonces…
Ella se adelantó un par de pasos y se acercó al periodista.
—Ayer hablé con ella y me comentó que había ido a sacar las entradas, pero que luego no las encontró por ningún lado. Creyó que se le habían perdido.
—Yo estaba con ella cuando las compró. Es que salió tan apurada que se olvidó los tickets en el mostrador.
—¿Me podés dar las entradas a mí? Es que vamos a ir juntas…
Ese comentario resultó ser una muy buena noticia para Iván. La compañía de Melina no era de un hombre, sino de una amiga. Era una buena noticia.
—Prefiero dárselas… personalmente. Me gustaría encontrarme con ella… ¿Me entendés? —respondió algo nervioso. De su billetera extrajo una tarjeta personal—. ¿Vas a ver a Melina hoy? ¿O mañana?
—Hablo con ella todos los días. Somos socias en esta florería.
—Genial entonces. ¿Le podrías entregar mi tarjeta? —dijo mientras se la entregaba en mano—. Acá tengo mis datos. Por favor, decile que me llame, o me mande un mensaje. Quiero verla cuanto antes, ¿sí?
—Si, no hay problema.
Iván se acomodó el saco.
—¡Mil gracias! Che, aprovechando que estoy acá, me llevo un ramo de jazmines.