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Capítulo 8

 

Con el mejor malbec

 

—¿Cómo…? —la sorpresa casi le hace voltear la tacita del café— Por Dios, ni siquiera te oí llegar…

—¡Hola! —fue la simpática respuesta de Melina, dicha con una amplia sonrisa.

 Mientras Iván miraba el mundo ahí afuera tras el enorme ventanal, Melina se sentó a la mesa dejando a un lado el morral, fuera del alcance de terceros. Rápida y silenciosa.

—Hola, dama del misterio —dijo Iván mientras se acomodaba en su silla—.  Me sorprendiste.  Literal.

—Veo que te adelantaste, hasta te pediste un café. ¿Ansioso…? —Melina le sonrió maliciosamente, con gesto pícaro.


 

El mozo se acercó solícito...

—Buenas noches. ¿Saben qué van a pedir o les traigo el menú?

Los dos giraron la cabeza y fue ella la que habló:

—Buenas noches. Esta noche invito yo, así que por favor no me hagas quedar mal. Traenos el mejor plato que el chef haya preparado y acompañalo con el mejor malbec. 

El mozo arqueó las cejas, asombrado y agradecido.

—Entonces, señorita, les traeré el solomillo de cerdo a la cerveza con papas noisette y el mejor malbec —con su mejor sonrisa, retiró la taza del café, dio media vuelta y se alejó. 

—Sorprendente —comentó por lo bajo Iván.

—¿Qué te sorprendió del mozo?

—Del mozo absolutamente nada. Me sorprende Melina. Pregunto: cada vez que agradecés a alguien , ¿lo invitás a cenar el mejor plato del restaurante y con el mejor vino?

—No, por favor, no. El malbec es un antojo, porque generalmente le hago traer el vino de la casa —respondió mientras le guiñaba un ojo.

—Algo me dice que va a ser difícil tener una conversación seria con vos. 

—Hagamos el intento.

—Bien —respondió Iván mientras acomodaba su silla—, lo de esta noche ¿es sólo para agradecerte el haberte traído las entradas de Kiss? ¿O hay algo más?

—Es confianza, sobre todo. Todavía no me diste los tickets. No sé si los tenés acá con vos, o vas a usar el viejo truco de decirme que los olvidaste en tu casa...

Cuando Melina terminó de hablar, Iván estiró su brazo hacia ella con las entradas en la mano...y la vista puesta en todas sus reacciones posibles. 

 El periodista sirvió las copas, le alcanzó una y levantó la suya.

—Brindemos por... la mujer!!!

Ella bebió un sorbo y dejó la copa sobre la mesa.

—Esta mujer se disculpa del momento en la galería, en el cual desaparecí corriendo.  Es que era un llamado de urgencia.

—¿Puedo saber qué pasó?

—Sí, claro, por supuesto. Seguro que te enteraste de lo que sucedió en la cárcel de Ezeiza. 

—Obvio que sí. Fue primera plana del diario.

—Conozco a mucha gente que trabaja ahí. Yo también lo hago. Soy docente. Doy clases de historia y de filosofía, tanto en el complejo femenino como en el masculino.

Iván abrió los ojos bien grandes. Ella continuó hablando.

—Me avisaron que a un amigo mío lo hirieron muy mal. Fue internado en el central del complejo. Así que sólo quería estar ahí cuanto antes. Por eso, al salir corriendo, me olvidé todo.

—Me imagino el horror. No hay absolutamente nada por lo cual tengas que disculparte. ¿Lo pudiste ver? ¿Está bien…?

—Gracias a Dios se va a recuperar, es lo único que importa. 

—Cuánto me alegro. Esos motines son pequeñas guerrillas. Todo vale, casi no hay códigos cuando la bronca estalla dentro de las penitenciarías. Yo no cubro ese tipo de notas, pero ¿es verdad todo lo que se dice? ¿La cantidad de muertos…? 

Melina demoró un momento antes de responder, limpiándose los labios luego de haber tomado un poco de vino.

—Si me hacés ese tipo de preguntas es porque sabés que lo que se dice en los medios no es toda la verdad.

—Lamentablemente es así. Te diría que una gran parte de lo que nos enteramos no es exactamente cómo pasó. Quiero saber si fue tan grave como lo publicaron. Lo que me digas queda acá, en esta mesa. No voy a desparramar datos en la redacción.

Ella asintió apenas con un leve movimiento de la cabeza. Supo que decía la verdad. 

—Sí, fue grave. Mataron a un guardia y fueron muchos los presos que murieron, no tengo la cifra exacta.

—Dispensen mi intromisión —el mozo estaba a un lado de la mesa con los dos platos humeando—, pero este manjar no puede esperar. Buen provecho!!!... 

Un gracias a dúo saludó al camarero, que se retiró respetando a los comensales sin hacer comentarios.

—Otra sorpresa que me das —dijo Iván después de digerir el primer bocado—. A ver, detrás de este minón que tengo enfrente mío, que es una cruza entre rollinga, hippie, vendedora de flores, que luce tatuajes con recorridos insinuantes, que viste con ropas cómodas, sueltas… ¿Hay una docente de historia y de filosofía? ¿Y que además, da clases en una cárcel? No sólo a mujeres sino, ¡también a hombres! Esto es top five de las cosas asombrosas que me ha tocado ver, y mirá que cada día veo cosas que asustaría a más de uno…

—¿Dijiste todo eso porque te asusto? —rió Melina.

—Todavía no lo sé. Algo me dice que si continuás hablando de tu vida no sólo me voy a asustar mal, además entraría en pánico y hasta me quedaría mudo.

—Bonito. Entonces no te cuento que en realidad tengo más de mil quinientos años y que soy inmortal —le comentó con pura naturalidad mientras comenzaba a ingerir el solomillo.

Iván quedó tieso. Abrió la boca y comenzó a hablar pero de sus cuerdas vocales no salió ni un sonido. Melina se echó a reír.

—¡Payaso! Ja ja jaaaaa, y te quedaste mudo nomás, jajajaja!

El periodista recobró su postura, se limpió la boca con la servilleta y volvió a comportarse como el caballero que en realidad era.

—Sacaste el niño que llevo dentro. Hace tiempo, años en realidad, que no hacía estas payasadas. Bueno, estas pendejadas. Me interesa mucho lo que hacés en Ezeiza. Si es que podés -y querés- contármelo, claro.

Melina le hizo un gesto con la mano para que esperara, mientras tragaba la carne y respondió luego de tomar un sorbo de agua. 

—Obvio que sí, no tengo nada para ocultar. Cuando me recibí del profesorado de historia, no quise quedarme dentro de los claustros en colegios y universidades, para enseñar historia a otros. Siempre tuve cierto interés en los internados, en los que están en prisión. Entonces me anoté para dar clases en las cárceles. Te sorprenderías si vas a ver eso, porque la mayoría se interesa por aprender. Hay mucha gente que le apasiona estudiar. Después de unos años me ofrecieron la posibilidad de dar clases de filosofía. No soy licenciada en Letras pero no importa: a la UBA le bastó con mi título en Historia. Así que me pareció motivante. Me preparé en base al plan y me lancé. Es genial. 

Iván Ojeda comía despacio, mientras saboreaba cada bocado, no sólo de carne, sino cada palabra de Melina. Con un gesto leve le indicó que continuara.

—No sé qué querés saber —le dijo ella—, podría llegar a aburrirte.

—No lo creo… Intentalo.

—Comencé a dar clases de historia en el pabellón de hombres. Te soy sincera: la primera vez fui con miedo, aun sabiendo que hay un guardia en cada aula. Por supuesto que Rodrigo era el que me acompañaba. 

—¿Lo conozco?

—No. Rodrigo es el que hirieron en el motín. Fue gracias a él que conseguí el puesto en Ezeiza. Al poco tiempo me ofrecieron clases en el pabellón de mujeres. 

—Quizás te incomode mi pregunta, van mis disculpas de antemano: ¿Alguna vez te acosaron, ya sea en el pabellón de hombres como en el de mujeres?

—Nada, en absoluto. Hace cinco años que voy y jamás tuve un problema. Por supuesto que no voy vestida así. Voy con el cabello recogido, siempre pantalones grandes… Voy cómoda pero cuido la imagen. Aparte es una norma carcelaria el evitar cualquier atuendo provocativo, inclusive el uso de perfumes fuertes.

—Claro, muchas veces el olfato es más provocador que la vista… Y, ¿tomás exámenes…?

—Obvio. El régimen es similar a una facultad. Se reciben varios por año. Me he enterado de alumnos que terminaron su condena sin haber finalizado la carrera, y que continuaron estudiando. Es maravilloso. Hay otros que se han recibido en la cárcel y me piden ser ayudantes de cátedra —hace una pausa para beber vino—. Hay gente ahí adentro que te encantaría conocer, un pequeño mundo olvidado, de gente que realmente quiere mejorar. La vida tumbera tiene un lado muy interesante...

El periodista no se perdía detalle, mirándola con expresión seria, concentrada, comiendo despacio. 

—Te creo. He conocido gente interesante en las cárceles, sí. Ese Rodrigo… nada personal, claro, pero… ¿es tu novio?

Melina entrecerró los ojos, sonriendo sutilmente. Terminó de tragar el bocado que estaba masticando, sin apuro alguno, postergando su respuesta como un tenista que demora su saque.

—Ponele.

Su respuesta imprecisa dejó a Iván en estado de indecisión. Melina sabía que había ganado el punto y le divirtió el juego. Continuó la charla hacia donde ella quería.

—Hablé demasiado, no me diste tiempo de comer. Ahora soy yo la que va a escucharte. Quiero saber qué te gusta del periodismo.

—Interesante cómo lo preguntás. La lógica sería decir “¿Por qué sos periodista?”. A ver… —Iván se rascó la cabeza y miró por la ventana hacia la calle — ¿Qué me gusta del periodismo? Aprender. Saber por qué. Desde que me acuerdo, todo tenía que tener un por qué. Es algo natural el aprender. Esa pregunta que los chicos de cuatro años nos colman la paciencia: ¿Por qué llueve? ¿Por qué el cielo es azul? ¿Por qué, por qué, por quéééé? Insoportable, ¿no? Creo que nunca dejé de ser ese chico de cuatro años. El aprender no termina nunca. Eso es lo que amo del periodismo. Me obsesiono por hacer siempre la pregunta necesaria, bien puntual. No es fácil. Ahora que lo pienso bien, soy un insatisfecho, un desconfiado por naturaleza. No me quedo con la primera respuesta que me dan. Tengo que chequear que lo que me dicen es verdad. Y quizás por esta desconfianza es que hice de la investigación mi especialidad.

El periodista hizo una pausa. Melina estaba atenta. Iván continuó.

—Cuestionar, investigar y llegar a la verdad. Eso es aprender para mí. Luego está el paso de comunicar. 

—Y no siempre podés contar todo lo que sabés...

—No, no siempre. Pero todo cambia, cada vez hay menos temor y muchas verdades se están dando a conocer. 

Bebió un sorbo de agua.

—Ser el encargado de dar noticias se hace muy duro. Me tocó cubrir un desastre, un derrumbe, un accidente. Entre la muerte y el horror encuentro pequeños actos que son obras maestras del amor y milagros. Un médico que con un RCP revive a una persona, una mano que ayuda a otro a levantarse, un bombero que salva una vida en medio del fuego… He visto mucho amor…

Iván se calló, pareció que su voz se quebraba. Melina lo observaba, y supo que se había emocionado. Lo respetó sin decir nada.

—Perdoname… —el periodista bebió un largo trago de vino—. Es que a veces Ivito, así me llamaba mi hermano cuando era chico, asoma desde adentro de este Iván que se cree un langa y un superado. Ivito aparece y se sorprende, se emociona, y yo lo dejo. Un ratito, claro, después lo mando a guardar. 

—¿Ivito escribía?

—¡Y cómo! Hice mi primer periódico a los 8 años. Fue durante una aburrida reunión en casa de mis tíos, donde había una vieja máquina de escribir. Organicé con mis primos una sala de redacción en una de las habitaciones. Les dije que cada uno me contara qué macana habían hecho la última semana. Yo entonces los escribí a máquina, con papel carbónico para hacer varias copias…  creo que eran cuatro. Al rato ya tenía dos hojas completas con historias muy divertidas. Entonces me presenté en la mesa de los mayores y les dije que tenía noticias sobre historias secretas de mis primos. Que la única manera que se enteraran eran que me compraran el diario. Vendí los cuatro ejemplares en un toque. Fue mi primer bestseller.

Ambos rieron.

—No solo naciste escritor, sino un gran comerciante.

—No, comerciante no, sí un gran tramposo! Pero hablando en serio, siempre me interesó narrar historias. No las mías. Las de otros. Es que soy un observador. Es casi un don, observo todo y a todos. Es algo que hago sin buscarlo, me pasa todo el tiempo. Sobre todo observo a la gente. Cada uno es un universo, llevan mil historias… Me fascina. Descubrir esa historia escondida es… mágico. Lo que hago habitualmente es ir a un bar, solo, y mientras me tomo un cortado escucho las conversaciones de otros… O sino, estaciono el auto, me quedo adentro y veo pasar dramas y comedias delante de mi nariz. Muchas veces cosas inexplicables…

—Como un concierto de rock en el medio del campo a plena noche…

Iván arqueó las cejas. Quedó sorprendido. 

—Bueno, bueno, me doy cuenta que visitaste mi blog.

—Ahá—Melina asintió con leves movimientos de su cabeza—. Los raros encuentros, esas narraciones tienen misterio… un encanto especial… No sé… Llaman a la imaginación, y parecen verosímiles. No creo que sean verdad —se acomodó en la silla, irguiendo su espalda, apuntando a los ojos de Iván con una mirada profunda—…  Te soy honesta. Tus cuentos son… son intrigantes. Si, creo que es la palabra más acertada que encuentro. Después de leerlos me dieron muchas ganas de conocerte, de tener esta conversación…

—Opa, qué cosa—dijo Iván algo nervioso mientras se rascaba la cabeza—… la verdad es que … nunca pensé que esos cuentos provocaran esto.. Je jeje… Más de una vez usé la escritura para levantarme minas, claro. Pero estos cuentos son algo distinto…

—El metamensaje que tienen es muy atractivo —dijo Melina con una sonrisa cómplice—… Esta es la pregunta que quiero hacerte desde el momento en que terminé de leer el primer raro encuentro: ¿esas historias son verdaderas?

—¿Vos creés que me pondría a escribir historias de pura fantasía?

—No me respondas con una pregunta, sé que no te gusta eso. Perfectamente podrías escribir ciencia ficción o novelas policíacas… o lo que se te dé la gana. ¿Por qué no podría el gran Iván Ojeda escribir fantasía?

—Okey, okey, tenés razón —agarró la botella del Malbec, le sirvió a ella en su copa y el resto de la botella a la suya. Bebió, y la apoyó en el mantel—. Sí. Cada uno de esos cuentos es verdad. No hay nada inventado, nada exagerado, es pura realidad...un poco novelada... Quise que salgan impresos en el diario y me lo rechazaron. De alguna manera quería publicarlos, así que por eso lo puse en el blog.

Ella terminó de comer y cruzó los cubiertos sobre el plato. Se limpió la boca, tomó el vino de su copa, y luego volvió a pasar la servilleta por sus labios. Fue un momento de silencio antes de hablar.

—Te creo. Sabrás que muchas obras se publicaron como historias verdaderas. El público las creyó. Después se develó que eran pura ficción. Otras obras permanecen con el misterio. 

—Lejos estoy de querer engañar al lector. Cada uno podrá elegir si creerla o no. Tené en cuenta que firmo el blog con mi nombre. Eso le da crédito. Tengo fama de ser un periodista verosímil. Si hubiese inventado esas historias, hubiese firmado con un pseudónimo. 

—Iván, sos un periodista de investigación. Con respecto al cuento del concierto de rock a la noche en el medio de la nada, ¿cómo es que no indagaste quiénes eran? ¿Por qué no te acercaste a ellos?

El periodista terminaba de masticar su último bocado y con la boca casi llena respondió.

—Mmm, ahh… No, no… —tragó—. Me ocurrió algo extraño. Esa noche sentí una energía de otro mundo. Algo me decía que no debía estar ahí, que no era digno de participar de ese concierto. Como si fuese una reunión de ángeles, ¿me entendés? Por eso digo que ellos tocaban la música para que la escuchen los dioses. No es que no quise averiguar, simplemente no pude. Volví al auto, y me dormí. Cuando me levanté ya no había nadie, nada. Como si lo hubiese soñado, pero fue real.

—¿Y la historia en Miramar? No es una experiencia tuya, sino es algo que otra persona te contó. ¿Por qué la incluiste en el blog de Raros Encuentros?

—Ah… sí… La hermosa historia de Raquel y Amanda. Simple: porque sé que Amanda se encuentra con su amigo siempre en ese banco frente al mar.

Melina entrecerró los ojos.

—¿Te diste cuenta que todas esas historias tienen algo en común?

—Sí. Que son historias de encuentros que escapan a lo cotidiano.

—No… hay más… Fuiste testigo de una, pero las otras historias te buscaron. Una te la contó Raquel. Otra, el mozo de un bar. Otra historia fue la que escuchaste de otro hombre estando en una terraza. ¿No se te cruzó por la cabeza preguntarte “¿por qué me cuentan estas historias a mí?” Es como que te eligieron —Iván le puso una mirada extraña como preguntando qué carajos estás diciendo, pero Melina continuó—. Es en serio. Mirá que conozco gente y gente muy rara, sobre todo en la cárcel. Pero nadie me vino con este tipo de relato. 

—No creo, no. Es simplemente el hecho de que me atrae aquello que no tiene una respuesta...simple, como te dije antes.

—Para mí todo tiene una razón. Somos parte de un cosmos perfecto. Seré fantasiosa, pero gracias a tu blog los dos estamos cenando esta noche a metros del Cabildo. Quién te dice que esos cuentos sean de suma importancia para otra persona…

Iván inmediatamente recordó el mail que había leído esa mañana. Ese correo titulado “Te felicito por el blog Raros Encuentros”. El contenido decía:

“Pocas veces dejo comentarios en blogs, muy muy poco. Tus historias son muy interesantes. Cada narración hace que imagine otras historias, otros encuentros. Me han producido sensaciones fuertes. No sé cómo explicarlo con palabras, pero me han impactado. Te felicito, Iván. Por favor, continúa escribiendo.” Lo firmaba Dion. Sólo ese nombre.

De hecho, las vistas a ese blog no eran numerosas. Muchos lectores llegaban a “Raros Encuentros” debido a la fama por sus trabajos en el diario. Pero estaba claro que mucha gente buscaba otro tipo de material, algo más relacionado con su trabajo de periodista de investigación. Así que leían uno, o ni siquiera terminaban la historia para salir  y no volvían a visitar su página. Algunos de sus conocidos se lo dijeron. Pero él nunca dejó de actualizar su blog. No tenía un motivo, simplemente lo hacía porque le gustaba. Con el comentario de Melina se preguntaba si detrás de eso existía un propósito que él mismo desconocía.


 

Después de casi una hora de hablar de temas que discurrían  uno tras otro, Melina llamó al mozo y pidió la cuenta.

—Se me pasó —le comentó al periodista—, ¿tomamos un café?

—Obvio, pero no acá. Permitime que te invite a un lugar… cómo decirlo… muy personal, muy Ojeda.

Melina lo miró entrecerrando los ojos.

—¿Hay buen café?

—Ni en Colombia tienen mejor.

—Permiso concedido.

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