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Capítulo 13

 

 

“No está mal besar a la chica un domingo a la mañana“

 

 

La tranquilidad de un domingo por la mañana expone suficientes razones para calificar a ese período semanal como un segmento de paz y reposo.  Son sólo pocas horas, en donde el mundo parece tomarse un respiro y juntar fuerzas para afrontar otra semana.  La ciudad de Quilmes despertó con ese típico ritmo lento y ceremonioso de la abulia dominical.  Muy cerca de la esquina de Garibaldi e Yrigoyen, en el primer piso de un viejo edificio, pasillo al fondo, Ariel Felipe Avilar recuperaba energías.  Tendido boca abajo sobre su cama sin deshacer, dormía boquiabierto, con un brazo colgando desde el borde.  Sus borceguíes desparramados por el piso dieron la pista de que fue lo único que logró desprender de su vestimenta antes de caer en el más profundo de los sueños.  Las desteñidas persianas cerradas de su departamento apenas permitían filtrar los hilos del radiante sol.

La puerta de entrada retumbó con los golpes recibidos, innumerable secuencia de redoblados impactos, ejecutados con el fin de despertarlo.  Ariel vio así interrumpido el largo y continuo descanso.  Descalzo, con sus medias queriendo escapar de los pies, se dirigió a la puerta.

Carraspeó varias veces, tratando de entonar su voz

—¿Quién es?

—¡Yo, Afa!  Soy Natalia. Abrime por favor.

—¿¡Natalia!? —apenas podía imaginarlo como cierto—. Esperá un minuto que te abro…

Fue corriendo al baño, arrastrando los calcetines, sólo para mirarse en el espejo. Sabía que en un minuto mejorar su aspecto era tarea imposible.  Aplastó con sus manos los rebeldes pelos, pero estos se negaron a ser alisados.

—Ariel, ¿estás bien? —preguntó la femenina voz del otro lado de la puerta.

—¡Si, ya voy! —gritó desde el baño.   Pero, un segundo después, comprendió que no necesitaba presentarse ante esa pequeña persona como un galán—.  No lo mereces, NBA —murmuró hacia su imagen en el espejo.

Dio las dos vueltas de llave para dejarle paso a su amiga.   El pasillo no tenía luz, como tampoco era mucha la del interior del departamento.  La silueta curvilínea de Natalia se dibujó estática ante la mirada de Ariel.

—¿Estás bien, Afa?

Él se rascó la cabeza.

—Entero, por lo menos. Pero... ¿qué hacés acá tan temprano?

—Ariel, ya son las doce del mediodía.  Desde anoche que estoy tratando de comunicarme con vos.  Esta mañana también, pero tu celular no funciona.  Estaba preocupada...

Se rascó la cabeza casi una eternidad.

—No, todo bien, todo bien.  Seguro que el teléfono se quedó sin batería...

—¿Puedo pasar?

Ariel se quedó mudo.  No sabía qué hacer, si permitirle el paso, o decirle que lo esperase en la calle.  Finalmente, imperó la intuición.

—Si, por supuesto, pasá, pasá…

Natalia se ubicó al lado de la mesa y se sentó con los brazos cruzados sobre su falda.  Ariel comenzó a abrir las ventanas y el sol llenó de vida su pequeño estar.  Sin cruzar palabra, con un silencio tan espeso como la brea, agregó agua a la pava y la puso a calentar sobre la hornalla.

—Natalia, perdoná mi humor.  Anoche no fue una velada feliz la mía.  Todo salió mal.

Mientras preparaba el mate, relató paso a paso lo ocurrido la noche anterior.

—Dios mío, Ariel.  Lo siento mucho, de veras.  Yo estaba aterrada.  Tampoco la pasé bien.  Te vi por el balcón cuando escapabas corriendo.  Lucho se volvió loco. Estaba totalmente aturdido.  Yo me puse a llorar...

La voz de Natalia se quebró y Ariel se sentó a su lado.  Ella continuó.

—Lucho no dijo nada.  Simplemente me echó.  En forma cortés, pero me echó. Dijo que necesitaba estar solo.  Me acompañó hasta la salida y me dejó afuera, en la lluvia.  Cerró la puerta y volvió a su casa.  La calle estaba inundada y no podía caminar, así que me quedé como una hora, hasta que pasó un taxi.  Yo te habré llamado cien veces, pero fue al pedo.

Natalia miró el cielo a través de la ventana y no dejó de estar tiesa en la silla. Luego buscó algo dentro del bolsillo del pantalón.

—Ariel, perdoname.  Mi idea fue un desastre, lo sé.  Acá te dejo la plata que gastaste en la pizza.

Sacó unos billetes y los dejó en la mesa.  Ariel pensó por un instante decirle que los guardara, pero no lo hizo.

—Gracias, pero creo que anoche los necesitaba mucho más que ahora.  Y si devolvemos pertenencias, allí está tu cámara.

Natalia se puso de pie y tomó la cámara fotográfica.

—¿Pudiste ver algo de la historieta?

—Es alucinante, es algo grandioso lo que dibujó Lucho.  Sólo pude sacar fotos a las dos primeras páginas.

La pava comenzó a producir un agudo silbido, indicando que el agua estaba a punto.

—Bueno —prosiguió Natalia—, es una pena que no hayas podido fotografiarla toda.

—¿Una pena? ¿¡Una pena, decís!? —Ariel explotó, hirviendo más que el agua de la pava que tenía en la mano—. Natalia, ahí tenés tu maldita cámara con tus malditas fotos de la historieta y sabés bien dónde las podés guardar.  Yo estoy harto. Nunca debí haber hecho eso...  Nunca.  Yo a Lucho lo admiro.  Muchísimo.  No sabés la mierda que me siento por haber hecho algo así.  Estoy muy arrepentido —tomó el primer mate con bruscos movimientos—. Esto no va a quedar así.  Yo mañana lo llamo, y me voy a juntar con él y a explicarle todo.  ¡TODO!

La joven muchacha comenzó a llorar y corrió a esconderse en el baño.  Avilar se quedó con la boca abierta.  Muchas palabras y muchas palabrotas quedaron mudas. Cerró los labios lentamente.  Las muchas palabras y las muchas palabrotas quedaron sin decir.  Fue hasta donde había dejado su teléfono celular.  Buscó el cargador, y lo enchufó.  Cuando el celular inició sus funciones, registró las llamadas perdidas de Natalia y un mensaje de texto.  Ariel, sin perder tiempo, leyó de la pantalla:

 

Avilar: Recibí ayer su mensaje y se lo hice conocer a Robin. Quiere conectarse con usted en forma urgente. Está en Asunción, Paraguay. Por favor, llámelo al 0059521 224397 Muchas gracias. Graciela Sténico.

 

Desapareció la bronca en ese instante, reemplazada por la ansiedad.  De haber podido, hubiese saltado y caminado por las paredes, pero algo lo apenaba en ese momento.  Fue hasta la puerta del baño.

—Natalia... yo... este... tengo algo para decirte...

Ninguna respuesta le llegó y la puerta permaneció tan cerrada y silenciosa como si nadie hubiese estado adentro.  Ariel, de los nervios, daba pequeños pasos sobre la misma cerámica del piso.  No paraba de rascarse la cabeza.

—Hay cosas que no comprendo... siento que...

En ese momento la puerta del baño se abrió.  Natalia, aún con los ojos brillosos por el llanto, se le plantó de frente, esperando las disculpas.  Al ver a su amiga, tan sólo a pocos centímetros, le cambió la expresión.  Sumergió su mirada en la de ella y quedó mudo, estático, congelado.

—¿Qué tenés ahora para decirme?   —Natalia habló con rabia—.  ¿Te quedó algo más que no hayas gritado?

Ariel siguió sin hablar.  Las palabras le pasaron de largo.   Nunca la había visto tan hermosa, tan ángel.  Las lágrimas habían purificado su rostro, y se dio cuenta que estaba enamorado.  Natalia, que algo extraño percibió en la mirada de Ariel, inclinó su cabeza y miró el piso.

—Me voy a casa.

Él la agarró del brazo antes de que ella pudiese esquivarlo, y con suavidad en sus gestos y palabras liberó sus emociones.   Lo que dijo después fue entera honestidad.

—Estás tan linda... tan hermosa...  Perdoname, no te vayas...

Natalia estaba realmente sorprendida, de tal forma que no pudo reaccionar cuando Ariel la tomó por los hombros y le dio un largo beso. Su cuerpo comenzó a relajarse, sintiendo la boca de Avilar en la suya y poco a poco, como pidiendo permiso, lo fue abrazando.  Luego acurrucó su cabeza entre el cuello y el hombro de Ariel y comenzó a reír.  La risa fue contagiosa y sus cuerpos temblaron de la alegría que estaban viviendo en ese mágico minuto.

—Nati, perdoname, soy algo bruto cuando hablo, más si estoy cansado.

—Por Dios —Natalia seguía escondida en el hombro de Ariel—, no imaginaba que íbamos a terminar así...

—¿Terminar? ¡Nati, esto recién empieza!

A partir de ese momento se sintieron cómodos, liberados, mucho más cerca uno del otro.  Reanudaron la mateada.

—Nati, recibí un mensaje de Graciela Sténico, la secretaria de Robin Wood. Él quiere que lo llame.

—No entiendo...Explicame.

—Ayer por la tarde tuve una reunión con dos eminencias de la historia antigua en el museo etnográfico.  El tema fue traducir unos símbolos cuneiformes que aparecen en los dibujos de Nippur.  Aparentemente es un mensaje para alguien.  Pero hay otro misterio —Ariel hizo una pausa tratando de darle suspenso a su charla, mientras hacía ruido con la bombilla—. Hay signos dibujados que a la fecha de publicación aún no se habían descubierto.

Natalia, por la sorpresa, dejó caer al suelo una birome con la que estaba jugueteando mientras escuchaba.

—¿En serio?

—Parece que sí.  Antes de ir a la pizzería pasé por un ciber para dejarle un mensaje a Robin, explicándole en pocas palabras lo que había descubierto.  Por lo que me dice Graciela, Robin está en Paraguay.  Se enteró de mi nota y quiere que lo llame cuanto antes.

—¿Qué estás esperando?

Ariel Avilar se levantó y fue a buscar un paquete de galletitas de agua.  Tenía hambre.

—Es que... no me queda crédito en mi celular.

—Pero, ése no es problema, Afa —sacó de su cintura su pequeño aparato—. Usaremos el mío, dale.  No nos vamos a perder esta oportunidad.  Dictame el número.

Luego de presionar los trece dígitos en su celular, Natalia se lo pasó.

—Tomá, hablá vos.  Lo puse en manos libres para que escuchemos los dos.

Ariel tomó el aparato y vio que la mano le temblaba cuando oyó el tono del llamado.  Luego de unos segundos alguien contestó.

—Hable.

—¿Hola? Si... ¿señor Wood?

—Sí...  Pero depende con cuál Wood quiera usted comunicarse, ¿Ronny o Robin?

—Con Robin Wood —dijo Ariel, mientras cruzaba una mirada de extrañeza con su amiga.

—Un momento.

—Natalia, ¿escuchaste bien? ¿Ronny Wood? ¿Quién es, el de los Rolling Stones?

Robin ya estaba en línea, escuchando.

—No señor, este Ronny está más cerca de tocar el arpa paraguaya que un bajo eléctrico. ¿Quién es?

—¿Robin? Habla Ariel Avilar, ¿me ubica?

—¿Avilar?  Claro que sí, pibe. Estaba esperando tu llamado. Pero ahora no tengo mucho tiempo, justamente estoy por salir.  Contame en dos palabras qué descubriste.

—¿Se acuerda de lo que me escribió en el libro, “Seguí buscando”?

—Claro que si.

—Bien, estuve descifrando lo escrito en la tablilla.

Buscó frenéticamente sobre la mesa el arrugado papel que le había dado el Licenciado Alejandro Márquez.                       

—Es un pequeño poema. ¿Se lo leo?

—Algo recuerdo, pero dale nomás.

Ariel entonó con fuerte voz.

 —“Padre-madre, busco tu presencia donde sale el sol, busco en dónde se esconde, busco tu contacto...”

Robin Wood terminó el párrafo.

—“Colmar mi mochila con tu amor”. ¡Bien, Avilar! Lo logró...

—Sí, después hay otra frase al final de la historieta, “Yo también persigo la no muerte”.  Robin, ¿le puedo hacer algunas preguntas?

—Qué bronca, che, ahora no tengo tiempo.  Pero tenemos que seguir hablando. Dejame tu número que yo te llamo más tarde. 

—Pero hay algo que no quiero dejar para después.  Es muy importante.

—Bueno, rápido por favor.

Avilar se sentó al lado de Natalia, que escuchaba con los ojos tan abiertos que parecían salir de las órbitas.

—Lucho Olivera tiene una historieta de Nippur de Lagash escrita por usted, pero nunca salió publicada. ¿Por qué?

—¿Qué decís, Avilar? Todo lo que escribí de Nippur fue publicado. De eso estoy seguro...

—El capítulo se titula El Código de Uruk.

—No.  Ese nunca lo escribí.  A veces otros guionistas trabajaban usando mi nombre. Cosas de la editorial, ¿viste?

—Si, lo sé, pero no creo que este sea el caso.  Lucho dice que usted lo escribió y que antes de publicarlo le pidió que no la presentara en la editorial.  Él la guarda como un tesoro.  No he podido leerla con cuidado, pero recuerdo que en las primeras páginas un anciano le dice a un niño algo como “Pequeño Petirrojo, mira la ciudad de Uruk”.

Robin no contestó.   Un silencio sucio por alguna interferencia en la comunicación fue lo único que escucharon a través del diminuto parlante del celular.

—¿Robin? ¡Hola! ¿Me escucha?

—Si, Ariel.  Acá estoy.  Dejame tu celular y te llamo cuanto antes. Es importante.

Cuando la comunicación llegó a su fin, Natalia y Ariel se quedaron sentados a la mesa, uno enfrente del otro, mirándose sin siquiera pestañear.  Precisamente no eran pensamientos de amor y deseo los que estaban intercambiando, muy normal en situación de incipientes parejas.  Tanto ella como él estaban escrutando y sacando conclusiones sobre la reacción de Robin.

—Afa, ¿te diste cuenta cómo se alteró cuando escuchó el diálogo de la historieta?

Ariel se puso de pie.

—No perdamos tiempo.  Vamos a hacer lo siguiente.  Preparate algo de comer. Tengo fideos si te gustan.  Mientras, me doy un baño.  Después vamos a ir a imprimir todas esas fotos que están en tu cámara.

Se le acercó y le dio un beso.

—Natalia Beatriz Arlegain, después vos y yo vamos a celebrar esto como se debe.

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