
Capítulo 18
“A toda velocidad desde el sur”
El famoso escritor paraguayo se encontraba de pie, alargando su brazo izquierdo para ayudar al caído Avilar a recobrar su postura, en pleno Paseo Rivadavia, la calle peatonal de Quilmes. Desde arriba miraba al aterrado muchacho que, desplomado en el piso, mantenía su boca abierta por la descomunal sorpresa.
—Avilar, no me voy a quedar parado aquí toda la vida. Vamos, levantate que no fue nada.
—¡Por Dios, usted es Robin Wood! ¡No lo puedo creer! ¿Cómo llegó hasta Quilmes? ¿Cómo me encontró? —dijo Ariel mientras se ponía de pie.
—Y yo no entiendo por qué estás corriendo, como escapando de algo... o de alguien.
Robin Wood empujó a Ariel por el hombro, obligándolo a caminar en forma apurada.
—Robin, ¿dónde vamos...?
—Tenemos que encontrar a Lucho.
El lujoso BMW que manejaba Robin corría a una velocidad descomunal a través del acceso sur, camino de regreso a la ciudad de Buenos Aires. Conducía aquel bólido con suma cautela, dominando la máquina como si fuese su propio cuerpo. Ariel no disfrutaba de las altas velocidades así que aprisionó su cuerpo contra el respaldo del sillón, bien sujeto y atrapado con el cinturón de seguridad. Robin miraba de reojo las facciones tensas de Ariel que, sentado a su lado, no se animaba a hablar, quizás debido a la trascendencia de la situación o bien al revoltijo que le estaba causando la mezcla de la sorpresa, la angustia y la velocidad. Robin Wood rompió el helado silencio de Avilar.
—Ariel, antes que te acomodes a todo esto que está sucediendo y me atormentes con preguntas, te voy a contar cómo es que estamos vos y yo manejando este BMW camino al hotel.
Luego de un rebaje en la marcha, siguió hablando.
—Ayer me llamaste al mediodía. Me agarraste justo cuando iba a salir a una reunión con la gente que está organizando el parque que lleva mi nombre. Me dijiste que habías podido leer el mensaje escrito en sumerio en la historieta de Nippur. Yo sabía que lo ibas a descubrir, sólo faltaba que te diera un pequeño empujón. Lo hice porque vi en vos al pibe que yo fui hace muchos años. Pero más allá de eso, lo hice en forma inconsciente, sin pensarlo. Fue impulsivo, como un acto reflejo. ¿Me entendés?
—Sí...
—Cuando me entrevistaste en el hotel, revivió un muy viejo deseo que creía haber olvidado. Vos fuiste el que abrió el candado del arca que guardaba mi sueño y que yo había enterrado en el tiempo. Vos abriste la tapa y me dijiste: “Robin, tenés que encontrarlo”.
—Perdón, pero no entiendo bien...
—Ya lo vas a entender. Vamos de a poco. Si descubrías el mensaje secreto de la historieta de los bárbaros, yo no tendría dudas que iba a recomenzar la búsqueda de mi Santo Grial. Cuando me comentaste el significado de los jeroglíficos, entonces vi al Mago Merlín que volvía a mí y me enseñaba el camino. Eso fue lo que pasó ayer al mediodía. Pero después me relataste lo que habías visto en lo de Lucho Olivera. Eso colmó mi asombro y comencé esta cruzada. Con “El Código de Uruk” me mostraste el primer trozo del mapa que me llevará al Grial. Me falta mucha información, y para eso viajé desde Asunción este mediodía. Cuando llegué al aeropuerto, antes de alojarme en el hotel, fui hasta lo de Lucho. Pero no lo encontré.
—Yo también lo quería ubicar...
—Imagino que sí. Traté de situar a Lucho donde sea, pero no apareció en ningún lado. Cuando vuelvo a su departamento, ya más tarde, me encuentro con el horror del incendio. Estuve dando vueltas y vueltas entre el trabajo de los bomberos y el chusmerío de la gente, hasta que me enteré que Lucho no estaba allí. Entonces fue que te llamé, porque presumí que vos estabas enterado y te necesitaba. Llamé a tu celular y me atendió el dueño de un bar de Constitución. Cuando saliste corriendo, te habías olvidado el teléfono, los libros, todo. A propósito —giró levemente la cabeza y miró de roeojo al asiento trasero—, ahí atrás están tus cosas y el libro “El Escarabajo”.
Ariel Felipe Avilar vio sus pertenencias prolijamente envueltas en una transparente bolsa de nylon.
—¡Gracias, Robin! Salí como espantado por el diablo y suerte que no dejé mi cabeza en el bar. Muchas gracias.
—No. A mí no me agradezcas. Tu amigo Raúl fue quien me dio tus cosas tal como las ves ahí, cuando fui a buscarlas. Ese tipo sí que es un buen hombre. Confió en mí. Esas personas le siguen dando valor a la palabra honestidad. Yo quería encontrarte, pero ¿cómo? Si tenía tu celular en la mano, seguro que allí estaba almacenada tu agenda. Y en tu agenda debería figurar el teléfono de tu casa, el de tus viejos. No me equivoqué. Llamé a tus padres y me atendió tu mamá. Encantadora la Nilda. Me dio tu paradero. No tuve más que pisar este acelerador —Robin apretó un poco más el pedal— para llegar donde estabas con tu amigo. ¿Siempre salís a la calle corriendo de esa manera?
Ariel inventó una risa.
—No, es que... se me hacía tarde...
El auto aminoró su marcha mientras llegaban al puesto del peaje. Wood giró la cabeza y miró el perfil de Avilar.
—Bien. El tema es que ahora tenemos que dar con Lucho. Él está en peligro.
Avilar esperó en hacer la pregunta hasta que Robin arrancó el BMW luego de abonar el importe correspondiente.
—¿Cómo sabe que Olivera está en peligro? ¿Peligro de qué?
—Ariel Avilar, estudiante universitario y profesor de historia antigua, ¿no son esos tus títulos? Bien, “El Código de Uruk” es algo así como un mensaje secreto.
—¿Mensaje secreto?
—Si. Un mensaje dirigido hacia mí, pero por alguna extraña razón no me lo fue dado. A propósito, ¿sabés que significa Robin en ingles?
Avilar, mucho más calmado, pero no menos aturdido, respondió:
—Creo que es un pájaro...
—Exacto. Robin significa petirrojo.
Irrumpió una pausa de silencio antes que Ariel hiciese la deducción.
—Claro. En la historieta, el viejo decía “Pequeño petirrojo” y le hablaba a un niño —miró a Robin, quien le guiñó un ojo en señal de aprobación—. ¿Acaso ese viejo le estaba dirigiendo un mensaje a un Robin Wood niño?
—Así es. Esa historieta debía llegar a mis manos, pero Lucho lo retuvo. No sé por qué.
—Entonces, ¿quién fue el que la escribió?
Robin Wood, tragó saliva antes de revelar.
—Adivino que fue mi abuelo.
Ariel Avilar se rascó la cabeza.
—Su abuelo... su abuelo... —chasqueó los dedos de su mano derecha—. ¡Ah! ¿Su abuelo materno, el padre de su madre... su... “padre-madre”?
—El mismo.
Avilar comenzaba de pasar del nerviosismo a la ansiedad. Y como siempre, antes de exponer un acabado discurso, juntó y estiró sus manos hacia delante para luego hacer crujir sus nudillos.
—Entonces, ya lo sé. Usted, Don Robin Wood, está buscando a su abuelo. Digamos que... lo está buscando hace muchos años. Yo diría de una forma un poco... lúdica. Debe ser como una búsqueda del tesoro, un juego entre usted y su abuelo. Usted le enviaba mensajes escondidos en las historietas de Nippur de Lagash, hace treinta y cinco años y luego su abuelo le contesta con otra historieta. Usted lo creía muerto, pero ahora presume que puede estar vivo y que Lucho Olivera tiene la cartografía necesaria para encontrarlo. ¡Claro! Eso es... pero... —volvió a rascar su cabeza— yo veo esta forma de comunicación un poco extravagante. Mensajes secretos, enigmas. Tanto lío. Pero bueno, yo no sé nada. No sé qué digo, perdóneme. Quizás a usted y a él le apasionaban esos juegos, esas formas de deducir cosas...
Robin Wood lanzó otra carcajada. Las deducciones de Ariel Felipe Avilar le estaban divirtiendo.
—¡Ja ja ja! Sos genial, Ariel... Si. Tenés toda la razón en lo que dijiste. Mi abuelo y yo éramos muy compañeros, muy buenos amigos. Yo tenía tan sólo cinco años pero mi mente ya era prodigiosa. Jugábamos a descubrir mensajes ocultos, o los inventábamos si no los había. Ahora, necesito que me digas cómo es que conseguiste ver esa historieta de Nippur.
Avilar tragó saliva.
—¿”El Código de Uruk”?
Robin comenzó a conducir a lenta velocidad.
—De eso estamos hablando. ¿Cómo llegaste a descubrirla?
—Yo no descubrí la obra...
—¿Quién fue entonces?
—Natalia...
—¿Quién es Natalia? —Robin preguntaba sin dejar que Avilar terminara de pronunciar la última palabra.
—Mi... —titubeó— Es una amiga.
—Una amiga, ejem. ¿Cómo fue eso?
—Natalia es sobrina segunda de Lucho y se hicieron muy amigos desde hace un año.
—¿Sobrina? Seguí.
—Un día por casualidad, ella vio la historieta...
—¿Por casualidad? Seguí.
—Lucho se enojó con ella. Pasó el tiempo y nos conocemos en la facultad. Ella me dio el dato de esta historieta inédita de Nippur, y me propuso sacar fotos de la obra, sin que Lucho se entere.
—¿Ella te lo propuso? ¿Sin que Lucho lo sepa?
Ariel Felipe Avilar sintió enrojecer sus mejillas.
—Bueno, sí. Al principio yo me negué...
—Pero lo hiciste.
—Si, si. Fue el sábado pasado. Mientras ellos se iban para el cine, yo entré en el departamento y, bueno... le saqué unas fotos a la obra.
—¿Fotografías?
—Con una cámara digital. Pero todo se complicó porque regresaron al departamento antes de tiempo.
—Y Lucho te vio...
—No... Yo escapé por el balcón. Sólo pude fotografiar las dos primeras páginas. Después, bueno, yo, en fin... la policía.
—¿La policía?
—Fue una confusión. Creyeron que estaba robando en el departamento.
—Tenían razón.
—Bueno —Avilar inventó una nueva risa—, yo no robé nada... Me dejaron libre.
—¿Te registraron?
—No, pero tengo un conocido en la comisaría que me vio. Por eso me dejaron salir enseguida.
—¿Un conocido? Seguí.
—Ahí terminó todo. Al otro día lo llamo a usted.
—¿Y la tal Natalia?
—Nos juntamos y logramos imprimir las fotos.
—¿Dónde están las fotos y las copias impresas?
—Las tiene ella.
Robin Wood frenó el lujoso automóvil sobre el viejo adoquín de una calle oscura de San Telmo, subrayada con las inútiles vías de un desterrado tranvía. Dio un profundo suspiro y con sus manos peinó su cabellera hacia atrás.
—Tenemos que encontrar a esa Natalia y que nos entregue todo.
Ariel se sintió incómodo debido a la forma casi despectiva con la que Wood pronunciaba el nombre Natalia.
—Perdón, pero ¿hay algo que le moleste de Natalia?
—¿Molestarme? No. Más que molestarme, me preocupa. Hay cosas que no encajan. Primero, que Lucho Olivera no tiene familiares. No tiene sobrinos, ni sobrinos segundos, ni terceros. Ella te mintió. Segundo, que no habrá sido por "casualidad" que ella haya encontrado la historieta. Sabía muy bien que tal obra existía. Seguro que trataba de robarla, pero Lucho la agarró con las manos en la masa. Luego se hace amiga tuya. Sabe que sos un fanático. Sabe de tu amor al arte. Sabe tus debilidades. Te lleva a que consigas ejecutar su plan. Ella toma la postura de inocente en todo este juego y deja que vos te ensucies las manos. Seguramente quería que terminaras detenido. Vos tras las rejas y ella con la obra en sus manos, libre. Algo falló en el final de su plan.
Ariel Avilar escuchaba atónito las palabras del gran escritor paraguayo y comenzaba a inquietarse. A inquietarse mal.
Robin continuó.
—El incendio... No me extrañaría que Natalia esté involucrada con esto. Es muy probable. Un nuevo intento para sacarte del medio. Ella ya consiguió lo que quería. Ahora vamos a ver qué se propone tu... amiga —Robin miró directo a la espantada mirada de Avilar.
—No puede ser...
—¡Claro que puede ser, mi sorprendido amigo! —respondió Wood con una leve sonrisa socarrona.
Avilar intuía que su tan adorado guionista estaba divagando una historia macabra. "Robin, viste mucha televisión o leíste muchas historietas" hubiese querido decir. Pensaba que su extraordinaria capacidad de fantasía estaba tejiendo una historia nueva. Le resultaba increíble cómo él podía armar un cuento con lujo de detalles tomando unas pocas situaciones reales y armando una historia de intrigas, de fanatismo, de traiciones y de muerte.
Pero las deducciones de Robin Wood bien podrían ser ciertas.
Natalia bien podría ser muy diferente a la persona que él veía.
Ariel dudó de toda la situación. Como si una espesa niebla obnubilara todo lo que estaba viviendo, deformando realidades, impidiéndole ver qué o quién tenía delante de él.
Comenzó a desconfiar de Natalia. ¿Se llamaría realmente Natalia? ¿Lo habría usado como decía Wood? ¿Por qué no podía contactarse con ella? ¿Por qué le había mentido?
También desconfió de la historia que contaba Wood. ¿Acaso esa historieta contenía un mensaje trascendental? ¿Era un mensaje dirigido hacia Robin Wood? ¿No sería una pantomima de algo desconocido aún? Dudó de hasta el mismo Robin. ¿Qué hacía el escritor en Buenos Aires, manejando un lujosísimo auto y absolutamente solo? ¿Por qué lo había ido a buscar llegando hasta Quilmes?
Y de Lucho Olivera, otro tema que no encontraba respuesta. ¿Por qué estaba en peligro? ¿Quién provocó el incendio? ¿Dónde estaba ahora mismo el famoso dibujante?
Todas estas preguntas surcaron su mente en fracción de un segundo. La niebla se veía cada vez más espesa.
—Ariel, debemos buscar a Natalia. ¿Sabés dónde vive?
—En Barracas.
Robin puso primera y arrancó.
—Guiame hasta su casa.