
Capítulo 19
“En el antiguo barrio industrial”
Noche de luna creciente. Una gran “C” colgada desde el cenit espiaba a través de las nubes. En el viejo barrio de Barracas las luces callejeras apenas iluminaban aquella cuadra. Un auto importado se movía despacio entre las calzadas de asfalto destrozado y de duros adoquines. Con las luces bajas marcando su ruta, buscaba una dirección donde detenerse. El poco movimiento de la ciudad de otro lunes que iba muriendo, completaban la silenciosa escena. Finalmente, el BMW detuvo su marcha y su motor. Nadie bajó del automóvil durante unos minutos. De pronto, la puerta del acompañante se abrió despacio, una delgada figura salió, luego la cerró con cuidado y comenzó a caminar por la vereda unos pocos metros hasta alcanzar el pórtico de una gran casa, oculta tras un alto paredón blanco. Buscó el llamador y presionó el portero. Una voz femenina contestó.
—¿Quién es?
—Buenas noches. Soy Ariel Felipe Avilar y busco a la señorita Natalia —respondió mientras podía ver su cara reflejada en el panel metálico. Una luz direccional iluminaba justo en su rostro y alcanzó a ver una lente. Al comprobar que se trataba de un portero visor y suponiendo que lo estaban mirando, sonrió y acomodó su cabellera.
—Un momento —le respondió la mujer.
En un instante la gran puerta se abrió y emergió una figura descomunal, según los conceptos de Avilar. Una mujer de madura edad, repleta de virtudes que Ariel apreciaba, lo saludó con mucho afecto.
—¿Así que vos sos Ariel? Un placer conocerte. Soy Adelina, la mamá de Natalia —se le acercó para darle un beso en la mejilla. Ariel respondió de la misma manera.
—Encantado señora. Disculpe la hora, estoy buscando a su hija.
La mujer le tomó la mano y lo invitó a ingresar.
—No te hagas ningún problema. Yo recién llego de mi trabajo. Entrá, por favor. Natalia ya llega.
Ariel ingresó en una lujosa recepción de reducidas dimensiones. La madera reinaba, tanto en las paredes como en el piso. Un soberbio perchero de pie invitaba a dejar colgado un sobretodo, también un sombrero, y debajo un refinado paragüero para introducir un costoso paraguas inglés o un bastón de categoría. Ariel nada llevaba encima, sólo su mirada, la que iba depositando en cada lugar que observaba. Desde la recepción se accedía a un amplio living, a un pasillo y a una rústica pero cuidada escalera de madera. La casa no daba la impresión de haber sido construida en Barracas. Más bien, le pareció a Ariel, que la misma había sido transportada desde otras costas, tanto alemana como inglesa. Adelina subió la escalera con rápidos pasos, sólo apoyándose en la punta de sus costosos zapatos, sin posar los delgados tacos.
—¡Nati! ¡Bajá que llegó Ariel! —gritó subiendo las escaleras, mientras Ariel la miraba de atrás.
Había escuchado de la filosofía popular el decir que si se tiene serias intenciones con la novia, antes de proponer matrimonio, es necesario saber cómo se ve la futura suegra. Avilar no tenía serias intenciones por el momento pero, por lo menos, una parte muy importante ya estaba más que aprobada. Quedó clavado en su sitio, observando rápidamente la pequeña galería de arte que decoraba la recepción, el pasillo, las paredes y lo que alcanzaba a ver del living. Muchos cuadros –demasiados- vistiendo las paredes, colgados uno al lado del otro, con poco espacio entre ellos. El lugar asemejaba un museo de bellas artes. No sólo las pinturas exhibidas, sino otras obras tales como pequeñas esculturas y otros objetos de belleza exótica, contribuían a lograr un ambiente cargado de elevada cultura con reminiscencia de una intelectualidad inalcanzable a las personas comunes. Ariel estaba suspendido en estos pensamientos, cuando Natalia bajó corriendo por las escaleras.
—¡Ariel! ¡Qué sorpresa!
Lo abrazó con fuerza y le dio un beso. La joven notó que la energía devuelta por Ariel no era equitativa a la que ella le estaba ofreciendo en el reencuentro.
—Ariel, ¿estás bien? ¿Qué te pasa?
Él la tomó de los brazos y la miró directamente a los ojos.
—¿No estás enterada del incendio?
—¿Qué incendio?
—El departamento de Lucho...
Un repentino afloje en el cuerpo de Natalia demacró su imagen.
—¡Dios mío! ¡No sé nada! ¡Contame qué paso!
Ariel se acomodó en uno de los amplios sillones.
—Esta tarde incendiaron el departamento de Olivera.
—¡NO! —se llevó la mano a su boca, tratando de esconder su expresión de horror—.¿Y Lucho?
—Nada se sabe, nadie lo encuentra. Pero decime, ¿no viste las noticias hoy? ¿Dónde carajo estuviste? Desde la tarde que estoy llamándote y me dio siempre ocupado.
—No estuve en casa en todo el día. El celular debe estar roto, no sé. Intenté hacer llamadas, pero es como que no tengo línea. Recién, hace un ratito, es que volvió a conectarse. Pero contame más del incendio, Dios mío…
—Ya a esta hora los bomberos deben haber terminado el trabajo.
Natalia le tomó la mano.
—¿Viniste hasta acá para contarme eso?
Ariel se desplomó en el sillón, estirando las piernas y los brazos. Accidentalmente pateó una refinada mesa ratona, pero no se inmutó.
—Sí. Estoy desesperado. Lucho Olivera desapareció. Además creo que me están buscando.
—¿Quién te busca?
—La cana.
—¿Estás loco?
El joven restregó sus ojos con los puños cerrados.
—Si, estoy loco. Pero eso no es lo más importante. Tenemos que encontrar a Lucho. Te necesitamos.
—Hablaste en plural. ¿Hay alguien más?
—Vine con un amigo.
—¿Quién? ¿Dónde está?
—Está afuera, me está esperando en el auto —Avilar cambió la actitud circunspecta por otra casi chistosa, lo que ayudó a relajar los ánimos entre los dos—. Es Robin Wood.
Natalia se quedó mirando los ojos de su novio, preguntándose si Ariel estaba bromeando.
—No me jodas. ¿Robin Wood? Mentira…
—No, no es mentira —miró profundo los ojos de la muchacha, cuando un mareo de sentimientos lo ahogó por un segundo.
Las palabras de Robin Wood horadaban la superficie de sus emociones, comenzando a perforar de a poco sus convicciones. ¿Ella le había mentido, lo estaría haciendo en ese momento? Adoraba a esa niña pero no se dejaría engañar por la ceguera del amor. Si Natalia escondía algo, él lo iba a encontrar.
—Todo esto es verdad. Escuchame. Robin Wood se enteró de lo de Lucho y vino a la Argentina. Él tampoco sabe dónde está y me fue a buscar hasta Quilmes. Dice que está en peligro, que es urgente que demos con él. Pero necesita de las fotocopias de la historieta. Y la cámara también.
—¿Para qué? —interrumpió—. ¿Qué tiene que ver eso?
—Mirá... no lo sé, bien, pero Robin dice que la historieta tiene mucho que ver con su desaparición y el incendio.
Ella quedó en silencio, apartando su vista.
—¿Robin?... ¿Robin Wood?... ¿Está afuera?
Ariel la tomó del brazo y fueron hasta la puerta de entrada de la casa. Los dos salieron a la vereda y le señaló el auto estacionado a pocos metros. El BMW dio señales con las luces. Natalia se estremeció.
—Esperame un minuto que ya vengo.
La espera demoró mucho más que sesenta segundos. Natalia salió de su casa, transportando la cámara y varios papeles. Subieron al auto y éste partió, internándose en las calles de asfalto destrozado, bajo una luna en C que poco podía alumbrar.