
Capítulo 20
“No se puede confiar en nadie”
—Chicos, espérenme en aquellos sillones. Ya vuelvo.
El gran lobby del Aspen Towers Hotel era una imagen marchita, comparándola con aquella llena de vida que había visto Avilar cuatro días antes. Robin Wood se dirigió al mostrador para hablar con el conserje de turno. Natalia y Ariel se sentaron juntos en un ancho sillón. Los dos permanecían en silencio, observando a la distancia cómo Wood parlamentaba y cómo más tarde se dirigía a los ascensores. Natalia era una máquina humana sobrecargada de ansiedad.
—No me gusta nada esto, Afa. No me gusta...
Avilar la miró de reojo, tragando sus palabras. Él sentía que estaba en el lugar indicado, en el momento indicado y con las personas indicadas.
—Afa, escuchame. Este señor Wood, será todo lo grande que quieras, pero hay algo de él que no me cae bien.
Ariel no pudo contener su silencio.
—¿Qué? ¿Te pasa algo con Robin?
Natalia se le arrimó y le habló con voz lo suficiente baja para que escuche sólo él, pero lo bastante fuerte para que denotara su molestia.
—Afa, vos podés saber vida y obra de Robin hasta con lujo de detalles, pero hay una verdad: ni vos ni yo sabemos nada sobre su vida privada. Siempre tené presente que es uno de los mejores guionistas de historietas del mundo. El tipo tiene un súper cerebro con súper ideas para inventar las mil y una historias.
—¿Y...
—¿Cómo "y..."? ¿No te das cuenta? Pensá un poco con esa cabezota que llevás arriba de tu cuello. Es muy probable que nosotros dos seamos personajes en uno de sus cuentos. O algo mucho peor. Por lo que escuché en el viaje mientras veníamos para este hotel, Robin tiene la idea de que el atentado a Olivera está relacionado con “El Código de Uruk”. Fue extremadamente vago en sus explicaciones cuando le pregunté la importancia de la historieta. Me envolvió en las palabras de viejos cuentos de contratos especiales que Lucho nunca llegó a cumplir. Pero no me la creo. Acá hay gato encerrado. Te digo más, quizás el tipo que vimos recién subir por los ascensores no sea Robin Wood. Puede ser un impostor. Hacé memoria, Ariel. Ayer llamaste a Paraguay y yo escuché la conversación. Te atendió un tal Ronny, que después te pasó con Robin. O eso nos pareció. Vos le contaste todo, entonces se enteró de la historieta de Lucho. Ahora, ¿quién fue el que estaba escuchando en Paraguay? ¿Fue Robin? ¿O acaso el misterioso Ronny? ¿Será Ronny un primo, un familiar? ¿Será el hermano? Ariel, ¿acaso vos sabías que Robin tenía un hermano?
—No...
—¿Serán mellizos? ¿Gemelos tal vez? Podrían ser idénticos y vos no notarías la diferencia. Viste a Robin sólo cinco minutos, lo conociste por fotos, pero si el parecido es casi idéntico, estamos ante un impostor —la joven elevó el tono—. No quiero inventar historias, pero no es gratuito que tanto vos como yo estemos acá, juntos.
Avilar comenzó a transpirar el cuello y la espalda.
—Natalia, estás diciendo cualquier cosa. Y bajá un poco el volumen.
Ella moduló en voz baja, pero enfureció su expresión y le habló directamente al oído.
—¿Diciendo cualquier cosa? Mmm... Sólo estoy haciendo conjeturas. Supongamos que este Ronny tomó el lugar de Robin. Viene a la Argentina. Se dirige para ver a Lucho. Busca la historieta. Lo encuentra. Se deshace de él, de una forma que no sabemos. No sé, pudo haberlo descuartizado y para hacer desaparecer el cuerpo incendia el departamento. Luego, el asesino piensa: "Hay otro que sabe que la historieta existe". Ése sos vos. Va, te busca, viaja hasta Quilmes, y te encuentra. Te sube a su lujoso auto. Vuelve con vos para eliminarte, quizás en el puerto o en otro lugar. Te hace preguntas y descubre que hay otra persona que también conoce y vio la historieta: Natalia. Te obliga ir hacia mi casa. Hace que yo no deje ninguna evidencia sobre la historieta. Ahora las tiene todas él, con el supuesto de formar un equipo que va tras Lucho Olivera. Pero no es así. Ahora nos tiene a los dos juntos. Vamos a correr la misma suerte que Lucho...
—¡Pará, pará! —temblaron las cuerdas vocales de Avilar.
Las suposiciones de su novia le parecieron tener lógica, pero le resultaban poco creíbles. ¿Poco? Una nueva duda infectó la poca estabilidad emocional que había sembrado Robin Wood tan sólo una hora antes.
Ariel Felipe Avilar sintió que transitaba al mismo tiempo por dos rutas a toda velocidad.
Una de sus rutas ingresaba a un túnel junto con una Natalia muy distinta a la que saliera por el otro lado. Antes de atravesar el oscuro corredor, la niña que atrapó su corazón mostraba una actitud valiente, honesta, sin prejuicios ni miedos; con un carácter comprador y un temperamento adorable. Con esa sonrisa siempre dibujada en su cara, atrapó con cariño a una personalidad tan única como difícil: la de Lucho Olivera. Ariel, indeciso al principio pero seguro con el correr de las horas, comprendió que estaba camino a enamorarse de esa joven tan bella por afuera como intrigante por dentro. El corazón de Avilar no era un músculo fácil de domesticar ni tampoco caía en los arrebatos del enamoramiento sin perder los estribos de la razón. Ariel y Natalia compartían las mismas pasiones. Había encontrado a una mujer que, más allá de los atributos físicos, vivía las mismas pasiones que él. Pasión por un mismo artista, por un mismo arte, por la Historia, pasión por ir un poco más allá de lo dispuesto. Y sobre todo, entrega. Sin miramientos ni caprichos. Sumado a todo eso, Natalia no perdía la cualidad de la mujer que lo afectaba en buena razón: la debilidad femenina de buscar refugio y protección en un hombre. Pero luego de salir del túnel, Natalia había cambiado. Su actitud honesta dejó de serlo, y Ariel lo sintió como una rajadura delgada surcando un fino cristal. Tal vez todo era parte de un plan en la que él formaba parte, un ardid premeditado y confeccionado mucho tiempo antes del primer contacto. Tal vez ya había cumplido su rol en ese guión y ya no era necesario. Tal vez Wood tenía razón y según lo estipulado debería estar encerrado y fuera de juego. Tal vez Natalia le había mentido. Que ella no fuese familiar de Lucho Olivera poco le importaba en aquel momento. No tenía importancia comparado con la gran farsa que, tal vez, estaba actuando. Recordó el mote, el apodo con el que hizo contacto vía mensaje de texto: Hacha de Doble Filo. Y fue al evocar ese nombre cuando un temblor recorrió su cuerpo. Tal vez era todo cierto...
Por otro lado, las conjeturas que terminaba de expresar Natalia construyeron otro túnel; esta vez la imagen de Robin Wood se vio afectada al salir del otro lado. Pero no se trataba de cambios entablados con su personalidad, ni alteraciones afectados a su genialidad de autor, sino que Robin Wood ya no era Robin Wood. Tal vez era otra persona, un impostor. Quizás Robin podría estar actuando y comportándose como un supuesto asesino. La figura de un aparente hermano gemelo, de nombre Ronny, tomaba un color de terror, si es que el terror pudiese ser definido en una paleta. Tal vez Robin Wood estaba al margen de todo aquello y su gemelo había engañado a todos. Ariel le había contado un secreto que tal vez Ronny estuvo buscando por años: el lugar exacto donde se encontraba la historieta. Tal vez la historia del abuelo que Robin le había contado fuese verdad, pero los últimos acontecimientos llevaron a una terrible sospecha. Tal vez Ronny se había apoderado de la historieta de Nippur de Lagash y para lograrlo tuvo que dejar de lado a Lucho Olivera, su autor. Tal vez incendió su departamento para hacer desaparecer el cuerpo de la víctima. Tal vez su siguiente misión fuera sacar del medio al otro testigo de la existencia de la obra y se había tomado la molestia de ir a buscarlo hasta la ciudad de Quilmes. Tal vez planificaba deshacerse de él, pero se había enterado de un segundo testigo. Tal vez ya tenía a los dos juntos, a Natalia y a él, allí, juntos como conejos de laboratorio, preparados para un siniestro experimento. Tal vez era todo cierto...
Ariel Felipe Avilar sintió su espalda húmeda por la transpiración y un temblor continuo en su mentón. Estaba en peligro, parado justo en la mitad de un segmento delimitado por Natalia en un punto extremo y un tal Ronny Wood en el opuesto.
Tal vez todas sus suposiciones no fueran ciertas, y rogó para que así sea.
—¿Te dejaron solo?
La pregunta de Robin Wood interrumpió abruptamente sus especulaciones. El escritor apareció frente suyo, de pie, sosteniendo un pequeño maletín con una mano y una lata de jugo de fruta en la otra.
—¿Adónde fue? —Ariel miró en derredor, de un lado a otro, pero no vio a Natalia.
Wood dejó el equipaje sobre la alfombra y se sentó en uno de los sillones. Bebió en forma poco delicada del pico de la lata.
—Ahhhh... Cómo me gustan estos jugos... —pasó el dorso de su mano por la boca.
Ariel se levantó para poder ver mejor el gran lobby, tratando de divisar a su amiga.
—Hace cinco minutos estaba a mi lado...
—¿Me extrañaban? —la voz de Natalia se escuchó claramente mientras regresaba desde uno de los pasillos del hotel—. Como se demoraba tanto, me dieron ganas de hacer pis.
Robin Wood la miró de costado y le sonrió.
—Les di el tiempo suficiente para que puedan ir a una habitación, pero veo que no lo aprovecharon. No dejen pasar la próxima oportunidad, muchachitos —enderezó la postura y se ubicó en el borde del sillón—. Ahora, siéntense y escuchen atentamente.
Mientras Natalia y Ariel se ubicaban uno al lado del otro, Wood terminó de beber el jugo y vio que esta vez no se había volcado ni una gota sobre la camisa. Dejó el envase en la mesa de vidrio situada al lado del sillón.
—Tengo noticias de Lucho Olivera. Me informaron que dejó el país esta misma tarde —miró su reloj pulsera—, hace casi siete horas. Tomó un vuelo de Aerolíneas Argentinas con destino a México DF. Sacó sólo un pasaje de ida, de lo que deduzco que no piensa volver.
Los dos muchachos mostraban en sus caras alivio y sorpresa. El consuelo, saber que Lucho Olivera estaba con vida los había tranquilizado, sobre todo a Avilar que aún sentía las alarmas de los patrulleros rastreando su paradero. La sorpresa, por el viaje de Olivera hacia la ciudad más populosa del mundo, tan lejana de su Barrio Norte.
—¿México? ¿Vamos a ir a buscarlo allá? —preguntó Ariel como cuestionando un imposible.
Robin Wood miró fijo a los ojos de cada uno.
—Esto es lo que yo quiero pedirles: que me ayuden a encontrarlo. Necesitamos ir allá, hoy mismo si es posible. Les pido su colaboración, porque solo se me hace imposible, y necesito ayuda. Nos los quiero obligar, pero... casi. ¿Aceptan?
Un largo silencio devino en una exaltada reacción de la bella Natalia.
—¡Ja ja ja! Esto sí que es impensado, más bien muy loco. Hace un rato estaba en casa, tranquila y ahora me encuentro metida en un apriete debido a la locura de un hombre que huye miles de kilómetros para escapar de no sabemos qué. ¿Ir hasta México? —Natalia agarró su cabello con las dos manos haciendo una cola por sobre su hombro derecho.
Robin Wood la escuchaba con una sonrisa.
—Niña, podés volver a tu rancho. Avilar y yo nos vamos a complementar perfectamente —la intimidó, pero sabía de antemano la respuesta que ella le iba a dar.
—No, no me confundas, Robin. Por supuesto que voy a ir, pero todo esto es muy... muy imprevisto.
Robin desvió la mirada hacia Ariel, que escuchaba sin decir nada pero no podía mantener su boca cerrada.
—¿Ariel Avilar?
Ariel tragó saliva, se puso de pie, estiró sus pantalones y volvió a tomar asiento.
—Robin, no puedo decirte que no, pero... la facultad...
Wood le puso la mano sobre su rodilla.
—No te preocupes, yo lo arreglo.
Natalia evidenciaba una creciente excitación y comenzó a mover sus piernas, como siguiendo el ritmo de una samba brasileña.
—¿Y cómo vamos a costear el pasaje? ¿Vamos a ir con lo puesto?
—De eso no se preocupen, yo lo arreglo.
—¿Y los documentos? ¿Los pasaportes? Yo el único viaje internacional que hice fue una vez cruzar el Río de la Plata para estar un par de horas en Colonia...
El escritor paraguayo sonrió.
—No se preocupen, yo lo arreglo.
—Robin, por lo visto, vos todo lo arreglás —dijo Natalia tratando infructuosamente de levantar una ceja—. Si te vamos a seguir en esta aventura necesitamos saber cómo vas a poder solucionar todos estos "pequeños" escollos —mientras pronunciaba el adjetivo gesticuló con las manos para dar a entender que lo decía entre comillas— y además, ¿cómo te enteraste que Lucho Olivera viajó a DF?
Robin Wood se acomodó en el sillón y pasó la mano por su cabellera. A continuación dijo una frase que retumbó como un axioma.
—Tengo mis contactos.
Se levantó, tomó el maletín desde el piso y ordenó.
—Arriba. Avisen a sus familias que van a dar un paseo.