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Capítulo 2

 

Huéspedes cansados

 

 

—Sí señor Wood.  Tal como lo pidió, le reservamos la habitación en suite.   Tome, aquí tiene la llave.  Cuando pueda, me hace el favor de firmar el libro de visitas. Tengan ustedes muy buen día y una feliz estadía.

El conserje del Aspen Towers Hotel de la ciudad de Buenos Aires se comportó de una manera más que sobria y cortante.   Robin Wood sintió como si los hubieran despachado, pero “no vine aquí para hacerme amigo de él” pensó.   Junto con su secretaria personal, Graciela Sténico, habían llegado desde España a la capital argentina por varias razones.   Una de ellas era una especial invitación.   El Correo Argentino había emitido estampillas con motivos caricaturescos y una de ellas representaba a Savarese, su famoso personaje del agente siciliano del FBI.  Robin era el invitado de honor en aquella ceremonia que se celebraría aquella misma noche.   Al día siguiente su agenda lo llevaría a entrevistarse con editores deseosos de volver a publicar su obra.

—Graciela, ¿hay otras actividades para hoy? —preguntó a sus secretaria una vez instalados en la suite.

La eficiente señorita Sténico colocó sobre la mesa la florida agenda en la que anotaba absolutamente todo.   Era la encargada de organizarle la vida a Robin.   El cien por ciento de los contactos pasaban por ella y tenía la venia de Wood para decidir si la propuesta de una entrevista, reunión o algún otro acontecimiento se realizaba o no.   Tal era la confianza que Robin depositaba en la señorita Sténico.   Bebió un sorbo del café negro que había preparado en la cafetera eléctrica de la habitación y comenzó a buscar en la agenda.   Robin Wood fue hasta el frigobar y abrió una pequeña lata que contenía pulpa de fruta.

—Bien, Robin, descansemos un poco.   A las 12:30 tenemos la primera reunión, aquí en el lobby del hotel.

—¿De qué se trata, che? —le preguntó mientras se recostaba en la cama.

—Es de un tal Ariel Felipe Avilar, un joven estudiante de historia.

Robin bebió un trago del jugo.   Por la incómoda posición casi horizontal en que estaba en la cama, derramó un poco del líquido que cayó sobre su camisa.   No le importó, con el dorso de mano se limpió la boca.

—¿Y para qué quiere verme?

—Dice que para una entrevista.   Él tiene una web propia  dedicada a las historietas.   El nombre de la web es... —enfocó la vista para leer bien lo que había escrito—  www.rebruto.com.

—¿Qué? ¿¡REBRUTO!? —con mal gesto colocó la lata sobre la mesa de luz y se frotó los ojos—. No Grace, decile que no.  Estoy hecho pelota, quiero dormir toda la tarde.   Aparte con ese nombre, rebruto, debe ser una mierda de página. ¿Tenés el teléfono del flaco, no?

Su secretaria estaba muy habituada al mal hablar de su jefe y cuando él decidía algo, ella generalmente no lo contradecía.

—Okay Robin, lo llamo. Yo lo arreglo.

Con un brusco accionar al tratar de alcanzar su bolso donde estaba el celular, Graciela volcó con su brazo derecho el café sobre la agenda.

—No, ¡qué idiota! —rápidamente enderezó el pocillo, pero el negro café ya se expandía sobre la hoja—. ¡Qué idiota! —volvió a maldecirse.  Tomó una hoja tipo tissu y trató de secar la mojada superficie.  Con horror vio que el número de celular de Avilar figuraba totalmente borroso.

Robin abrió un ojo y comprendió el pequeño accidente de su secretaria.

—Grace... Grace... la torpe Grace —dijo en tono burlón.

—No, no es nada, sólo un manchoncito —minimizó al tratar de leer el indescifrable número—. Mmm, no sé si es un 6 o un 8... Éste parece ser un 1... Mmm, no.   Lo siento Robin.   Perdimos el contacto.

Su jefe volvió a cerrar los ojos.   Pensó unos instantes.

—A las doce y media estaremos en el lobby —fueron las últimas palabras que pronunció Robin antes del primer ronquido.

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