
Capítulo 21
“Recluido en el altillo”
Miró sus manos. Detenidamente, casi con minuciosidad. Repasó sus uñas, las arrugas de sus nudillos, el vello del dorso que iba cambiando a un tono blanquecino. Observó la palma de su mano derecha y recorrió las líneas que las surcaban. Miró la llamada "línea de la vida", ese surco que tanto atrae a los profesionales de la quiromancia. Muchos adivinadores le habían predicho una muerte prematura cuando la estudiaron. Esa línea era corta, desaparecía a los pocos centímetros luego de nacer, tanto en una mano como en la otra. Recordó a renombrados brujos y gitanas que por unos dineros permitió que contemplaran sus manos. Y rió en cada sentencia de muerte. Rió a carcajadas sabiendo de la estupidez que le estaban pronosticando. Aquellos que ayer habían vaticinado su muerte precoz, hoy ya ni el polvo de sus huesos guardaban sus tumbas. Él siguió viviendo y siguió riendo. Pero esa risa se había agotado mucho tiempo atrás, cuando descubrió que la hora del final estaba acercándose inexorablemente. Debía encontrar el modo de volver a no envejecer y esa empresa es la que piloteaba desde hacía décadas. Una meta que debía cumplir como primer paso de una cadena que lo llevaría a su más codiciado sueño. El sueño de los que buscan y adoran el poder: ser el único.
Ella ingresó despacio en la oscura habitación tan solo iluminada por la luz de un viejo televisor blanco y negro. Él se encerraba en aquella sala del tercer piso de la casa, casi un altillo, con una minúscula ventana que jamás había sido abierta. Se acomodaba en una silla de mimbre y miraba pasar los programas, uno tras otro, mientras su mente y pensamientos iban en otra dirección. Ella lo tomó por atrás, apoyando sus manos en los hombros y acarició su cuello. Ella arrimó su boca a la mejilla izquierda y mordió apenas el lóbulo de su oreja. Él no gozó. Luego ella acercó su boca a la otra mejilla, y se acercó a su oído. Le dijo con muy bajo volumen, pero resonó como un grito de mil triunfos.
—Está en México.
El hombre tomó con firmeza la mano de su mujer y suspiró profundo. La caza de la pista que lo llevaría a su meta le estaba siendo esquiva pero debía aferrarse en aquella posibilidad. El tiempo se terminaba, ya no daba recreo en su búsqueda.
—Juré encontrarlo a cualquier costo y no voy a faltar a mis promesas, mi amor.
Se levantó de la silla y la miró de frente. Su estatura inmensa empequeñeció el cuerpo de su amante.
—El maldito se burló de mí, no sé si podrás entender mi odio. Debí liquidarlo esta mañana, debí torturarlo... ¡Se burló de mi! De sólo pensarlo lo llevaría a la eternidad y lo haría sufrir durante los siglos de los siglos...
Fue hasta el televisor y apagó el aparato. El altillo quedó a oscuras, pero su mujer juró ver que el cuerpo del hombre que ella amaba irradiaba luz, como una transfiguración pagana.
—El fuego que ardió en su casa aún debe estar vivo y haré lo mismo con su cuerpo, pero no morirá.
—Cálmate, por favor, no desgastes energía. Tenemos que viajar a México, cuanto antes y seguiremos recibiendo información.
—Toda mi energía está en encontrar lo que buscamos y cuando eso ocurra —Umberto Vissi pasó su mano por detrás del cuello de Adelina—, vos y yo seremos para siempre ...
Acercó su boca a la de ella y la besó, con más furia que amor.