
Capítulo 24
Asunción, Paraguay
“Café negro para cuatro”
A la noche le faltaban pocas horas para morir, pero aún reinaba su poder de tinieblas. La primera señal de vida de aquella madrugada en el oscuro boulevard de Asunción fue la de un taxi avanzando lentamente. Cuando se detuvo, tres personas descendieron e ingresaron a la casona. El mayor de los tres presionó la campana eléctrica, y como si eso no fuese suficiente, golpeó enérgicamente la puerta.
—¡Llegó Robin! —gritó.
Un minuto más tarde, la luz de la sala se encendió y también la única lámpara eléctrica que alumbraba la galería de entrada. Del otro lado de la puerta se escuchó una ronca voz de fastidio.
—Querido hermano, y la puta que te parió, sin ofender a nuestra madre.
Cuando Ronny Wood abrió la puerta de su casa, vio a su hermano acompañado por dos jóvenes que mostraban claros signos de cansancio.
—Ronny, no te muestres desagradecido por el madrugón que te ofrecemos. Es un muy buen día para comenzarlo desde temprano —fue la disculpa poco amable de Robin.
—Santísimo Jesús, hermanito. Nos vas a volver locos. Espero que mis hijos no se hayan despertado.
Ronny los invitó a ingresar. Robin le presentó su compañía. Tanto Natalia como Ariel ofrecieron los más respetuosos saludos y las excusas pertinentes. Avanzaron a oscuras por los ambientes de la casa y llegaron a la cocina, en donde Ronny, en forma inmediata, comenzó a preparar una suculenta taza repleta de café para cada uno.
—Robin, ¿se puede saber qué estás haciendo? —preguntó mientras abría la alacena—. Ayer viajaste casi de madrugada a Buenos Aires, y en menos de veinticuatro horas estás de regreso… —giró la cabeza y miró los muchachos—. Y con invitados. Debe ser algo grave lo que te traes entre manos.
Robin se sentó a la mesa y estirando todo su cuerpo, con ambas manos tratando de tocar el cielo raso, respondió.
—Aún entre manos no tengo nada, pero seguro que en poco tiempo sí.
Su hermano sirvió la negra infusión y se sentó. Los jóvenes se ubicaron tímidamente en la punta de la gran mesa.
—¿Es sobre lo que me contaste ayer? —hizo la pregunta mirando de reojo a Natalia y a Ariel. Robin esclareció.
—No te preocupes, ellos están al tanto de lo que pasa. Tenés razón, es sobre la historia del abuelo, pero en las últimas horas el tema se complicó. Estamos tras los pasos de Lucho Olivera, que desapareció de su casa y sabemos que viajó a México. Estamos ahora acá, haciendo algo así como una especie de escala, porque la idea es tomar un vuelo cuanto antes para DF. Pero antes yo debo hacer una visita en otro sitio. Te pido un favor, dales a los chicos un lugar donde puedan dormir un poco.
Ariel sintió que estorbaba. Dio una pequeña patada a Natalia por debajo de la mesa.
—No Ronny, por favor, no te preocupes por nosotros. Mirá, de tanta adrenalina que hemos estado generando las últimas horas, no podríamos dormir, así que... olvidá el pedido de Robin. Si él debe salir, nosotros también. Saldremos a recorrer Asunción apenas despunte el sol. Es una ciudad llena de historia y no vamos a desperdiciar esta oportunidad —miró a Natalia, guiñándole un ojo—. ¿No es así, Nati?
—Claro, claro, por supuesto. No creo que después del vuelo en la avioneta de Robin desde Buenos Aires pueda volver a cerrar un ojo —bromeó Natalia.
—¿Robin…? —el dueño de la casa se desconcertó—. ¿Escuché bien? ¿Piloteaste una avioneta?
El escritor respondió con una sonrisa mientras bebía el primer sorbo de café bien caliente.
—¿Y qué hay de extraño en eso?
—No sabía que eras piloto.
El escritor volvió a tomar otro trago de la negra bebida.
—Hay tantas cosas que no sabes de mí, hermano mío. Pero no te preocupés, yo tampoco me conozco en plenitud. Sé como volar una avioneta, es verdad —con rostro pícaro guiñó un ojo a Natalia —lo que no sabía era aterrizar…
La muchacha comenzó a sentir que todo su cuerpo pesaba una tonelada.
—Ronny, ¿tenés una cama? —preguntó—. Después de enterarme de esto, creo que me voy a desmayar...