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Capítulo 32

 

 

“Un código en Uruk”

 

 

Ruidos y olores de restaurante. Cóctel de perfectas combinaciones para el apetito. Gente hablando, en silencio, bebiendo, masticando, riendo, chicos correteando. Sabor a fritura, parrilla, carne asada, vapores, esencia de vinos, fragancias caóticas amalgamadas en exacta proporción.

Los tres hombres se sentaron a la vera del inmenso ventanal que miraba hacia la selva. La selva de miles de años que todo lo abraza, lo sepulta y lo esconde. La selva que guarda más secretos que cientos de bibliotecas perdidas. Yucatán duerme sus siglos de historia bajo el manto verde de hojas y raíces. Wood, Olivera y Avilar atravesaban el momento aciago en todo restaurante: esperar el pedido cuando el hambre demanda. El mozo no demoró en llevar la bebida a la mesa. Una botella de cabernet­.

—Brindemos por el reencuentro, Lucho —invitó Robin.

Las copas tintinearon en lo alto.

—Bien —el escritor carraspeó—, acabamos de escuchar por boca de la niña una historia que bien pueden creerla o no. No sé que hay detrás de este hombre Umberto Vissi, del afán de conseguir la historieta para recuperar un elemento que salvará el planeta. Demasiado para mi gusto. Pero lo que viví esta mañana no me deja muchas alternativas: acá hay algo de cierto. Los centinelas, estos guardianes… El que robó el secreto, el hombre que busca Vissi, ¿lo conociste, verdad Lucho?

—Arturo del Castillo, Roume, José Luis Salinas, Rapela... pudo haber sido cualquiera... —Olivera nombró a dibujantes extraordinarios. Interfirió una pausa que Wood y Avilar respetaron. El artista miró a través de la ventana como buscando el infinito a través de la densa vegetación—  Todos estábamos allí, en la convención de México de 1975. Él me buscó, me eligió, pero pudo haber sido otro con mayor prestigio, con más técnica y capacidad. Quizás haya sido mi personaje de Gilgamesh que tanto lo había impactado. Me contactó y me trajo hasta este lugar.

—¿Cómo se llamaba?

—Lorenzo De Zeballos. Él era guía turístico en las ruinas. Aquel día, el 21 de marzo, en equinoccio, lo encontré en la pirámide...

—¿Cómo era físicamente? ¿El color de sus ojos? —Robin comprendió que comenzaba a vociferar en demasía cuando dos turistas sentados a una mesa vecina giraron para observarlo con una mirada reprobatoria. Instinto automático, bajó el tono de su voz—  Perdón… ¿no recordás si tenía el pelo rizado?

Olivera dejó de mirar a través del ventanal y tomó aire para responder, cuando el mozo llegó con tres hamburguesas y las dejó delante de cada uno. Miró el sandwich en su plato. Retiró el plato un par de centímetros.

—No tengo apetito.

Robin Wood, con ambas manos en su hamburguesa y en plena mordida alcanzó a decir algo que el resto apenas comprendió. Luego hizo una seña al dibujante para que no se detenga con la respuesta.

—Sí, sus ojos eran claros. Sí. Su mirada, transparente. No dejó de sorprenderme su cabellera. Negra, abundante y rizada, sí. Y su barba más negra, pero su tez blanca, tostada por el sol mexicano.

El escritor paraguayo no pudo evitar un temblequeo nervioso que comenzaba a reflejarse en sus manos.

Ariel Avilar, que observaba toda la situación con los ojos más abiertos de lo que su naturaleza podía abarcar, registró la expresión de Wood. Se atragantó con el sandwich cuando quiso preguntarle si la descripción que Lucho estaba haciendo correspondía a la de su abuelo, pero el sentido común le indicó que siguiera en silencio, conservando secretos como diario de adolescente.

Robin Wood bebió un sorbo del cabernet y su copa cerca estuvo de quebrarse entre sus dedos. Tragó. Apoyó el vaso con cuidado sobre la mesa. Lucho devolvió preguntas a su viejo amigo.

—¿Por qué estás tan interesado en su aspecto físico? ¿Acaso lo conocés? —Olivera suponía la existencia de una relación entre Lorenzo De Zeballos y el escritor.

—No… Pues… Creí que su nombre me era familiar. Pero no… Lo confundí por un momento. ¿Cómo sabés que él es el guardián que todos andan buscando?

El dibujante abrió su boca para narrar el rito que había vivido dentro de la pequeña pirámide subterránea, pero se arrepintió a tiempo. Tanto su amigo paraguayo como Ariel, ¿acaso ellos deberían conocer los secretos que De Zeballos reservaba?

—Sólo me encomendó hacer los dibujos.

—¿Cómo es que no me dijiste nada de esto?

—Aquella tarde —Lucho inició el relato hablando pausadamente—, Lorenzo me encargó que dibujara una historia de Nippur con guión suyo. Lo dibujé con él, codo a codo. Me dio pautas muy puntuales para dibujar algunas escenas, sobre todo en algunas construcciones donde dirigió cada trazo, como el ziggurat. También en ciertas escenas urbanas, y en la topografía de las montañas. Por momentos yo simplemente fui la mano que dibujaba, pero casi toda la historia es obra de él.

¨Me dio la orden de conservarla en secreto y presentarla en la editorial cuando él me lo dijera. A los dos días regresé a Argentina. Nunca más tuve noticias de él. Yo guardé la historieta en mi casa, pensaba que era un lugar seguro. Jamás hubiese imaginado que Natalia me iba a traicionar…

Robin Wood terminó de tragar el bocado y preguntó:

—Decime, Lucho, ¿por qué volviste a Chichén Itzá?

—Tengo que encontrar a De Zeballos. Debo avisarle que corre peligro. Anteayer Vissi entró a mi casa y se llevó la historieta. Pero no fue la original. Yo había hecho una copia con dibujos y datos alterados, porque aquí el buen señorito —apuntó con el índice a Ariel— había intentado robarme la obra, pero una tormenta truncó su intento. Sabía que pronto volverían por ella y decidí crear una réplica falsa para salvaguardar la original.

—Sin duda —Avilar rompió su silencio— Vissi se enteró que no era la original y volvió, pero al no encontrarla incendió el departamento.

—No te preocupes por eso —Robin tranquilizó a Olivera—, yo me encargaré de restaurarlo. Me enteré que habías tomado un vuelo hacia México y vinimos a buscarte.

—Pero yo volé a DF, ¿cómo es que me ubicaron aquí, en Yucatán?

Robin bebió otro trago de vino ayudando a digerir el último bolo.

­—Ya lo sabés… Tengo mis contactos. Hoy no podés dar un paso sin que quede registrado en algún lugar. Sólo es cuestión de saber donde buscar.

—De nada sirvió todo esto… —se lamentó Olivera y habló en voz bien baja y grave, mientras recorría con su mano la cadena que colgaba de su cuello. Nada había dicho a nadie sobre la vasija—. Umberto Vissi ya está en camino de encontrar a De Zeballos.

—Pero, vamos, no perdamos tiempo —apuró Ariel Felipe Avilar—. Lucho, maestro, con sus recuerdos de los dibujos de “El Código de Uruk” tenemos todo servido para adelantarnos a los pasos que pudiera dar Vissi. ¿Cuántas páginas tiene la historieta?

—Diez.

—Tenemos las dos primeras fotografiadas en la cámara digital. Necesita hacer las ocho restantes.

—No, ocho no. Sólo siete —Lucho Olivera se puso de pie, y extrajo del bolsillo de su amplio pantalón una hoja de dibujo mal doblada y arrugada—. Aquí tenemos la página número 3.

—¿Cómo es que…? ¿Cuándo la escondiste? —preguntó Wood.

—Vissi no me vio entre tanto revuelo.

Robin quedó pensativo unos segundos. Se puso de pie también.

—Por favor, ¿cómo no lo dijiste antes? Estamos en peligro. Vissi ya debe saber que le falta una página y me juego el pellejo que no viajará a ningún lado sin esta pieza. Vámonos ya. Observaremos mejor esos dibujos en la ruta, lejos de acá.

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