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Capítulo 35

 

 

“Pasaje urgente a Buenos Aires”

 

 

Un joven estadounidense, de pie en el mostrador del bar, bebiendo a sorbos el café en su taza de plástico, se distrajo de buena gana al contemplar cómo las puertas automáticas se abrieron a tiempo para dejar pasar a una muchacha que, bolso plástico en mano, corría hacia los mostradores del aeropuerto internacional en Mérida.

Natalia Beatriz Arlegain llegó al puesto de ventas de pasajes de la American Airlanes.

—Buenas tardes —dijo la empleada luciendo su amplia sonrisa.

—Buenas tardes. Disculpa el apuro, pero es urgente. Necesito un pasaje para Buenos Aires.

La señorita detrás del mostrador frunció las cejas. ¿Qué le pasa a esta gente que está tan desesperada por ir a Argentina?, pensó. Poco más de una hora antes un hombre corpulento de blanca cabellera le había comprado el último pasaje disponible, solicitándolo de mala gana. Volvió a revisar en su computadora.

—Lo siento mucho, madrecita. El vuelo de las 16 horas lo tengo completo. El próximo sale recién mañana.

Natalia se impacientó, controlándose para mantener su amabilidad.

—Mañana es imposible. ¿Estás segura que no hay un pasaje reservado sin confirmar?

La empleada volvió presionar el mouse un par de veces.

—No, lo siento mucho. Pero mejor pregunta en la compañía Mexicana de Aviación. Ellos también tienen servicio con Argentina. En una de esas tienes suerte…

Natalia ya estaba corriendo para el otro mostrador.

En el puesto de la aeroflota mexicana, un empleado promediando los cuarenta años, de anchos bigotes, con rápidos y efectivos modales atendía a dos pasajeros hablando un correcto inglés. La muchacha asomaba su cabeza detrás de los turistas con el intento de apurar el trámite. El hombre de bigotes comprendió la prisa de Natalia. Con gesto sutil le pidió que esperara solo un minuto más. Minuto que demoró más de lo que determina un reloj. Ella no dejaba de pensar en su madre, tan sólo en llegar a su casa del barrio de Barracas y encontrarla viva.

—Ahora sí, niña. ¿En que puedo ayudarla?

—Un pasaje a Buenos Aires, pronto, por favor.

Rápidos movimientos sobre el teclado.

—No tenemos vuelos para hoy. El próximo es el viernes.

—Oh, Dios. ¡No puede ser!

—Hay otras alternativas —la calmó el empleado mientras consultaba horarios de otros vuelos—. Espera. A las 18 horas hay un vuelo directo a Ezeiza, pero que sale de DF. Si lo deseas, te preparo un combo aéreo. Un vuelo nacional desde Mérida hasta DF y de allí tomas el vuelo número 4549 a Ezeiza.

—¿Hay tiempo?

—De sobra. ¿Lo tomas?

—¡¡Sí!! ¡¡Por supuesto que sí!!

—Bien, ¿lo abonas con tarjeta o con dinero en efectivo?

Natalia extrajo con cuidado el pequeño fajo de dólares que Robin Wood le había facilitado. Era más de lo que necesitaba. Pagó con quince billetes de cien dólares.

 

 

Veinte minutos más tarde Natalia Beatriz caminaba por la manga para abordar el Airbus 318 rumbo a la capital mexicana. En la otra costa de la península de Yucatán, tres hombres arribaban a Cancún en un automóvil alquilado. Lejos de allí, a treinta mil pies de altura, Umberto Vissi surcaba los cielos sudamericanos a bordo de un Boeing rumbo a Buenos Aires, con escala en Santiago de Chile.

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