
Capítulo 38
Capilla del Monte
“Que el camino venga a tu encuentro”
La ruta nacional 38 sube girando levemente hacia la derecha y al llegar al punto donde comienza a descender, aparece asomando, de a poco, tal como en una sala de espectáculos cuando levanta el telón, uno de los paisajes más deslumbrantes de la provincia de Córdoba: la panorámica impactante de las Sierras Chicas con su fisonomía de piedra y verde, extendiéndose lado a lado en el horizonte. Las sierras forman una muralla gigantesca que aísla -y a su vez protege- al valle de Punilla del resto del mundo. Las montañas, geológicamente las más antiguas del planeta, se recuestan con su perfil desgastado de más de trescientos millones de años. Su aparente fácil acceso invita a caminar sus laderas, a treparlas, a disfrutar de la amabilidad de su geografía. Diferenciándose del resto y presidiendo el escenario, se yergue sobre todo lo demás una estructura gigantesca de piedra: el Cerro Uritorco. El majestuoso rey de piedra gobierna desde la máxima altura de las llamadas Sierras Chicas, con sus 1979 metros sobre el nivel del mar, con su perfil recortado y de superficie áspera. Pero lo que más caracteriza a esta montaña es el semblante agresivo. Los comechingones, antiguos habitantes de la región, lo han llamado Cerro Macho y lo consagraron como el esposo bígamo de dos hermanas, un cerro de doble punta de idénticas características, bien denominado Las Gemelas, donde su topografía contrasta con el Uritorco por sus suaves contornos y picos redondeados.
Robin Wood, uno de los más exitosos y prolíficos escritores de guión de historietas nacido en Paraguay, manejando por la ruta 38, se impresionó al ver aquel paisaje. El sol comenzaba a descender matizando la falda de las sierras. Los colores se transformaban en diferentes ocres y rojos. El paraguayo comenzó a estremecerse al ver el perfil del cerro Las Gemelas. Aquella figura la había visto antes, dibujada por su amigo Lucho Olivera en una página de una historieta de Nippur de Lagash que ahora llevaba consigo. Una reproducción idéntica a la montaña que desfilaba lentamente a su derecha.
Dejando ver su lado de piedra, el imponente zigurat se le hizo presente ante sus ojos. Desvió el auto hacia la banquina y frenó la marcha para observarlo con detalle. El Cerro Uritorco se asemejaba a Inanna, el sagrado zigurat de Uruk. Cada borde, cada línea del cerro dibujaban con exactitud el templo de la ciudad mesopotámica de Sumeria. Sus laderas frontales trepando hacia la cima delineaban las dos grandes escalinatas de la pirámide sagrada de Uruk. Robin buscó el dibujo de Olivera y lo desplegó sobre el volante. Miró el zigurat de tinta china en el papel y volvió a observar el cerro. Una, cien veces. “Idénticos” pensó. Cerró un puño. Las palmeras de poca altura salpicaban todo el valle. Las palmeras Caranday, que habían sido dibujadas por su amigo. Cuando Robin vio la tercera página del Código de Uruk, un día antes saliendo de Chichén Itzá, reconoció aquellas palmeras. Esa pista llevó al escritor hacia el centro de la República Argentina, a ochocientos diez kilómetros de distancia de Buenos Aires.
—Éste es el camino.
El sol en el ocaso pintó las sierras con un tono rojizo, como si las mismas montañas comenzaran a arder. El Uritorco, como por arte de magia de un exquisito alquimista, transformó su roca en oro. El escritor dejó pasar algunos minutos contemplando uno de los espectáculos más bellos, hasta que los colores candentes se fueron apagando para pasar al tono de los grises. Puso en marcha el motor y encaró por el camino los pocos kilómetros que lo separaban de la ciudad de Capilla del Monte. Miró el reloj del auto que marcaba las 19:33. Casi dos horas habían pasado desde que arribara al aeropuerto internacional de la ciudad de Córdoba, donde alquiló un auto, esta vez cambiando de marca y adoptando uno de mayor resistencia a los duros caminos de montaña, una Suzuki Vitara 4x4.
Ingresó despacio a la ciudad. Capilla del Monte, uno de los centros urbanos con más historia de la provincia de Córdoba. Una aldea que nace a la vera de una estancia en el siglo XVI y que toma su nombre de un oratorio edificado sobre una de sus colinas. Tierra de raíces indígenas. Los comechingones la habían elegido como lugar sagrado. La aldea de ranchos comenzó a tomar el perfil de ciudad cuando habitantes adinerados de la capital de provincia construyeron caserones de dimensiones extraordinarias. Capilla del Monte fue adquiriendo prestigio y desarrollo, ayudada por la vía férrea, construida específicamente para unirla con la ciudad de Córdoba.
Robin manejó contemplando su vieja arquitectura, admirando la opulencia de las mansiones de antaño, venidas a menos tras el paso de los años, pero aún conservando la solemnidad.
—Abuelo… ¿dónde estás…?
Dirigió la camioneta a lo largo de la avenida principal atravesando la única calle techada de Sudamérica. La ciudad no logró su fama por la prodigalidad de ricachones ni por darse el lujo de contar con una calle con techo propio. Capilla del Monte es sinónimo de misterios esotéricos, secretos extraterrestres, energía sobrenatural. Su fama trascendió fronteras.
Miles de páginas se han escrito con sus historias fantásticas. Avistajes de ovnis, señales imborrables de aterrizajes extraterrestres, encuentros cercanos, base de flotas cósmicas. Civilizaciones enterradas, portales dimensionales. Relatos milenarios de leyendas, mitologías sobre el bastón de mando, trazado de la vida de Parsifal, templos. El Santo Grial.
¿Cuentos? ¿Teorías inventadas? ¿Experimentos de atracción turística? Todo en Capilla del Monte parece contradecir al engaño mediático divulgado desde hace décadas. La zona respira una templanza diferente, un microclima único que proviene del cielo y desde lo profundo de la tierra. Año tras año llegan a la zona miles de seres en busca de esa energía sobrenatural. Metafísicos, expertos en fenómenos extraterrestres, escritores, músicos, gente en busca de paz.
Condujo a paso de hombre la Vitara y encaró por los caminos de ripio y por las viejas calles asfaltadas. Sabía lo que buscaba, pero sin saber exactamente qué. Robin Wood rastreó alguna señal hasta que la claridad desapareció. La noche y el cansancio lo llevaron hacia un viejo hotel para pernoctar y poder reanudar la búsqueda de su abuelo al día siguiente. El tiempo no lo apremiaba, y de ser necesario volvería a su vieja forma de trabajar, como en los años de su juventud cuando peregrinaba por el mundo llevando su máquina de escribir portátil enviando sus guiones por correo.
Durmió mucho más de lo que había previsto. No escuchó la alarma de su celular programado a las ocho de la mañana. Cuando abrió sus ojos el reloj marcaba pasadas las diez en un viernes claro y caluroso. La dueña del hotel le sirvió en silencio un desayuno casero. Pan recién horneado con abundante manteca y un café con leche sabor a niñez. Asomó a la calle. Vio al viejo y abrupto Uritorco y sintió como que una fuerza extraña lo llamaba. Manejó por el camino hacia la base del cerro, bordeado por cabañas de pintorescas líneas, casonas con su línea señorial aún intacta, gran cantidad de puestos de venta con artículos regionales, turistas, lugareños a caballo. Robin conducía la Vitara observando con atención cada puesto a diestra y siniestra. Estacionó a la derecha del camino. Descendió y contempló la entrada a un lugar que lo cautivó.
El acceso al local estaba custodiado por un simpático extraterrestre vestido con ropas galácticas color verde. Detrás, una gran pirámide de lados plateados constituía el local de ventas ofreciendo productos relacionados con el misticismo zonal. Un muy buen anzuelo comercial, con mucho humor, pero Robin no fue atraído por su fachada mercantil. Un cartel indicaba el nombre del lugar: “La Pirámide Misteriosa”. Aquella pirámide encerraba un misterio arcano que el escritor presentía. Caminó despacio y se acercó para leer un par de inscripciones escritas en madera. Una de ellas enunciaba nombres dados al monte Uritorco, quizás en quichua o en algún viejo idioma comechingón: KEY-TAYT ANCHISPA, ALLPAMPY-INTIKCANCHAN, ANCHA-ALLINTA.
Fue el otro letrero el que lo dejó perplejo. Una bendición irlandesa escrita con grandes letras.
Que el camino venga a tu encuentro
Que el viento sople siempre a tu espalda
Que el sol te caliente la cara
Que la lluvia caiga con suavidad sobre tus campos
Y hasta que volvamos a encontrarnos
Que Dios te sostenga en la palma de Su mano
Apoyó su mano sobre la madera y se acuclilló. Cerró los ojos. Volvió…
… cincuenta y seis años atrás.
——— * * ———
— Abuelo, ¿por qué colocás este cartel en la puerta?
El hombre miró al niño. Los dos estaban sentados en la galería de la casa que miraba al poniente. Pocos minutos faltaban para que el sol se escondiera tras los algodones, allá lejos en el horizonte.
—Esta bendición, tan antigua como puedas imaginar, siempre estará al frente de mi casa, en cualquier lugar donde me encuentre viviendo.
—¿Qué quiere decir? —el niño se acomodó para escuchar la respuesta con atención.
—Es una invocación irlandesa. Nos llega de tus antepasados. Cuando se nos dice que el camino venga a nuestro encuentro, significa que no debemos seguir un camino que otros nos hayan elegido, no transitar una ruta que se nos ha prefijado. Nosotros debemos hacer nuestro propio camino. De esta forma seremos hombres y seremos libres. Quizás nos convertiremos en guías. Otras personas seguirán nuestro camino, eso es probable. Mucha gente necesita andar sobre terrenos conocidos, recorrer caminos que los lleven a metas definidas con anterioridad. Esto los transforma en prisioneros de la ruta que eligieron. Jamás podrán ser libres, aunque ellos no lo sepan. Dejemos entonces que el camino venga a nosotros y no al revés. Ser errantes en la vida es un don. Pero cuidado de no tener una meta. ¿Entiendes?
El niño acomodó su flequillo.
—Soy chico, pero no tonto, abuelo. Por supuesto que entiendo. Sigue…
—Recuerda Robin. La palabra errar tiene un buen significado. No es vagar de un lado a otro sin motivo. Errar es andar, implica un movimiento que te hace crecer, prosperar, aprender. El viajar es maravilloso, pero a la vez cansador. Porque viajar y no detenerse te agota, echa por tierra la esencia de la exploración. Porque peregrinar supone un traslado de un punto a otro, pero al llegar a destino deberás aprender lo que ése lugar te brinda. Lo bueno y lo malo. El andar denota también permanecer.
—¿Aprender qué? ¿Qué es lo que hay que aprender?
—Esa es la meta, la que no debe faltar en tu vida. El objetivo de tu odisea puede variar. Hoy persigues una meta, quizás sea una respuesta. La obtienes, pero esa respuesta originará otra pregunta, y es ahí cuando sales a buscar la satisfacción al nuevo interrogante. Contestando más específicamente a tu pregunta, deberás aprender lo que tu corazón necesita saber.
Robin Wood quedó mirando el atardecer, meditando cada palabra que había dicho su abuelo. Palabras que lo marcarían a fuego y que le diseñarían infinidad de trazados de rutas en el planeta. Palabras que definirían su futuro profesional, asignándole las cualidades de sus innumerables personajes de ficción. Cerró sus ojos negros, permaneciendo en sus adentros un largo minuto.
—Veo muchos caminos, abuelo. En todos estás vos y vienes hacia mí.
——— * * ———
Robin levantó sus párpados. Se incorporó.
—Es tu camino el que viene hoy hacia mí.
Se acercó al alien de dos metros, que con sus brazos extendidos lo invitaba a entrar en la pirámide. Abrió la puerta e ingresó como conteniendo la respiración. El interior estaba completamente atestado de libros, estatuillas, muñecos, dibujos, souvenirs, un lugar para la naturaleza, remeras, videos, todos productos relacionados con la metafísica, con la cultura extraterrestre. Robin Wood buscó directamente a su abuelo. Sabía que lo iba a encontrar. Detrás de un pequeño mostrador, solo una vendedora regordeta seleccionaba estatuillas de duendes y personajes extraídos de las historias de Tolkien. El guionista entonces comenzó a recorrer las vitrinas con libros de temática esotérica, sobre vida extra e intraterrestre, civilizaciones escondidas, la ciudad subterránea de Erks. Historias de misterio, de fantasía, pero al hojear las páginas de uno de los libros, las relaciones históricas con los sucesos de leyenda se complementaban sin lugar a lo absurdo. Robin conocía suficiente historia para evidenciar alguna falacia o engaño del historiador, pero las relaciones encajaban perfectamente. Sorprendido estaba leyendo el primer capítulo cuando sintió que una mano le tocaba apenas el hombro. Robin Wood dio un pequeño salto ante la sorpresa. Dio media vuelta, esperaba ver a su abuelo.
La regordeta de la empleada lo miraba con los ojos achinados por su amplia sonrisa, que inflaba sus cachetes.
—Perdón que lo moleste, pero parece que no me escuchó. ¿Necesita ayuda?
El escritor se dio cuenta que había tomado el libro como propio y se dejó llevar por su contenido, apenas le faltaba una página para terminar el primer capítulo.
—No me dí cuenta, disculpá por favor, me dejé llevar por la lectura —carraspeó—. Lo… Lo voy a llevar, por supuesto.
—Tenemos otros libros de investigación histórica, ensayos. Si quiere ver…
—No, por ahora no, muchas gracias.
—Por favor, siga leyendo si desea. Sólo preguntaba si quería ver más material. No lo obligamos a comprar nada —los ojos casi desaparecen entre sus mejillas cuando amplió la sonrisa y volvió al mostrador.
Robin Wood prensó el libro entre sus manos y se le acercó. Volvió a carraspear.
—Este… No sé cómo decirte… pero… —se rascó la cabeza— El letrero de la bendición irlandesa que está a la entrada, ¿sabés quién lo colocó?
—Ah, es hermosa, ¿no? La verdad que no sé quién fue. Yo comencé a trabajar aquí hace dos años y ya estaba ahí, como también la pequeña gruta de San Expedito. En un momento debe estar llegando mi compañero, que está aquí desde hace más tiempo. Le preguntaré.
—Tu compañero, ¿es una persona muy mayor?
—No, no. Tiene 34 años. Se llama Jere. Bueno, así lo llamamos. Su nombre es Jeremías.
—Y… Jeremías, ¿es el dueño de La Pirámide Misteriosa?
La empleada se sentó en la silla haciendo crujir las patas.
—No. Al dueño del local no lo veo, pues casi no aparece por aquí. El que tiene contacto con él es Jere.
—Y… —Robin comenzaba a impacientarse— ¿Por casualidad se llama Gilbert McLeod?
La regordeta abrió los ojos, que dejaron ver un color muy claro en la iris.
—¿Gilbert…? No… Pero si quiere saber, por favor, aguarde un minuto que le preguntaré a Jere.
—Ah… Muchas gracias, lo esperaré. A todo esto, ¿cuánto te debo por el libro?
Robin salió al jardín para ver las montañas, pero sobre todo para espiar aquel lugar. No había otra cosa que le llamara la atención, tan sólo un par de cabañas para alquilar que estaban cerradas. No había nadie más en el lugar. Un muchacho salió por la puerta del local y se le acercó.
—Disculpe señor —le tendió la mano para saludarlo, Robin respondió con un apretón de mano—. Eugenia me comentó que usted pregunta por el dueño del negocio. ¿Lo puedo ayudar?
Robin Wood tragó saliva. "Espero que sí" pensó.