
Capítulo 42
“El detrás y el enfrente”
Aquel día iba terminando. El sol se posó sobre la parte trasera de la 4x4, proyectando delante una sombra cada vez más larga en el pavimento de la autopista. La Vitara avanzaba a más velocidad de la máxima permitida, dejando atrás las sierras y todo un valle. Adelante, más abajo, la ciudad de Córdoba surgía con sus primeras luces. Más allá, el aeropuerto y el regreso. Robin Wood volvía manejando con la vista hacia adelante, sin querer mirar hacia atrás, donde su abuelo y sus raíces habían quedado. El sol lo empujaba desde el poniente; la noche lo aguardaba asomando en el oriente.
Su vista no perdía la atención en la ruta, pero su cabeza era un torbellino de interrogantes. En aquel valle había encontrado respuestas para preguntas viejas, pero se estaba llevando preguntas nuevas que no tendrían contestación. Resonantes misterios de trascendencia más allá de lo humano y lo conocido. Dimensiones escondidas, perpetuidad de la vida, puertas hacia otros mundos. Ya no eran temas de ciencia ficción que Robin había escrito como guión de historietas, o que había leído en cientos de libros o visto en demasiadas películas. Era una realidad que había escuchado de su propio abuelo, pero que no la había podido comprobar. No sabía el método que Urshanabi usaba para mantenerse vivo cada cincuenta años. Tampoco dónde quedaba la Puerta de los Erks, por donde transitar de una dimensión a otra. No conoció la forma de hacerlo. No vio a ningún habitante de la vieja Uruk hablar con su abuelo, ni supo de las funciones de un Centinela. Todas esas dudas hubieran encontrado una respuesta si él hubiese aceptado la función, pero sacrificó el conocer todo aquello a cambio de una vida normal, conocida, pero no por eso menos interesante ni menos peligrosa. Amaba demasiado a la vida tal como la había vivido y sabía que faltaba hacer todo por delante. Robin no iba a ser el sucesor, entonces, ¿quién tomaría su lugar? ¿Podría su abuelo elegir a otra persona? Si era así, ¿a quién? Y si nadie podría entonces tomar el cargo de Centinela, ¿su abuelo estaba obligado a continuar otros cincuenta años más hasta formar a otro? Cuando trató de averiguar todo aquello, su abuelo no quiso contestarle y Robin aceptó su decisión de callar. Pero de todas maneras, sabía que su abuelo no iba a morir. O bien seguiría vivo de Puerta en Puerta o pasaría a formar parte de Uruk.
Una década atrás, Robin escribió el capítulo trascendental de Nippur de Lagash, que tituló “Adios a Lagash”. El personaje, luego de una decisión que le llevara mucho tiempo tomarla, abandonaba su ciudad para siempre. Caminando despacio sobre las piedras, yendo hacia un sol rojo desvaneciéndose en el horizonte, con su sombra alargándose detrás suyo, como si no quisiera desprenderse de Lagash. “No volví la cabeza. Sabía que si lo hacía, jamás hubiera podido partir” relató el guerrero en la última viñeta. Más de diez años habían pasado desde que Robin escribió el texto y sintió que en ese momento reflexionaba exactamente como su personaje.
El avión partía en dos horas. Despegaría desde el aeropuerto internacional de Pajas Blancas de la ciudad de Córdoba y lo llevaría de regreso a la capital argentina. El escritor activó su celular. Lo había desconectado cuando llegó a la Quebrada de la Luna; muchos días había permanecido apagado. El aparato comenzó a emitir una chicharra molesta, anunciando que varias llamadas habían sido recibidas. Conectó el enlace Bluetooth y escuchó por el equipo de audio del auto.
La primera llamada era de Graciela Sténico, comunicándole que el nuevo contrato en Italia ya estaba concretado y le preguntaba, con cierta ironía y bronca, si pensaba regresar algún día a España.
Luego había tres llamadas y todas provenientes de una misma persona: Ariel Felipe Avilar. La primera, “Hola Robin, soy Ariel. Tengo noticias importantes y tenés que saberlas. No quiero adelantarte nada pero hubo novedades. Bueno, llamame o... te llamo yo de vuelta. Chau”. La segunda, “Soy yo otra vez, si podés llamame pronto”. La tercera se escuchaba como una petición desesperada, “Robin, ¿dónde estás? Por favor, por favor, comunicate conmigo cuanto antes”. El escritor inmediatamente respondió el llamado.
—¿Hola? —la voz de Ariel.
—Ariel, soy Robin.
—¡Robin! ¡Robin! ¿¡Dónde estás!? ¿¡Estás bien!? —gritó excitado Ariel.
—Primero calmate. Estoy bien, estoy manejando. No tengo mucho tiempo. Contame qué pasó —fue la respuesta lacónica de Wood.
—¿Tenés un minuto...? ¿Un rato...? ¿Podés escucharme bien? —Ariel habló nervioso, poniendo más nervioso a Robin.
—¡Si boludo, hablá de una vez!
—Bueno... mirá... yo.... —torpemente intentaba sintetizar para ser lo más claro y breve posible—. Desde que llegué... no aguanté... Me puse a buscar a Natalia. Perdoname, pero no te hice caso, sé que no debía.... Vos me habías dicho que no haga nada, pero...
—Pero lo hiciste, sos un... —Robin se detuvo antes de putearlo.
—Si, lo sé. Soy un idiota, pero mirá, todo fue para bien. Natalia está internada, está bien, sólo tiene un corte en su brazo...
—¿Qué pasó?
—Cuando volvió a su casa en Barracas se encontró con Vissi. Los dos habían llegado en el mismo momento, una terrible coincidencia. Natalia buscaba a su mamá, pero Vissi le contó que la había matado y quiso matarla a ella también. Pero yo había llamado a la policía la noche anterior, ¿te acordás? Bueno, en ese momento la policía estaba dentro de la casa y la ayudaron a tiempo. Le pegaron unos cuantos plomos al tipo, pero no murió. Lo detuvieron. Vissi tiene todos los cargos en contra. La cana escuchó la confesión que le hizo a Natalia. Descubrieron el cadáver de su mamá enterrada en el fondo de la casa. Umberto Vissi está sentenciado para toda la eternidad; no va a salir más.
—¿Cómo te enteraste de todo eso?
—Lo llamé a Enrique Tossán, mi amigo que trabaja en la policía. Él me contó.
—¿La viste a Natalia?
—Por supuesto. Ella está bien, un poco vendada. La herida de la bala y del cuchillazo están cicatrizando. Está fuera de todo peligro. Estoy todo el tiempo a su lado. Pronto le van a dar el alta. Ahora el que me preocupa es Lucho. Le quiero contar todo esto, pero no lo ubico.
—Lucho está bien. Yo le voy a comentar todo esto. Va a estar más tranquilo y podrá volver a su departamento muy pronto.
—Si, por favor... —Ariel bajó el ritmo acelerado con el que venía hablando— Robin, decile al maestro que... que lo quiero mucho.
Robin sonrió y también se relajó.
—Claro, Ariel. Se lo voy a decir. Yo también lo quiero mucho.