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Capítulo 5

 

“El viejo equipo estéreo”

 

 

El departamento estaba integrado por ambientes pequeños y estrechos, lo cual no era una desventaja para Ariel.  El costo del alquiler no era excesivo.  Lo que valoraba era su edificación en el centro de la ciudad de Quilmes, muy cercano a la centenaria estación de trenes.  Era lo que Avilar necesitaba para vivir en el lugar que lo vio nacer y crecer.  Aunque ejercía sus ocupaciones a 30 kilómetros de distancia, en Buenos Aires, él jamás trocaría el sur por el centro.

La tarde noche de ese día de primavera se respiraba algo pesada y húmeda y los mosquitos comenzaban a amenazar las zonas desnudas del cuerpo.   Ariel, enfrentado al monitor de su computadora, transcribía la entrevista realizada al mediodía a toda velocidad, pues deseaba publicarla al día siguiente en la página web.   Le solicitó a su amigo Eduardo Carasi  -el asistente técnico y webmaster de rebruto.com- que publicara la entrevista a Robin Wood al día siguiente para que pueda ser leída por todo el mundo.   Manipulando con un dedo el viejo equipo de música, reproducía las conversaciones grabadas aquel mediodía.  Cuando las palabras de Wood se diluían entre el ruido de fondo (voces, murmullos, risas, zumbidos varios y otros sonidos que Ariel juraba no haberlos escuchado en su momento), presionaba la tecla de STOP, luego la de REW para retroceder el casete y nuevamente la de PLAY para escucharlas con más atención.   El viejo botón de rebobinado del viejo equipo estéreo de una sola casetera ocasionalmente se trababa y la cinta retrocedía una larga distancia.   Esto generaba una gran pérdida de tiempo en su trabajo, pero Ariel lo aprovechaba para volver a oír las palabras del escritor y observar los cambios de tono en la voz.  Cambio que fue rotundo cuando el escritor paraguayo negó que la creación del personaje de Gilgamesh haya sido de Olivera.  “Por lo que dice Robin, la historia es suya, pero ¿por qué no la publicó como de su autoría como ya lo hacía con Nippur de Lagash y otros guiones en la editorial?  ¿Por qué ese pacto con Lucho Olivera?”.

La historieta Gilgamesh fue publicada por primera vez en diciembre del año 1969. El primer episodio se llamó “Yo, Gilgamesh el Inmortal” con “textos y dibujos de Luis Olivera”.  La historia del inmortal se publicó hasta octubre de 1975.  Cinco años más tarde, Robin Wood retomó el personaje y escribió los guiones en donde Olivera hizo relucir todo su genio y maestría en los dibujos.  

Avilar no encontraba respuesta a su interrogante.   Un llamado telefónico al dibujante bien podría despejar las dudas.   El contacto de Avilar con Olivera se había iniciado dos años antes, con el lanzamiento de la página web donde la entrevista y un gran despliegue de información de su vida y obra conformaban la parte principal de rebruto.com.   La relación entre ambos se mantenía en términos profesionales de buen agrado, puesto que Avilar -en forma regular- recurría a él por razones técnicas.

Al finalizar la transcripción del reportaje, Ariel suspiró.   La entrevista le daría a la página una gran promoción y experimentaba un elocuente orgullo por poseer material de sus dos grandes ídolos: Robin Wood y Lucho Olivera.   La obra de ellos encarriló la vida de Avilar desde los años de la escuela secundaria, donde su vocación se volcó hacia la historia y el arte de la historieta.   El reportaje de Robin Wood le dejaba algunas dudas que no dejó traslucir en los comentarios adicionales.   Vía mail envió a Eduardo Carasi el trabajo recién cumplimentado.   Volvió a respirar hondo, feliz.   La misión se había cumplido a la perfección.

El reloj digital sobre el escritorio marcó las 22:44.   Comenzaba a sentir hambre.   La última hamburguesa lo esperaba en el freezer vacío de su heladera.   Lo acompañaría con los restos del puré instantáneo que había preparado la noche anterior.   Y destaparía la lata de su cerveza preferida, la Quilmes, como no podría ser de otra manera.  Brindis en soledad.   Seleccionó de su corta colección musical uno de sus discos compactos preferidos: Grandes Éxitos de Julio Sosa.   El cd debía encontrarse gastado después de tanto uso.   Clásicos como “Cambalache”, “En Esta Tarde Gris” y “Mano A Mano” lo transportaban a otra dimensión.   Se sentía muy identificado con “Otario Que Andás Penando” y más que descrito en “Qué Me Van A Hablar De Amor”.   El tango representaba para Ariel Felipe Avilar la perfecta mixtura entre la poesía de la vida ciudadana y la cadencia sonora de la melancolía y la sensualidad.   Mientras preparaba su ordinaria y ya rutinaria cena, volvió al libro de Nippur de Lagash para releer la dedicatoria en la página 161.   En su cabeza retornaron los comentarios de sus compañeros de facultad esa misma tarde cuando les exhibió la firma de Robin Wood.

—¡Te felicito Afa, por fin lo conseguiste! —pronunció Guillermo al que todos llamaban Monstro, sin la u.   Apodo ganado no por su bestial cuerpo, sino porque a la hora de saludar repetía siempre la misma frase: “¿Qué hacés, monstro?”.   Su elogio era honesto, ya que Monstro conocía la gran admiración de Ariel hacia Wood y de todo el tiempo que éste había esperado para la entrevista.

Sus otros amigos de estudio vieron la dedicatoria pero, con una palmada sobre el hombro de Avilar, demostraron poco entusiasmo.   La sorpresa le llegó desde Sergio, mas bien una personita que una persona: muy pequeño, bajo perfil, atrapado detrás de gruesos anteojos. Sergio, al ver la dedicatoria en la historieta, concluyó:

—Afa, deberías descifrar qué está escrito en estos símbolos cuneiformes. Quizás con eso sabrás qué te quiso decir Robin Wood.

Mientras la hamburguesa se convertía carbón sobre la plancha, Ariel pasaba el dedo sobre cada uno de los símbolos de la escritura sumeria, como intentando conocer el significado mediante un método similar a la ósmosis.   Recorrió las páginas del capítulo “Mi Nombre Entre Los Bárbaros” hasta llegar a la última.   El dibujo de la mano de Nippur escribiendo sobre la arena su propio nombre, tal el título del episodio. “¿Escribe su nombre o está diciendo otra cosa?” fue su pensamiento antes de correr a la cocina y salvar su bocado.

La observación de la personita de Sergio devino en el inicio de una investigación: saber si la escritura cuneiforme dibujada por Lucho Olivera, en realidad representaba un texto o bien se trataba de gráficos sin ningún significado. Con su viejo escáner, digitalizó los dibujos y los imprimió.   Su idea consistía en llevarlos a la universidad para presentarlos ante el Dr. Argentino Suárez Belloco, jefe de cátedra de Historia Antigua de la Facultad De Filosofía Y Letras.   Mientras los tangos cantados por Julio Sosa llegaban a su fin y el estudiante de Licenciatura en Historia e incipiente profesor comenzaba con los preparativos para atravesar la noche en sueños, el tema de Los Tres Chiflados, versión midi, comenzó a retumbar en el pequeño departamento.   El celular de Avilar anunciaba la llegada de una comunicación.  “Debe ser Esteban, ojalá que haya recibido bien el mail” pensaba mientras tomaba el celular en su mano derecha.   La pantalla anunciaba “Tiene 1 mensaje de texto” y presionó la tecla de Mostrar para leerlo.   El mensaje no provenía de su socio de Internet.  Leyó el mensaje y se sentó, rascándose la cabeza.   El reloj digital exhibía la hora del nuevo día, las 00:02.  El mensaje en su celular continuaba en pantalla:

 

hachadedoblefilo@msn.com Asunto: NIPPUR DE LAGASH: LUCHO OLIVERA TIENE EN SU CASA UNA HISTORIETA DE NIPPUR QUE DIBUJO HACE AÑOS Y NUNCA QUISO PUBLICARLA. ¿NO QUERES TENER UNA COPIA?

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