
Capítulo 6
“Sirenas y capitanes”
La madrugada en plenitud dominaba a una Buenos Aires iluminada por millones de luces artificiales. El taxi recorría las angostas calles de asfalto y empedrado llevando a los dos pasajeros de regreso al hotel céntrico, luego de una cena motivada por el reencuentro con muchas viejas amistades. Robin Wood dejó escapar un gesto de preocupación, un entrecejo fruncido, una mirada concentrada pero dispersa. Su acompañante en el taxi, Graciela Sténico, lo adivinó. Ella hubiese querido abofetearlo, sacarlo de tal estado, pero sabía que los pensamientos de su acompañante se encontraban mucho más lejos que la ausente distancia entre ellos. Aguardó a que él rompiese el silencio, y así fue.
—Grace, mi chiquilla —la tomó de la mano pero siguió mirando a través de la ventanilla—, debo volver por unos días a Paraguay.
—¿Por qué? ¿Qué ocurrió?
—No lo sé con exactitud, pero ha retornado un viejo objetivo, tan viejo que casi lo había olvidado. Es que desde esta mañana ese objetivo volvió a revivir.
Graciela lo miraba con extrañeza y algo de confusión, pero el escritor seguía abstraído en la misma posición.
—Tengo que hablar con mis parientes que están en Asunción, y de paso aprovecharé para estar al tanto del parque que pronto van a inaugurar con mi nombre.
En ese momento giró su postura y la miró a los ojos.
—Grace. Amada mía. Sólo será por poco tiempo, pero necesito que mañana regreses a España para no dejar estacionado el trabajo allí. Yo te enviaré algunos laburos si el tiempo se extiende. —Apretó más la mano de Graciela y la sonrisa se dibujó en su cara—. ¿Me vas a extrañar?
Ella contuvo una lágrima y no pudo disolver el nudo en su garganta.
Desde que lo conoció en una conferencia de prensa, muchos años antes, quedó magnetizada por el aura de seducción y simpatía que Robin Wood desprendía. Después comprobó que tales atributos lo acompañaban siempre. Quedaron relacionados sólo por motivos profesionales. No fueron más de cinco las veces que se cruzaron antes que, en una tarde de garúa, sonó su teléfono y escuchó la voz del poeta paraguayo que la invitaba a navegar.
—Sé que está por llover y se hace de noche en pocas horas. Pero aunque la tormenta no me deje ni siquiera abrir los ojos, todo lo que quiero en este momento es estar con vos, lejos de todo el mundo, rodeado por un río que se cree mar y navegar sin rumbo. ¿Vamos?
Graciela Sténico, treinta años menor que él, sintió que todo el mundo comenzaba a cantar y dio gracias a Dios.
Desde ese día fue su secretaria personal y compartió sus aventuras.
Pero esa madrugada en el taxi, quiso llorar de tristeza. Había un algo que le decía que Robin no le pertenecía por completo. Siempre se había sentido –y esta vez más que otras- como La Sirenita, el personaje del cuento de Hans Christian Andersen. Aquella joven sirena se había enamorado del capitán del barco, y llegó a renunciar a su naturaleza, hasta el punto de entregar su propia vida por un amor no correspondido. Así como el personaje del cuento, Graciela logró modificar su forma de vivir para estar al lado del capitán, y navegar juntos. Era feliz, pero no totalmente. Aprendió a vivir con el casi, con el sólo hasta ahí. Ésa fue su decisión, antes que perder por completo a Robin Wood, el comandante de un barco sin puerto definitivo.
Robin, un eterno peregrino, un nómada del mundo. A pesar de sus sesenta y un años vividos, aún no echaba raíces y a esta altura ella sabía que él jamás quemaría las naves.
—Claro que te voy a extrañar, Robin.
El taxi llegó a la puerta del Aspen Towers Hotel.