
Capítulo 8
“En un despacho mal iluminado”
—Por favor, pase Sr. Avilar.
El Dr. Argentino Suárez Belloco levantó la vista de su agenda y con un cortés ademán invitó a ingresar al joven estudiante en su despacho. Ariel había llegado casi corriendo a la facultad de Filosofía y Letras. Antes de ir a la clase de Historiografía pidió permiso para una corta cita con el jefe de cátedra de Historia Antigua.
—Sepa disculpar mi intromisión doctor, pero necesito su ayuda.
El catedrático conocía muy bien a su ex alumno y no era la primera vez que Avilar acudía en busca de su ayuda por diversos motivos, siempre de índole académica.
—Disculpa aceptada. Por favor, siéntese —le señaló la silla libre enfrente de su modesto escritorio.
El despacho no estaba provisto de un cómodo mobiliario, pues más bien lucía la pobreza generalizada de todo el edificio. Paredes grises y desnudas que necesitaban en forma urgente una nueva mano de pintura. La ventana, a un costado del escritorio, miraba a un lúgubre pozo de luz. La endeble iluminación eléctrica en el recinto no resultaba eficiente en los días lluviosos y de negras nubes; el catedrático había traído él mismo de su casa una vieja lámpara de pie con la que podía trabajar con suficiente luz, aún de noche.
Suárez Belloco dejó de escribir en la agenda y apoyó su vieja lapicera de tinta azul Parker a un costado para prestar la total atención a Avilar.
—Dígame en qué lo puedo ayudar esta mañana.
El joven comenzó a hablar mientras sacaba de su flaco portafolio acartonado las dos imágenes impresas con los dibujos de Olivera.
—Esta vez no es nada relacionado con la carrera en sí, quiero decir, con el tema de alguna materia, sino más bien con una intriga personal —le extendió ambos dibujos—. ¿Conoce usted la escritura cuneiforme?
El Dr. Suárez Belloco acomodó sus gafas y observó las figuras.
—¿Esto es algo de tus historietas? —le preguntó tuteándolo pero sin tono ofensivo.
—Sí, así es. Pertenecen a uno de los primeros capítulos de Nippur de Lagash, creo que editada cerca de 1970. No sé por qué, pero me da la impresión que debe significar algo. No creo que sean símbolos cuneiformes escogidos al azar.
—¿Y qué es lo que despierta tu sospecha? —levantó la mirada y lo observó por arriba de los lentes.
—No lo sé… —Ariel sonrió de los nervios— es una corazonada. Quizás por la firma y el mensaje que me dejó Robin Wood escrito allí abajo —con el dedo índice le señaló la dedicatoria.
Suárez Belloco leyó la dedicatoria.
—“Seguí buscando”. Una especie de orden, ¿no? Algo imperativo...
—Debe ser por eso que me encuentro frente a usted —confirmó Ariel.
—La verdad, Avilar, es que no soy un entendido en la materia. No me dedico a descifrar ni a leer viejas escrituras, ya sean jeroglíficas, cuneiformes. Pero es un tema que muchos años atrás supo ganar mi curiosidad. Algunos de estos signos me resultan familiares. Dejame observar un minuto... —acercó unas de las fotocopias y la observó—. Esta forma de escritura data de la última época asiria, o bien neo-asiria, donde los dibujos, o jeroglíficos, fueron reemplazados por estos símbolos abstractos que aquí ves. Este de aquí arriba, aseguro que significa estrella... —siguió escrutando los símbolos—. Aquí pareciera referirse al padre, a la madre... —comenzó a rascarse la cabeza, interesándose cada vez más en el asunto—. Este último, parece que dice muerte...
Avilar lo seguía absorto. Al cabo de unos minutos, el Dr. Suárez Belloco se quitó los anteojos.
—Muy interesante —juntó las manos y apoyó los codos sobre su escritorio—. Mañana he de ir al museo etnográfico y se lo voy a presentar a un viejo conocido mío que entiende mucho más que yo. ¿Podrías dejarme estas copias?
—Sí, sí, por supuesto que sí. Yo no quiero ocasionarle ninguna molestia, sólo quería...
El jefe de cátedra lo interrumpió.
—No, no es ninguna molestia. Es un placer, diría yo. Cuando tenga novedades te aviso.
Ariel Avilar de la emoción se levantó de la silla y salió agradeciéndole caminando hacia atrás, como un acto de sumo respeto de un súbdito hacia su rey, tratando de no darle la espalda.
La clase de Historiografía había comenzado pocos minutos antes. Ingresar al aula con la materia iniciada era un acto de osadía, ya que la puerta de acceso se cerraba y se encontraba al lado del pizarrón. Avilar accionó muy lentamente el picaporte. Pero pasar desapercibido era imposible.
—Buenas noches, licenciado Avilar. Puede ingresar, lo estábamos esperando.
—Buen día, profesor. Disculpe la demora.
Sin rodeos, Ariel se sentó en el primer asiento vacío que encontró, justo delante del profesor que continuaba con su clase. No era habitué de acomodarse en los primeros lugares; él siempre prefería los últimos. Pero esa mañana no le quedaba otra opción que asistir en primera fila. El profesor de historiografía, bajo la mirada de Ariel, se transformó en una figura invisible. Sus palabras comenzaron a perder contenido y se convirtió en un leve ruido de fondo. Ariel estaba poniendo su atención en otra parte y en otros temas. Por un lado, los jeroglíficos en los dibujos de la historieta de Nippur bien podrían significar un extraño mensaje y por el otro, la respuesta de “Hacha de Doble Filo” debía llegar de un momento a otro. El celular continuaba encendido. El misterioso ser detrás del alias del hacha no podía dejar pasar mucho tiempo sin contestar, y debía en ese mismo momento comunicarse con él. Así debía de ser, según las normas de Avilar. La intriga no le era fácil de soportar, mucho menos por un lapso prolongado. Si la llamada se producía durante la clase, ¿cómo iba a poder contestarla delante de su profesor? Recordó inmediatamente que no había accionado el modo silencioso para recibir llamados y el agudo sonar haría aturdir a todo el aula. No le quedaba otra opción que reprogramar urgente su celular. Antes que pudiese sacar el aparato del estuche sujeto en el cinturón, la cortina musical de los Tres Chiflados comenzó a sonar. Ante semejante ruido el profesor interrumpió su conferencia. La vergüenza se apoderó de Avilar que, sin levantar la cabeza, se incorporó, recogió sus cosas y mientras el ringtone continuaba taladrando el claustro caminó hacia la puerta por la que había entrado once minutos antes. “Disculpe señor, mil perdones” alcanzó a balbucear y con el celular en mano, abandonó el aula.
Una vez en al pasillo, leyó el mensaje de texto.
hachadedoblefilo @ msn.com
Asunto: NIPPUR DE LAGASH: Afa, muchas preguntas para contestarte. En 10 min nos encontramos en el chat del msn.
“¡En diez minutos en el chat!” gritó hacia adentro mientras comenzaba a caminar muy de prisa hacia la pequeña sala de computadoras. Se detuvo súbitamente. “No, allí no. Los chismosos pueden husmear, mejor me voy afuera.” Le era muy frecuente encontrar amigos, conocidos y alumnos en la sala de pc y la privacidad no era precisamente una regla de convivencia en aquel pequeño cubículo. Necesitaba para su charla con el misterioso Hacha de Doble Filo un cabal estado de intimidad. Mirando al piso, cosa de no detenerse para saludar algún entrometido en su camino, salió a la calle Puán y la primera decisión que tuvo que tomar fue doblar hacia la diestra o a la siniestra. Optó por la izquierda, ya que por la derecha supuso que un viejo compañero se acercaba caminando. Con la mirada puesta en las baldosas y en la punta de sus pies, avanzó hacia la esquina con pasos largos. A una cuadra, sobre la avenida Alberdi, habían instalado no hace mucho tiempo un moderno ciber. “No, allá tampoco. Van todos los olfas de la facu.” Sin detener su marcha aeróbica, se alejó lo suficiente como para estar a salvo de cualquier fisgón. Siete cuadras recorrió en zigzag hasta llegar a un viejo y pequeño centro telefónico, ubicado en plena Avenida Rivadavia. Los diez minutos estaban por expirar.
El típico empleado de cabinas telefónicas estaba haciendo malabares con las operaciones simultáneas que realizan durante todo el día: entregar la cabina desocupada a quien llegaba para hablar, cobrar a aquellos que ya habían hecho la llamada y pugnaban por salir de inmediato, enviar un fax a un número que nunca responde, designar una computadora para un turno en internet, ejercer de operador técnico con la pc que siempre se descompone, desempeñarse como profesor avanzado en sistemas para aquellos novatos en el uso de una computadora. Y además vigilar que todo esté en orden. Para suerte de Avilar, sólo había delante de él un hombre de avanzada edad que le entregaba moneda tras moneda el total de lo facturado por su llamada. Previniendo que tal operación llegaría a demorarlo entre dos o tres minutos, le dijo al encargado.
—¿Tenés una pc libre?
El flaco y mal afeitado operador del negocio, sin desviar la mirada de las monedas que iban cayendo una tras otra de las manos del anciano, le respondió lacónicamente.
—No.
La respiración de Ariel comenzó a acelerar. Las dos terminales estaban siendo usadas. No sabría cuánto tiempo más lo estarían y decidió ir a buscar otro lugar, ya con el tiempo excedido en un minuto para el encuentro acordado en el chat. Cuando inició la media vuelta para salir, la adolescente que ocupaba la pc más cercana se levantó. Ariel, tan veloz como pudo, corrió hasta ella y le ayudó a correr la silla, con un acto tan caballeresco como interesado. La muchacha, de muy buen aspecto, le agradeció con una amplia sonrisa. Ariel no desaprovechó la ocasión de adularla.
—Este es un servicio exclusivo de este local para extremas bellezas como la suya.
La sonrisa se transformó en risa y Ariel se sintió ganador una vez más. “Vieja, gracias por la pinta que me diste” pensó mientras se acomodaba frente a la máquina y desde allí le gritó al encargado para que habilitara la sesión de internet.
Hasta que Avilar ejecutó el programa MSN Messenger, habían transcurrido tres minutos más, de los diez que le había dictado su interlocutor. Las manos le temblaban, pues era posible que el contacto ya no estuviese del otro lado.
Antes de presionar la tecla derecha del mouse para establecer la comunicación, se detuvo. “Pero, ¿qué estoy haciendo? Dios mío, me estoy dejando manejar por un desconocido. Me transformé en un autómata de sus directivas. Me comporto como si él manejase mi vida”. Entonces fue que dudó de comenzar la conversación. Aborrecía ser dominado. Lanzó una risita que se escapó entre sus labios casi cerrados. Reconoció impunemente que la situación lo esclavizaba. “Soy tu cautivo”. Hizo clic con el mouse.
La larga lista de sus amigos que figuraban desconectados a esa hora de la mañana no lo preocupó. No pensaba ni remotamente saludar a alguno de ellos si lo veían on line. Buscó el nombre de su desconocido contacto. Repentinamente, una pantallita se le presentó para que confirmara a la dirección hachadedoblefilo@msn como un nuevo enlace en su lista. Presionó sobre el botón de OK.
“HOLA” escribió Avilar. No hubo respuesta inmediata. Al fin apareció la réplica.
“Hola AFA. Varios minutos tarde. Serás castigado.”
Eso enfureció a Ariel.
“VAMOS, NO TE HAGAS EL JERARCA NAZI.”
“Je je, no, no lo soy” acompañó el mensaje con el icono de la carita feliz.
“DECIME LO QUE QUIERO SABER” escribió Avilar.
“Repetime las preguntas”.
“¿CÓMO SABÉS QUE LUCHO OLIVERA TIENE UNA HISTORIA DE NIPPUR INÉDITA?”
“Yo la he visto”.
“¿ADÓNDE, CÓMO, CUÁNDO?”
“En su propia casa, hace un par de meses.”
Sus manos temblaron. Debía escribir una y otra vez las preguntas porque, por el apuro, presionaba cualquier letra. Le faltaba una respuesta primordial.
“¿QUIÉN SOS? ¿TE CONOZCO?”
“Mi nombre no te diría nada. Yo soy quien te conoce y muy bien.”
“A MI EL NOMBRE ME DICE MUCHAS COSAS. CONTESTÁ”.
“Por ahora está bien con Hacha de Doble Filo.” Le envió un icono, el de la carita feliz con lentes oscuros. “No te enojes, che. Ya nos vamos a encontrar.”
Avilar sí que estaba alterado.
“ESO SI YO LO QUIERO” trataba de alguna forma tomar las riendas en la conversación, pero era evidente que el mando lo tenía su interlocutor.
“Claro que lo vas a querer. Tengo un plan de ir y sacar una copia de esa historieta”.
“¿QUÉ? ME PARECE QUE SOS VOS EL QUE ESTÁ MÁS INTERESADO”.
Avilar aguardó largo antes de recibir la respuesta.
“La obra es grosa, de las mejores que yo le he visto a Don Lucho. Imaginate qué dirían tus amigos, o peor, tus enemigos, cuando vean qué es lo que tenés entre manos. No podés dejar escapar esta oportunidad que te ofrezco. Podrías pedir más dinero a tus sponsors.”
Ariel personificó al mismísimo diablo escribiendo del otro lado. Le estaba presentando la dulce manzana para que diera el mordisco. La tentación de probar el vil bocado lo excitaba. Por un momento pensó que el tal Hacha podría tratarse del propio Lucho Olivera, que mediante aquel ardid lo ponía en prueba. Desechó tal pensamiento de inmediato. Olivera no era el ejemplo de persona que diera semejantes vueltas.
“ESTAS EQUIVOCADO SI QUERES CONTAR CONMIGO. OLIVERA ES AMIGO MIO Y NO PODRIA TRAICIONARLO.”
“No Afa, no es traición la actitud. Va a ser de ayuda. Yo sé que él finalmente lo va a agradecer.”
“¿POR QUÉ SUPONÉS ESO?”
“Es largo de explicar. Y NO ME GRITES!”
Aquél sí que era un inconveniente. Una molestia para los interlocutores de Avilar en Internet. Siempre escribía en mayúsculas, tanto en la computadora como en forma manuscrita. Figuran en las reglas implícitas de Internet que redactar en letras mayúsculas o capitales es sinónimo de gritar. Eso hacía enfurecer a más de uno. A veces disfrutaba de eso.
“NADIE TE ESTÁ GRITANDO.”
“Debo terminar pronto esta charla. Antes necesito saber si querés ayudarme con esto.”
Ariel estuvo pronto a escribir la palabra “negativo”, pero volvió a repasar la propuesta. Deseaba averiguar más sobre el tema y sobre todo desenmascarar el Hacha.
“SI, TE AYUDO”
Habría tiempo para echarse atrás.
“Afa, nos vamos a encontrar esta noche. A las 22 horas, en el café El Foro, esquina de Corrientes y Uruguay.”
“OK, ¿CÓMO VOY A RECONOCERTE?”
“Afa, YO voy a reconocerte a vos.”
Fue el último mensaje que escribió la persona detrás del pseudónimo de Hacha de Doble Filo. Ariel se quedó perplejo ante la pantalla, mirando como hipnotizado el parpadeo del cursor. Presintió que estaba por meterse en serios problemas, pisando los terrenos que no le pertenecían. Entrometerse en la privacidad de alguien, y más sabiendo que ese alguien no era otro que Lucho Olivera, su ídolo y casi amigo, no le hizo gracia. Pero lo habían contactado. El tema de la historieta podría ser cierto o no, pero la intriga de saber quién se escondía detrás de eso lo provocó. Más si era otro quien llevaba las de cantar. Ariel poco toleraba que lo manejaran. Ese quid fue el chispazo que terminó por arrancar el motor que lo llevaría a viajar hasta muy lejos, para nunca regresar a ser la misma persona que había sido hasta sus veintisiete años, en aquella mañana de un viernes del mes de septiembre.