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Capítulo 9

 

“Café  EL FORO”

 

 

La esquina de la avenida Corrientes y la calle Uruguay no descansa.  Un millón de personas son testigos diarios de que nunca cierra los ojos, ni vive un solo minuto de soledad.  Luego de tantos años es probable que la esquina haya quedado sorda, martillada por los gritos, ruido de motores, bocinazos, explosiones detonadas por la felicidad de multitudes o por el dolor de tantas protestas. Tantos años de contaminación no podrán erosionar su luz que brilla en cada luna.  El tiempo pasa pero no la hace envejecer, sino que la rejuvenece noche a noche.  La esquina encendida con los colores de la avenida, los focos de los miles de vehículos que la traspasan y muerden, las centellas de marquesinas chispeantes, el neón que le impide dormir con su intermitente fogón.  Y sus flacos y viejos amigos, los semáforos,  tratando de poner un poco de orden.  Todo eso y mucho más es la esquina de Corrientes y Uruguay.  Por esas razones que da la noche, un viernes tiene mucha más vida que un sábado.  Ariel aprovechó la cita para caminar por las rotas veredas, haciendo tiempo, estudiando cada librería con material nuevo y usado.  De contar con más efectivo en su bolsillo no hubiera dejado escapar las tantas oportunidades que se le ofrecían para satisfacer sus deseos de placer y regocijo: el comprar libros.

Diez minutos antes de las 22, cruzó Uruguay y entró por la puerta de la ochava.  La renovada confitería El Foro lo recibió con la típica atmósfera de los templos devotos del café en la gran ciudad.  Ariel Avilar llegó varios minutos antes de la hora acordada, para no repetir el pecado de la llegada tarde como lo había hecho esa misma mañana. Apenas podía controlar sus nervios.  Escrutó todo el local desde la puerta.  No conocía la apariencia física de la persona que se hacía llamar Hacha de Doble Filo, pero dedujo que debería ser alguien que estuviese sentado solo y observando la entrada.  Ninguna de las personas allí presentes correspondió con tales distintivos.  El interior de El Foro no estaba colmado.  Más mesas vacías que ocupadas.  Avilar estudió rápidamente la situación mientras caminaba muy despacio buscando un lugar donde acomodarse.  Una pareja mayor consumía una cerveza negra él, un simple café ella, sentados en el centro entre la barra y los ventanales.  Con discreción miraban a través de sus gruesos anteojos él y de sus delgadas gafas ella, compartiendo el silencio que da la convivencia de muchos años. En otra mesa, sobre uno de los ventanales de la calle Uruguay, un grupo de cuatro jóvenes, todas mujeres, vociferaban sus experiencias entre café, gaseosas y mucho humo.  Charlaban con el propio tono de quien habla para que la escuche no sólo la persona que tiene enfrente, sino también por el que está ubicado en el sector más  alejado del lugar.  “Todo para hacerse ver” pensó Ariel.  Luego, muy cerca de la puerta por donde él había ingresado, tres dignos ejemplares de la zona de tribunales charlaban muy seriamente, con sus trajes impecables y sus innumerables folios, seguramente terminando una muy larga jornada de trabajo.  Dos hombres de mediana edad ingerían sus pocillos de café de pie en la barra mientras conversaban con el mozo de turno y el encargado del local.  Por último, una muchacha que atrajo la mirada más aguda de Ariel, bebía en soledad un trago largo, sentada a una  mesa sobre la avenida Corrientes. Leía su libro, desconectada de todos y de todo.  Ninguno de ellos se percató de su ingreso.  Concluyó que su socio aún no había llegado y se dirigió a la última mesa, al fondo, muy cerca del acceso a los baños.  Debía cruzar delante de las cuatro muchachas, situación que lo alentó a caminar más erguido y sacar pecho.  No esperó que una de ellas lo llegara a reconocer.

—¡Profesor, profesor!

El grito casi lo hizo tropezar.  Miró hacia la chica que lo había saludado, que volvió a gritarle:

—¡Profesor, qué casualidad! ¿Qué hace acá?

La cara de ella le era familiar, pero no pudo reconocerla, a pesar de haber deducido que era alumna suya.  Tal belleza no podía serle indiferente.

—Lo que estoy haciendo acá puede llegar a no importarte, y mucho menos a tus amigas —con gesto cortés saludó a todas las damas bajando levemente su cabeza, tratando de ganar tiempo para reconocer a la muchacha.  Ella lo seguía observando con admiración.

—Qué buena su clase de ayer, profe.  Casi es que estoy creyendo que el inmortal está con nosotros! ,  le dijo con una sonrisa mostrando sus perfectos dientes.  Fue la pista que estaba esperando Avilar para identificarla.  Ella era la alumna sentada en la segunda fila de la clase de Historia Antigua, la que le había preguntado si él creía en la veracidad histórica de la epopeya de Gilgamesh.  Ella era la misma que lo había deslumbrado el día anterior.

—Gracias muñeca —le contestó guiñándole un ojo.

—Profesor —continuó ella—, ¿tiene tiempo? ¿Por qué no se sienta un poco con nosotras?

—¿Cómo...? —Ariel se rascó la cabeza. En otra oportunidad no hubiese dejado pasar esa invitación por nada en el mundo—. Con gusto... —se quedó arrastrando la palabra porque no sabía su nombre—, pero estoy esperando a un amigo.

Con alarmante desconcierto más que con una agradable sorpresa, escuchó la risa de sus amigas y la respuesta de su alumna.

—¡Entonces seremos seis aquí sentados! ¡Vamos, profe, no sea tímido, siéntese aquí a mi lado! —le dijo mientras acercó una silla.

Ariel no salía de su asombro, y finalmente aceptó la invitación.  Después de todo, prefirió que “el Hacha” lo ubicase entre las mujeres y no allí solo, sentado tristemente al fondo de un bar cerca de los baños.

—¿Así que sos profesor en la universidad? —le preguntó una pelirroja que estaba sentada frente a él.

—Bueno, no en realidad.  Soy ayudante en la cátedra de Historia Antigua y tuve que salir a la cancha con una suplencia.  Espero ser profesor muy pronto, pero me falta jugar bastante.

Su alumna lo palmeó en la espalda.

—Vamos, Avilar, no se menosprecie.  Usted es un capo, un troesma.

Avilar la observó con detenimiento.  Sólo quince centímetros lo separaban de ella. Observó sus finos rasgos.  Sus ojazos, el mechón rubio que sobresalía de su larga cabellera color castaño y que  enmarcaba a lo largo el lado izquierdo de su rostro.

— Muy sutil tu observación —bromeó—. Te pido que no me hables de usted, me hacés sentir viejo.  Podés tutearme... —volvió a arrastrar la palabra—. Me vas a matar pero no me acuerdo de tu nombre.

—No te vas a acordar jamás porque no lo sabés.  Me llamo Natalia.

Ariel se acercó para darle un beso, pero ella rápidamente le tendió la mano.

—Bueno —dijo él mientras le estrechaba la mano y borró la sonrisa en su expresión—. Tomemos distancia, señorita Natalia.

Ella se echó a reír.

—Ja ja ja, sólo quería saber cuál era tu actitud —y esta vez ella le dio un beso en la mejilla.

No le hizo mucha gracia a Avilar, que volvió a mirar a la puerta de entrada y también por los ventanales para ver si asomaba su esperado contacto.  La pelirroja volvió a la carga.

—A mí me fascina la historia.  Quizás viene un poco por herencia familiar.  Mi abuelo, el padre de mi mamá, nunca estudió en ninguna universidad, pero hace muchos años escribió un libro sobre los aborígenes.

—¡Qué interesante! —mintió Ariel—. Y vos, ¿estudiás, lees libros de historia?

—¿Ésta, estudiar? —la sentada a la derecha la dejó en ridículo—. ¡Lo único que le gusta leer son las letritas al terminar las películas!

—¿Yo? ¡Boluda! Si vos ni siquiera lees el horóscopo…

Derivó en una chiquilina discusión sin ningún sentido para Avilar.  Por eso pasó los siguientes minutos en medio de cuatro perfectas desconocidas, con un no menos perfecto silencio mientras miraba cada quince segundos hacia la puerta.  Natalia lo miró de reojo y se le acercó a su oído, mientras el resto de sus amigas seguían gritando.

—¿No viene tu amigo?

—Si.  Obvio.  Tiene que estar llegando.

—¿Es peligroso?

Ariel retrocedió su cabeza para verla de frente.

—¿Qué decís?  No te entiendo...

Natalia volvió a hablarle al oído.

—Pregunto si tu amigo es peligroso.  Tan peligroso y fatal como puede ser un hacha de doble filo.

Avilar, como sacudido por un temblor y disparado con un resorte, se puso de pie, casi tirando la silla.  Se quedó duro como granito mirándola directo a esos enormes ojos verdes casi azules.

—¡Natalia! ¿Qué le dijiste? —gritó una de sus amigas—. No lo espantes, va a pensar cualquier cosa de nosotras —y volvieron a reír.

—Nada, nada —dijo Natalia—. Le conté una novedad de la facultad, ¿no es así Ariel?  Vamos, sentate.

Él quiso decir mil cosas.  Cuando recobró las pulsaciones se acercó al oído de Natalia.

— ¿Vos sos el hacha?

Ella lo miró de reojo y con una sonrisa tipo Gioconda, afirmó la respuesta.  Él no lo podía creer.

—Oh, oh, me parece que tres de nosotras estamos sobrando —exclamó la pelirroja—. Chicas, nos vamos a tener que ir... ¡Mozo!

Con una rapidez que pareció ensayada varias veces, las tres amigas de la alumna de Avilar se levantaron y comenzaron a pagar lo consumido.  Natalia imitó la actitud de sus compañeras.

—No chicas, espérenme.  Yo también tengo que volver a casa—. Se incorporó y miró a Avilar que seguía tieso sentado en la punta de la silla—. Ahora viene tu amigo, ¿no? —se agachó para darle un beso, pero volvió a susurrar a su oído—.Afa, esperame que me deshago de ellas y vuelvo.  No te vayas.

Las tres amigas se despidieron de Avilar y todas desaparecieron en la multitud de la Avenida Corrientes.  Ariel se quedó sentado solo, enfrentado a una mesa con restos de bebidas y cigarrillos, rodeado de cuatro sillas vacías.  El mozo comenzó a limpiar la mesa y mientras pasaba el trapo observó al joven que tenía la vista perdida mirando lejanos planetas.

—Perdón señor, ¿se va a servir algo?

Ariel reaccionó y levantó la vista.

—¿Tenés cicuta?

 

El enterarse de que su contacto, que se había hecho llamar Hacha de Doble Filo en el chat, era en realidad una mujer lo había sacado de su centro.  Nunca hubiera imaginado que los mensajes del mail y del celular podían provenir de una persona del sexo opuesto.  No porque una mujer no pudiera ser artífice de generar tal expectativa, de ser punzante, agresiva y de tomar la iniciativa.  Lo que le llamaba la atención, y le daba cierta bronca, era que ella había escondido tal detalle, que no era un dato ínfimo.  No para él.  Fue honesto al reconocer que, si hubiese sabido que la propuesta provenía de una mujer menor que él en edad y por lo tanto en experiencia, no lo hubiese tomado en serio.  Eso daba cabal muestra que se enfrentaba a una persona especialmente hábil y que lo conocía con suficiente criterio.  Y lo peor era que Natalia ya lo había atrapado con su encanto, simpatía y, sobre todo, su atractivo físico.

—Eso es lo peligroso —murmuró en voz baja, sin percibir que el mozo le estaba sirviendo el café cortado que había pedido.

—No señor, este es el mejor café de la zona, totalmente saludable —bromeó el camarero.

—Uuu…perdón, estaba hablando solo.  No te alarmes, es normal en mi.  Estoy algo loco.

El mozo respondió continuando con el tono burlón del diálogo.

—No sos el único, pibe.  Mirá, este laburo es como trabajar de psicólogo.  Hay cada uno...

Durante el trámite de la pequeña conversación entre Avilar y el mozo, Natalia se sentó enfrente de Ariel y aprovechó para terminar la frase.

—…y hay cada una!

—Niña, ¿otra Coca Cola?

—No, esta vez necesito un poco de alcohol. ¿Me preparás un Destornillador?

El mozo se retiró y Natalia sacó en forma acelerada un cigarrillo rubio que encendió al instante.   Avilar la contempló y por un momento deseó tener el hábito del tabaco para sobrellevar la tensa situación.  Fue ella la que rompió aquel corto silencio.

—¿Sorpresa, Avilar?  Me juego a que nunca creerías que una mina estaba detrás del misterio.

—Bueno —contraatacó—, no creas que el sobrenombre que usaste es muy femenino.  Fue una trampa.

—Pero aquí estás esta noche conmigo —respondió victoriosa mientras exhalaba el humo para arriba—. Imaginé que no me ibas a reconocer, por eso te tiré la pista de la clase de historia de ayer.

—No me diste tiempo —se defendió.

Avilar comenzaba a sentirse presionado por aquella desconocida que poco a poco dejaba de serlo.  Natalia representaba el tipo de mujer que quieren dominar una situación embistiendo con cierta arrogancia y seguridad.  Ambas virtudes respaldadas por la efectividad indiscutible de la belleza femenina.

—Mirá Natalia, no perdamos tiempo y vayamos directamente al punto.  La historieta de Olivera.  Contame todo.

—Tenés razón.  Tenés derecho a saberlo.  Comencemos por el principio —aspiró su cigarrillo—. Soy sobrina segunda de Lucho, hija de una prima de él. Conozco a mi tío casi desde que nací, pero nos hicimos re amigos desde hace más o menos dos años.  Soy una admiradora total de sus dibujos y de todo lo genio que es. Sabe un tocazo de historia y creo que por eso me metí a estudiar en la facu.

—Sí, conozco bien esas cualidades de Lucho.

—Mi tío es muy reservado con su trabajo, pero poco a poco me gané su confianza y hasta me llama para contarme de sus nuevas entregas.  Pero un día pasó algo en que la confianza que nos teníamos sufrió, por así decirlo, un quiebre.

—¿Qué pasó?

—Yo había ido a su departamento.  Estábamos recordando cosas de cuando yo era muy chica y  me acordé de un viejo almohadón árabe que él tiene desde hace mucho.  Todo bordado, espectacular.  Aproveché que Lucho había ido al baño y me metí en su dormitorio a buscar el almohadón.  Dentro de su placard encontré una carpeta negra, de esas grandes para guardar dibujos.  Lucho me mostraba todo lo que hacía y había visto sus trabajos, los que él guarda, pero nunca había visto esa carpeta antes.  Estaba bien atrás, como escondida en el último estante arriba de todo.  Me subí a una silla y logré sacar la carpeta.  La apoyé sobre su cama…  Ay Ariel, no sabés la belleza de esos dibujos.  Espectaculares...

—¿Es la historieta de Nippur que me contaste?

—Si.  En la portada dice bien grande Nippur de Lagash, me acuerdo bien.  Estaba tan alucinada con los dibujos que no presté atención a los textos.  Creo que está escrita por Robin Wood...

Avilar comenzó a conmoverse por el relato y la interrumpió.

—El título, el título, ¿te acordás?

Natalia bebió un sorbo de la bebida alcohólica que dejara el mozo.

—Mmm… Ahí se me confunde un poco la cosa.  Me re juego a que decía algo de Uruk.  ¿Regreso a Uruk?, no, no esperá...

—¿No te estarás confundiendo con una historieta de Gilgamesh?

Natalia largó una profunda bocanada de humo.

—No Afa, no.  De eso estoy segura.  La obra es de Nippur. Yo la vi bien.  Pero con el título... Cosas de Uruk.  No.  Bueno, no importa mucho ahora...

—¡Claro que importa!  ¡Así podemos saber si se publicó o no!

Natalia frenó el impulso de Ariel.

—Si yo te digo que es inédita, lo es.  No te voy a decir una cosa por otra.  Mirá, si no me dejás que te termine de contar todo como fue...

Ariel se dio cuenta de su ansiosa arremetida y se disculpó sin pedir perdón.

—Soy todo oídos.

—¡Perfect! Nada, resulta que estaba ahí en su dormitorio admirando esas páginas recontra impresionantes cuando no escuché a Lucho que había salido del baño y entraba en la habitación.  Te juro que nunca lo vi tan furioso.  Ya sabés cómo es él.  Es muy reservado y celoso de sus trabajos.  Pero como en los últimos días había confianza y él me mostraba todo (bueno, casi) no pensé que lo iba a tomar tan mal.  Me pegó un grito como si fuese su hija.  ¡Casi me pega!  Me corrió de un empujón y guardó todo en esa carpeta negra en un segundo.  Me gritó que no me metiera en sus cosas sin su permiso, que eso era... ¿cómo dijo?  Ah, si, que era un “acto criminal”.

—Perdón Natalia, no era para menos.  Yo te hubiese tirado por el pozo del ascensor.

—Yo también hubiese hecho lo mismo —respondió riendo—. Pero Don Lucho es, sobre todas las cosas, un perfecto caballero.  Yo salí corriendo de su dormitorio, casi llorando, pidiéndole perdón.  Al rato él se calmó y me explicó sobre esa historieta.  Me dijo que...

 

La alarma del teléfono celular de Avilar interrumpió el discurso de Natalia.  Ariel con expresión de enfado, retiró el aparato de su estuche y vio en la pequeña pantalla quién lo estaba llamando.  Colgó sin atender.

—Hubieses atendido —dijo Natalia.

—No no.  Nada quiero que te interrumpa.  Aparte, nada importante debe ser.  Es un amigo de la facu, El Monstro.  Seguro que quiere saber si salgo esta noche.

—Esta noche la tenés ocupada —sentenció ella.  Avilar se sintió ganador.

—Por favor, Natalia.  Seguí con lo tuyo —la invitó muy cortés a que continúe con su historia.

—¿En qué estaba...?

—Lo que Olivera te iba a decir cuando se había calmado.

—Me dijo que la historieta de Nippur que yo había encontrado nunca la había publicado, que le tenía un cariño muy especial y por eso lo guardaba con tanto celo.

—¿No le preguntaste por qué no se publicó?

—¡Por supuesto que se lo pregunté!  Acá viene el enigma.  Es un guión que le mandó Robin, pero cuando estaba por enviarlo a la editorial le llegó otro mensaje de Robin que le pedía por favor que no lo entregara, que no lo publicara nunca.  Le pregunté por qué y dice que no sabe cuál fue la razón por la cual Wood se negó a que la editen.

—Interesante... quizás porque la historia no era lo suficientemente buena...

—¡¡No, eso seguro que no!! —negó sacudiendo enérgicamente la cabeza—. Lucho no hubiese hecho semejantes dibujos con una mala historia.

—¿Sabés de que año es la obra?

La joven de cabellos castaños y mechón rubio observó las volutas de humo que salían de su cigarrillo formando serpientes enroscadas.

—La verdad… no lo sé.  Pero yo he visto muchos trabajos de Lucho y deduciendo por los dibujos podría decir que lo hizo cerca de 1980 o antes, cuando hizo Galaxia Cero, Yo Ciborg, Gilgamesh...  Esa etapa tan exquisita de Olivera, llena de sombras, manchas, claroscuros…

Ariel Felipe Avilar se le hacía agua la boca imaginando tales dibujos.

—¡Qué ganas de ver eso!

Natalia lanzó un grito de alegría levantando sus brazos, y cerca estuvo de volcar el vaso de vodka y jugo de naranja.

—¡Hiupi!  Entonces hay que poner manos a la obra.  Tenemos que entrar al departamento de Lucho y sin que se entere le sacamos una copia y listo.

La expresión de Ariel cambió por completo.  La idea de Natalia no lo convencía en absoluto.  Él podía comportarse como un guapo, con cierta osadía y temeridad en ciertos asuntos, pero nunca obraría con imprudencia.

—Me temo, querida Natalia, que si queremos una copia del Nippur inédito de Olivera vamos a tener que pedírselo personalmente.  No pienso hacer nada sin su consentimiento.

—Bien, mi querido Afa —remarcó la palabra querido con cierto tono burlón—, entonces nunca vas a ver la tal obra de arte —y remarcó con fuerza la palabra nunca.

Avilar bebió el último sorbo de su café, que ya estaba frío, y con movimientos muy lentos depositó la taza sobre el platillo.  Pensaba muy bien qué iba a decirle.

—Hay un punto que no me cierra.  Empecemos... —se arremangó las mangas de la camisa como si fuese la antesala de una pelea o bien el inicio de otra de sus clases—.  Confieso que ayer a la mañana fue la primera vez que te vi en la facultad.  Hablamos no más de diez palabras sumando tu pregunta y mi respuesta.  Nada más.  Luego recibo mails en mi celular y sostengo esta mañana una conversación por internet, ambos eventos con un ser desconocido que no quiso dar la cara desde el primer momento.  Y luego, lo de esta noche en este café, que —miró la hora en su reloj— ni siquiera pasó media hora de nuestro encuentro.  Bien, ¿qué confianza puedo tener en una persona que se presenta de tal manera?  Quiero decir, no te conozco en absoluto, apenas sé tu nombre.  Ahora bien, parece ser que vos me conocés bien.  Sabés a qué me dedico, cuál es mi pasión, sabés mi número de teléfono.  Estuviste investigándome, no hay dudas. Hasta conocés mis debilidades y presiento que estás jugando conmigo llevándome hacia tus misteriosos terrenos —arrimó su rostro al de la muchacha, que lo miraba con ironía—. Percibís casi con seguridad cuán cerca estoy de caer en tu trampa.  Yo acá me pregunto, ¿por qué tanta molestia y trabajo de tu parte para conseguir algo que vos misma podés obtener sin ningún problema?  Si conocés tan bien a Lucho Olivera y por lo visto hay intimidad, ¿por qué no se lo pedís directamente y se acabó?

Natalia cambió la expresión de su mirada y sus ojos claros, que miraban directamente a los de Ariel, comenzaron a brillar.  Él vio el reflejo y pensó que quizás había sido algo cruel, transmitiendo un leve perfil violento con el tono de su voz.  Pero no se retractó; siguió cuestionándola.

—¿Qué carajo hago yo acá?

Si faltaba una sola gota para rebasar el vaso, fue la palabra carajo.  Una lágrima despuntó del ojo izquierdo de la joven.  Si aún restaba un detalle para que la belleza de Natalia fuera completa fue la expresión de dolor que enseñaba su rostro.  Ése fue el pensamiento de Ariel Felipe Avilar, cuando extendió su mano derecha para aferrarse a la de ella pidiendo disculpas y brindar consuelo.

—No, mi dulce princesa…no te pongas así... —Ariel se sintió muy mal—. Fui duro.  Si hay alguna forma de que me perdones, por favor, decímela.  No...

Sin soltar la mano que aferraba la suya, Natalia respondió.

—La tonta soy yo. Soy atolondrada y... enérgica. ¿Cómo decírtelo?... Ansiosa y torpe... —aspiró por la nariz para detener el agua que le comenzaba a salir.

El acto de caballerosidad no podía demorarse un solo instante más.  Ariel buscó con su otra mano el pañuelo en el bolsillo trasero de su pantalón.  Agradeció que estuviese limpio y hasta perfumado, pues todo caballero que se digne de tal debe tenerlo preparado.

—Ariel, vos estás acá porque te necesito —continuó Natalia mientras limpiaba su nariz—, porque estoy segura de que algo bueno va a salir de esto.  Está bien, tenés razón, yo puedo pedirle a Lucho que saque una copia de la historieta, pero la verdad es que... —un ruido atronado sorprendió a Avilar cuando ella sopló su nariz en el pañuelo— no me animo.  La verdad es que no me animo a pedirle nada...  Es que después de su reacción aquel día, me da temor.

Dobló cuidadosamente el pañuelo y amagó con devolvérselo.

—No, por favor, quedátelo.

—Juro que lo lavo y te lo doy.

—Natalia, ¿por qué no dejamos las cosas como están?  Digo, que Olivera siga guardando esos dibujos.

—Ése es el punto —la joven bebió un largo trago de su bebida—. Lucho no está bien.  Sigue trabajando para Italia, pero las buenas ofertas ya no le llegan como antes.  Tiene problemas con la editorial, y quizás se quede sin proyectos para dentro de muy poco.  Entonces pensé que  esto lo ayudaría.  Si conseguimos que esa obra se conozca y se publique, de alguna forma le dará un tremendo empujón y puede que vuelva a trabajar en el país.  Seguro que se va a enojar cuando se entere, pero cuando vea que es para su bien, me lo va a agradecer.

Ariel se reacomodó en su silla.  Miró por la ventana y vio mucha gente caminando de aquí para allá, algunos paseando, otros con apurados pasos.  Natalia lo sacó del corto  trance.

—¿Qué pensás?

—Eh... sí, puede ser.  Es que... debería ser.  Digo, que Lucho vuelva a trabajar para la Argentina.   Pero, el plan de entrar a su casa... no sé.  Eso todavía no me convence.

—No va a pasar nada, te juro Afa.  Escuchá el plan —Natalia se levantó y se acomodó a su lado, para poder hablar en voz más baja—. Mañana, sábado, invité a Lucho al cine.  Es algo que hago cada tanto, así que no es sorprendente para él.  La función comienza a las 22:40 en un cine de Santa Fe.  Pero antes, lo voy a invitar a cenar pizza.  Siempre que me quedo con él a la noche, solemos comprar en la pizzería que queda a la vuelta.  Vos vas a estar ahí.  Yo voy a ir sola a comprar la comida y te doy una copia de las llaves de su departamento.  Después yo vuelvo y vos, cerca de las 22:30 nos vas a ver salir a la calle.  Es ahí donde entrás como cualquier hijo de vecino. ¿Bien?

Ariel intentó levantar la ceja derecha.

—Seguí.

—Yo voy a dejar mi cámara digital sobre la mesa del living que está apenas entrás al departamento.  Vas a su dormitorio, abrís las puertas de arriba de su placard y sacás la carpeta negra.  Ahí mismo, sobre su cama le sacás una foto a cada página.  La cámara tiene la mejor resolución y van a salir muy nítidas.  Luego, ponés todo como estaba.  Dejás la llave colgada en el tercer gancho del llavero que está sobre la mesada de la cocina, salís con la cámara y se acabó.  ¿Muy difícil?

Avilar tragó saliva.

—A simple vista no.  ¿Y si algo falla?

—Si algo falla, vos dejame a mi.  Si te agarra in fraganti, voy a sacar valentía, no sé de dónde, pero nos sentaremos los tres y hablaremos de esto frente a él, cara a cara.

“Es la mejor manera, sin dar tantas vueltas” dedujo Ariel.  Volvió a mirar por la ventana.  El plan de Natalia parecía no correr demasiado riesgo.  Y si tenía éxito, iba a ser un tremendo empujón para Lucho Olivera, su maestro, aquél artista que él tanto admiraba.

—Ariel —Natalia lo tomó de la mano, aferrándolo con firmeza—:  ¿lo hacemos?

Él sintió que su mano se derretía dentro de la otra pequeña mano.  Escuchó que su corazón comenzaba a palpitar con más fuerza.  Un chorro de adrenalina lo bañó por completo.  Miró la cara de Natalia, tan bella, tan atrapante y antes que pudiese contestar sonó una vez más su teléfono celular.  Vio que nuevamente lo llamaba su amigo Guillermo “el monstro”.

—¿Es otra vez tu amigo?

—Sí. ¿Cómo adivinaste?

El celular seguía emitiendo la melodía de “Adiós Nonino”.

—Vamos, atendelo, debe ser importante.  Y decile que no nos interrumpa más.

—¡Monstro! —gritó Ariel al celular.

—Ariel, por fin te encuentro —su amigo detrás de la línea parecía agitado al hablar—. Es para decirte algo importante...

Ariel, que vivía momentos sumamente tensionados, con un revoltijo de sensaciones cruzadas atravesándole el estómago, reaccionó desmedido y gritó.

—¿¡QUÉ PASÓ!? ¿¡QUÉ PASÓ!?

—Nada, calmate loco.  Es que termino de jugar un fútbol 5 y estoy que me muero.  Mirá, hoy antes de dejar la facu, por la tarde me crucé con el Dr. Suárez Belloco.

—Ah, sí —Avilar respiró aliviado.  Suspiró muy hondo para calmarse—. Contame Guille.

—Me contó que le dejaste unos dibujos en la facu.  Como no pudo comunicarse con vos, me pidió el favor de que te diera este mensaje.  Mañana, por la tarde, quiere que lo vayas a ver al museo.

—¿Al etnográfico?

—Sí, ahí.  Dice que vayas a eso de las cinco de la tarde y busques a un tal doctor Márquez, que es el encargado del área de arqueología.  Él va estar también en el museo a esa hora.

—Bien, monstro.  Gracias por el aviso.  ¿Algo más?

—No, Afa, no... Sí.  Esperá... —Ariel escuchó otras voces detrás de la conversación de su amigo—. Ché Ariel, ¿vamos a salir esta noche?

—¿Salir esta noche? —repitió Avilar, casi casi en forma intencional.  Miró a Natalia como para saber qué contestar.  Ella simplemente abrió las manos como diciendo decidís vos—. No, esta noche no.  Chau, Guille, y gracias otra vez.

 “¿Lo hacemos?” seguía haciendo eco en la cabeza de Ariel.  No haría falta que Natalia repitiese la pregunta.

—Si, Nati. Lo hacemos.

Un grito muy agudo de alegría brotó de ella, que sorprendió al mozo y hasta a la solitaria lectora que, del otro lado del bar, interrumpió su lectura para mirar a Natalia por encima de su libro.

—¡Hiupi, hiupi! —y lo abrazó con toda su fuerza durante un inmenso lapso de tiempo, según la estimación de Avilar. 

Un lapso de tiempo suficiente para repasar en su cabeza todo lo que sucedía.  No sabía bien dónde se estaba metiendo, pero fue quizás el deseo de vivir una aventura el motor que lo empujaba.  Muchas cosas no encajaban en su lógica.  Una historieta lo tentaba, lo comenzaba a llevar de las narices.  Una historia supuestamente escrita por Robin Wood.  ¿Por qué el escritor paraguayo había revocado la decisión de publicarla?   No le parecía tener lógica, pero Avilar dejó de lado toda sensatez para dar rienda suelta a sus sentimientos y deseos.  Abrazó con más fuerza a Natalia.

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