
Capítulo 3
Cosas de mujeres
—Él es Akis, es el mayor.
Akis se inclinó bajando la cabeza para saludarlo.
—Él es Manos.
—Niños encantadores.
—Él es Stylos… y ellos son los mellizos: Kassos y Dionysos. Él es Argyris… y él es Artemios.
—Es un placer conocerlos. Tienes una hermosa familia, Cosmo, con siete hombres hermosos.
—Te equivocas, Giannis —Cosmo comenzó a mirar hacia todos lados—. ¡Selena! ¿¡Por dónde andas ahora, Selena!? ¡Te ordeno que vengas aquí ahora mismo!
En un instante una niña de seis años, cabellos rizados revoloteando sobre su cabeza, descendía del monte corriendo, saltando sobre rocas, apoyando sus manos en alguna piedra para dar un giro y caer más abajo en un sendero inexistente.
Dionysos se tapó los ojos. “Se va a matar” dijo con miedo. Su mellizo Kassos lo codeó.
—No digas pavadas. Selena es una acróbata, ni un rasguño va a sufrir.
La niña llegó junto al padre. Cosmo la miró con ceño adusto. Selena le devolvió la mirada, pero le sonrió. Como un metal que se ablanda al fuego, ese simple gesto aflojó el enfado de su padre y le guiñó un ojo.
—Selena, saluda a Giannis.
Ella levantó la mirada mirando a los ojos del amigo de su padre. La sonrisa de la niña se disolvió. Muy seria, saludó con sola una palabra y sin gesto alguno, casi con desagrado.
—Hola.
Giannis, tratando de ablandar ese momento, puso su mejor cara de ternura. Todos se dieron cuenta que al señor Giannis no le era nada fácil expresar ternura, sin embargo lo intentó. Se acercó a Selena y le puso su mano en la cabeza.
—Hola preciosa Selena. Qué hermoso pelo negro tienes. Es un gusto conocerte.
Ella bajó la mirada y se quedó mirando el piso.
Algo dijo Cosmo, agarró a Giannis del brazo y hablando de temas náuticos se alejaron del lugar. Los hermanos varones volvieron a sus tareas. Algunos trabajando en el astillero. Los más pequeños regresaron a su casa para continuar sus juegos. Selena fue la última en dejar el sitio. Esperó a que su hermano Kassos se apartara varios metros para luego seguirlo en silencio.
Kassos llegó al astillero, pasando al lado de sus hermanos y otros hombres que trabajaban entre miles de maderas, astillas, remos, sogas. Nadie vio a Selena persiguiendo a su hermano un rato después.
Ella se detuvo en lo que sería el frente de un galpón. No era de gran tamaño, pero era lo suficientemente apto para construir un velero. Sentada sobre una pequeña banqueta observó a Kassos que apilaba maderos, luego sogas, clavos y extrañas herramientas que Selena no identificaba. Su hermano no se percató de su presencia y en silencio adhería un madero con otro, pasaba resina con un pincel, y lijaba algunas desprolijidades. Dentro del taller se respiraba madera, otros olores fuertes que fascinaban a la niña. Todo lo que se escuchaba allí dentro eran golpes de martillos, el frotar de lijas y el ronquido de los serruchos.
Durante largo rato Selena lo vió construir esa nave con admiración. El ruido del martillero era incesante, pero ella esperó una pausa para decirle:
—Va a ser un barco hermoso.
Kassos se dio vuelta, sorprendido como gato que es descubierto a punto de cazar un gorrión.
—¡Selena! ¿Qué haces? ¡No deberías estar en este lugar! —respondió con enojo.
—¿Por qué no?
—Porque… porque… —se rascó la cabeza— porque no es lugar para las niñas. ¿No sabes que las niñas no deben venir a los talleres?
—¿Quién lo dijo?
—Eh… bueno… ¡Nadie lo tiene que decir! —respondió Kassos aún más enojado—. ¿No te enseñaron las reglas que tenemos que cumplir?
Selena miró a su hermano entrecerrando los ojos.
—¿En la escuela te enseñan esas cosas?
—Pero… ¡¡Selena!! ¡No me respondas con preguntas!
Su hermana bajó la cabeza y trató de disculparse, pero sentía que no lo había ofendido en absoluto.
—Está bien, no te enojes… Trataré de no hacerlo… —dijo con dificultad—. Es que yo quiero aprender.
Kassos dejó el martillo sobre una mesa y se sentó sobre un tablón muy cerca de su hermana.
—Selena… hermanita mía… ¿Qué quieres aprender?
—Quiero hacer barquitos —respondió su hermana mientras le señalaba el velero que Kassos estaba haciendo.
—¿Lo dices en serio?
—Yo no miento.
Su hermano se armó de paciencia.
—Hay cosas que debes aprender en la vida, pequeña. Algunas te las enseñan en la escuela, otras te las enseña papá, otras mamá. Muchas las aprenderás mirando a los demás. ¿Alguna vez viste a una niña, o alguna mujer, trabajando en un astillero o en el puerto? ¿Has visto alguna vez a una capitana de un barco? ¿Alguna marinera? No, nunca las has visto. Ni las verás porque son cosas que hacemos los hombres. Las niñas y las mujeres no están hechas para esto. Nosotros somos los que tenemos la fuerza que se necesita para hacer los trabajos pesados. Somos los hombres los que debemos salir de casa para hacer cosas. Todo lo que ves aquí en los talleres, las casas que ves en el pueblo, los caminos, los puertos, las carretas, todo está hecho por los hombres. Y somos nosotros los que tenemos que pelear con espadas para defender nuestro hogar. Todas estas cosas no se hacen dentro de las casas. Se hacen afuera. Si hay que conseguir alimentos, salimos de caza, o salimos a pescar. ¿Entiendes?
Selena lo miró pero no respondió nada. Kassos continuó.
—Las casas no se limpian solas. Las comidas no se cocinan solas. La ropa no se lava sola. Todas esas cosas que se hacen en las casas las deben hacer ustedes, las mujeres. Tienes que aprender desde ahora a hacer esas cosas. Debes saber poner una mesa, hacer una cama, tender la ropa al sol... Son muchas actividades y son muy necesarias. Por eso tu lugar es estar con mamá ayudándola y aprendiendo.
—Yo la ayudo…
—No si vienes aquí.
—¡Es que yo quiero hacer lo que tú y todos mis hermanos hacen! Yo quiero hacer barquitos y navegar…
Kassos se puso de pié.
—¡Te dije que no! Tu deber es estar con mamá y hacer las cosas de mujeres.
Selena bajó la cabeza y se enfureció. Tuvo ganas de llorar pero logró contenerse. Se puso de pié y de un patadón tiró al piso la banqueta en la que estuvo sentada. Se marchó sin decir palabra.
Su hermano la vio irse. “Eres terrible, hermanita…” pensó. Fue hasta la mesada, agarró el martillo y continuó con su trabajo. “¿Sabes algo Selena? Me encantaría enseñarte hacer barquitos, claro que sí”. El golpe que dio fue tan fuerte que el clavo no necesitó de un segundo martillazo.
Al anochecer la familia de Cosmo estaba sentada a la mesa para la última comida del día. Selena ayudó a su madre a servir la comida en los platos. Cuando le dio la cena a Kassos, él la miró con una amplia sonrisa. Ella hizo un gesto como diciendo “¿Ves que puedo hacer cosas de mujeres?”
Los diez comenzaron a cenar pero en silencio. Cosmo, el padre, estaba enojado. No esperó mucho tiempo para exteriorizar su enfado. Apoyó lentamente el cubierto sobre el plato y miró directamente a Selena.
—¡Hoy me has hecho enojar, niña! Debes saludar siempre con una sonrisa a mis amigos. Me has hecho quedar mal. Merecías un cachetazo. No permitiré que lo repitas. ¿Has entendido?
Selena se puso pálida, dejó caer la cuchara sobre la comida. Su padre se enfureció aún más.
—¡¡Selena!! Mírame cuando te hablo y responde. ¿Has entendido?
Con miedo y mucho esfuerzo, ella levantó la cabeza para enfrentar la mirada de Cosmo.
—Sí, padre… no lo volveré a hacer.
Dyna intentó calmar la situación.
—Por favor Cosmo, cálmate. ¿Qué ha hecho Selena?
—Ha saludado muy mal a Giannis esta mañana.
La madre se dirigió a su hija.
—¿Por qué, Selena?
La niña tenía la mirada borrosa por la humedad en sus ojos, repletos de lágrimas.
—Es que… cuando ese señor me tocó… sentí algo muy feo…—Luego se levantó y ante la sorpresa de todos, le dijo a Cosmo: —Ten cuidado de ese señor.
Inmediatamente partió rumbo a su habitación. Dyna calmó a su esposo para que no estallara de furia. Se levantó de la mesa y fue tras su hija.
Selena se había encerrado en la habitación. Se quedó sentada en su cama mirando por la ventana. Con el dorso de su mano secó sus ojos pero no lloró. Es más, era una niña de llanto difícil. Sus hermanos no recordaban verla llorar y a su madre le bastaba los dedos de una mano para contar las veces que Selena derramó lágrimas.
Dyna recordaría por siempre la primera vez que lloró. Fue cuando le dijo que su verdadera madre había muerto.
La niña apenas cumplidos los cuatro años de edad escuchó una conversación en el patio entre vecinos del pueblo que hablaban sin saber que Selena los escuchaba. Comentaron sobre cómo Dyna se hizo cargo de la niña apenas fallecida su madre. No la nombraban con su nombre, simplemente la nombraban como “la huérfana”. Selena supo que hablaban de ella e inmediatamente fue con su madre. Dyna no pudo ocultarlo. Tarde o temprano debía saber su origen. Se lo dijo con voz muy calma. Selena no reaccionó. Se levantó y caminó hacia el mar. Mientras miraba el suave movimiento del agua, se puso a llorar. Dyna la observaba desde una distancia, pero respetó su decisión de estar sola. Esa noche, Dyna y Selena se abrazaron durante horas.
Dyna abrió la puerta de la habitación. Vio a su hija sentada en su cama mirando por la ventana. Se sentó junto a ella en la cama. La abrazó. Selena se dejó abrazar.
—¿Qué viste?
No hicieron falta más palabras para formular la pregunta. Dyna supo que, esa mañana, su hija había tenido una visión al ser tocada por Giannis. Selena respondió lentamente:
—Vi algo muy oscuro.
No hicieron falta más palabras para responder.
Entre ellas había una comunicación silenciosa. Podían entenderse sólo con mirarse. Dyna era consciente que la hija de su amiga Zoe había heredado el poder de su madre: una empatía potenciada, pero aún más desarrollada. Con sólo tener contacto físico con otra persona, Selena veía cosas sobre su vida y conocía su verdad. Su madre apoyó la mano sobre la cabecita de su niña y le deseó paz y serenidad, sin decir palabra. Selena asimiló el mensaje y se durmió.
En la mañana siguiente, Selena se levantó como todos los días, sonriente y despreocupada. La mayoría de sus hermanos ya estaban trabajando. Ella fue entre caminando y corriendo hasta el taller de Kassos. Al llegar, se sentó sobre la misma banqueta que se había sentado el día anterior. Kassos esta vez la vio entrar.
—¿Qué haces aquí? No recuerdo haberte invitado
—Buen día hermano.
—¿Puedo saber qué te ha sucedido ayer? Realmente nos has sorprendido a todos. A veces tienes actitudes extrañas. Un consejo: mejor cuida tus palabras. Y algo más: si sientes algo malo, te doy otro consejo y más vale que lo cumplas —Kassos se acercó a su hermana señalándole—. ¡Mejor no abras la boca!
Selena bajó la mirada..
—Yo siempre te hago caso…
—Si, si, claro… —su hermano sonrió burlonamente. Dio media vuelta y volvió con su trabajo en las maderas.
—Comencé ayudando a mamá. Ahora hago cosas en la casa.
—Es verdad. Fue muy lindo ver que tu misma me servías la cena…
—Hoy ordené mi ropa…
—Espero que lo sigas haciendo… —respondió Kassos cuando comenzaba a lijar.
Pasaron varios minutos. Él lijando una gran madera y Selena en la banqueta, observándolo. Hasta que…
—Kassos…
Su hermano hizo como que no lo escuchaba… Pero ella volvió a llamarlo.
—Kassos…
Entonces detuvo su trabajo, y de espaldas le respondió.
—Qué quieres ahora.
—Ayer cuando me fui enojada, realmente sentí que tu querías enseñarme hacer barquitos…
Instantáneamente Kassos detuvo lo que estaba haciendo. Dio media vuelta y vio a su hermanita. ¿Cómo se dio cuenta?, pensó.
Selena continuó.
—Ahora que hago cosas de mujeres… ¿me vas a enseñar?
Él la miró a los ojos. Esos ojos negros, tan profundos.
—Claro que sí. Empecemos ahora.
Selena rió feliz.
—¡Esto no es un juego, niña! —Kassos tenía sólo trece años, pero la trataba como si él fuera mucho mayor. —¿Ves ese martillo?
—Si.
—Tómalo.
Pasaron tres meses.
Como todas las noches, la familia esperaba a Cosmo para comer todos juntos. Esa noche esperaron mucho más de lo habitual. Los jóvenes tenían hambre, pero aguardaron a su padre. La puerta de calle se abrió despacio. Era Cosmo que llegaba con una expresión extraña, como si hubiera visto al mismísimo Neptuno salir en su carro de oro entre las olas del mar. Sin saludar a nadie, caminó directo hasta donde estaba sentada Selena. La levantó de la silla, y con sus dos brazos levantó a su hija estrechándola a su pecho con un abrazo fortísimo.
—Selena… hija mía… Debí haberte hecho caso… Perdóname… Giannis me robó.
Todos quedaron con la boca abierta, muy sorprendidos. Salvo Dyna. Ella sabía que su hija siempre había tenido la razón.