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Capítulo 5

Gracias


 

—¡Vamos Selena, sube! —gritó Kassos. Él ya estaba en cubierta. El barco no era de gran tamaño pero lucía una amplia vela. No había una pasarela sino que había que pasar del muelle directamente a la embarcación. Selena podía hacerlo sin ningún inconveniente, ya que con su agilidad podía dar un salto y llegar a cubierta. Pero se detuvo. 

—Vamos, vamos… ¿te pasa algo? —preguntó su hermano.

Selena respiró hondo. 

—Estoy bien… —tendió su brazo—. ¿Me ayudas?. 

Kassos se acercó y, agarrando fuerte su mano, la sostuvo. Selena se sintió segura y logró embarcar. 

Al apoyar ambos pies en cubierta corrió una brisa cálida que hizo revolotear los pelos rizados de la niña. Ella lo sintió como algo mágico, como que esa brisa era un mensaje, o un saludo de alguien que ella no podía ver… pero sí sentir. Se sintió protegida. Miró al cielo, sonrió y dijo “Gracias”. 

—Pues… por nada —respondió su hermano. 

Selena gesticuló con una sonrisa socarrona . El agradecimiento no había sido para él.

Con toda la emoción en su ser, Selena estaba muy atenta a todo. Cuatro remeros impulsaban la embarcación, mientras la enorme vela se hinchaba dando velocidad a la nave. 

Kassos capitaneaba, haciendo fuerza con el timón dirigiendo a la nave mar adentro. Muy pronto se alejaron de la costa. Selena estaba hechizada por lo que pasaba por sus ojos y por todo su cuerpo. 

Todo el mar Egeo frente a ella, ostentando ese azul tan atrapante, tan único. La isla de Kythnos se exhibía entera ante ella, como diciéndole: esta soy yo, de cuerpo entero. Selena la observó de un extremo al otro como leyendo un poema, emocionándose desde el primer al último verso. Sus pedregosas colinas, sus casas blancas, cada barco en los puertos, sus caminos… Trató de ubicar su casa y su terraza, pero… no lo logró. Por primera vez en su vida se dio cuenta que la distancia enseña. Había que alejarse para ver todo con claridad. 

 

Selena estaba realmente feliz. Sus miedos ya no estaban, se habían quedado en tierra. Siguió el vuelo de varias gaviotas que perseguían el barco seguramente esperando comida que alguien lanzara al agua. Seré yo, dijo Selena y fue a buscar un pan que llevaba en su morral. Llegó corriendo hasta la popa, destrozó el panecillo entre su manos y los arrojó al aire. Una de las gaviotas se lanzó en vuelo directo hacia ella y logró atrapar la comida en pleno vuelo. Los otros pedazos cayeron al agua y los pájaros volaron en picada hacia el mar a recoger cada miga. La niña rió mientras una ráfaga fuerte la despeinó completamente. ¡Aguarden, ya les traigo otro! les gritó, sin importarle que eran sus propios panes que había llevado para comer. Decidió dárselos a las gaviotas. 

Tampoco le importó que el viento soplara más fuerte ni que el barco comenzara a moverse. Como un navegante experto en caminar sobre un piso que se mueve constantemente, Selena llegó hasta su morral, sacó otro pan y regresó corriendo entre el vaivén de la cubierta. Como una atleta, que ya lo era, no perdió el equilibrio y se apoyó en la baranda de popa con el pan en sus manos. Las gaviotas la esperaban, con sus gritos inconfundibles, agudos, revoloteando con más y más fuerza para no dejarse llevar por el vendaval. 

Selena abrió los brazos y dejó que el viento esparciera las migajas. Las gaviotas revoloteaban muy cerca suyo. 

 

Repentinamente todo se le dio vuelta. 

 

Oyó el grito desesperado de su hermano y luego sintió su cabeza explotar. Sin cerrar los ojos pudo ver cómo se desplomaba de la cubierta y mientras caía al mar vio que el barco se alejaba. De repente todo desapareció. 

 

Minutos antes, mientras timoneaba la nave, Kassos miraba a su hermana. Ella estaba apoyada en la baranda de estribor y se deleitaba mirando toda la isla. Sin distraerse de su trabajo como capitán no dejaba de observar a Selena corriendo entre los remeros para llegar a su morral y sacar los panecillos. Comenzó a preocuparse cuando, de la nada, un viento fuerte comenzó a soplar. Le gritó a su hermana que se cuidara porque el barco iba a moverse y que abandonara la popa. Pero Selena no se percató del aviso. Pasó corriendo a su lado para seguir alimentando a las aves. En un momento Kassos levantó la vista hacia el mástil. Vio a la vela embolsarse hasta el extremo. Gritó a su tripulación que la arriaran y que aflojen los cabos. El timón vencía la fuerza de Kassos. Un tripulante comenzó a ayudarlo. Fue cuando uno de los cabos se desprendió en la altura. Kassos gritó con todos sus pulmones, alertando a su hermana de lo inevitable. Un latigazo dio de lleno en la cabeza de Selena, que seguía con los brazos extendidos mirando a las gaviotas que se alejaban por el vendaval. El golpe de semejante cuerda la sacudió. El impacto la empujó fuera de cubierta. El cuerpo de Selena pasó por sobre la baranda, girando en el aire, cayendo al mar como un peso muerto. Kassos reaccionó al instante. Dejó el timón en manos del remero y sin dudarlo se zambulló. 

 

Casi en la inconsciencia, Selena abrió los ojos. Supo que estaba sumergida, mirando hacia arriba, hacia la luz del sol que poco a poco iba mermando. No podía moverse. Su cuerpo no reaccionaba. Se dio cuenta que estaba hundiéndose, que no había manera que pudiera llegar a la superficie. Había largado mucho aire en la caída y no quedaba mucho tiempo. Trató de patalear, pero sus piernas no respondieron. En lo sombrío bajo del mar, continuó mirando hacia la muy débil luz del sol mientras su cuerpo descendía lentamente. Su último pensamiento fue hacia sus padres que nunca llegó a conocer, Zoe y Nikolaos: “Ayúdenme…”. En ese momento, entre los reflejos de los últimos rayos de sol, vio una mano que se acercaba. Una mano… un brazo… cada vez más… más cerca…. 

 

—¡¡¡Ahí están!!!! —gritó uno de los remeros. Por la borda lanzaron cuerdas. Dos remeros se zambulleron para recogerlos.

 

Kassos fue el primero en reaccionar. Su instinto lo puso de pie y lo primero que hizo fue estar al lado de Selena, que estaba tendida boca arriba sobre la cubierta. No respiraba. De un manotazo apartó a uno de los hombres. Con sus manos tendió la cabeza de Selena hacia atrás para abrir su boca. Comprobó que aún respiraba con suma dificultad. Kassos colocó ambas manos sobre el pecho de su hermana. Presionó con fuerza varias veces. Luego acercó su boca a la de ella y exhaló todo su aire intentando llenar sus pulmones. Repitió el proceso, pero Selena no reaccionaba. Lo hizo por tercera vez. En el momento de ventilarla su hermana comenzó a toser, expeliendo agua de mar. Kassos continuó sus movimientos y no se detuvo hasta ver a su hermana respirar normalmente. Selena aflojó su cuerpo y mantuvo los ojos cerrados. Los ojos de su hermano estaban húmedos, no por el agua de mar, sino por las lágrimas producto del miedo y la emoción. El viento ya era calmo. Tomó a Selena y la cargó en sus brazos. Uno de los remeros preparó un lugar mullido con velas y trapos. Kassos dejó a Selena en ese hueco. Ella respiraba tranquila y él se quedó mirándola largo tiempo, como un centinela, un custodio velando la salud de la niña. Luego dio la orden de regresar al puerto. 

 

Una vez amarrada la embarcación, Kassos se acercó a Selena que seguía con sus ojos bien cerrados.

—Selena… Selena… vamos, despierta…

En cuclillas, tocó su frente para examinarle la temperatura. 

Ella abrió los ojos. Vio un rostro perfecto, una mirada celeste, cabellera brillante, un ser iluminado. Una imagen de un dios del Olimpo, como le habían contado. Pero enseguida se dio cuenta que no era ningún ser del Olimpo. Era simplemente Kassos.

—¿Qué…? —fue lo único que pudo decir. Detrás de su hermano vio a otros hombres que la observaban. No comprendía nada, no recordaba nada—.  ¿Qué… qué pasa…?

—Ven, levántate despacio, ¿puedes? —su hermano le tendió el brazo. 

Ella se incorporó muy lentamente y se frotó la cabeza, que le dolía bastante. Entonces tocó el chichón, y recordó todo. El golpe, la caída, la oscuridad debajo del mar, y aquella mano que la sostuvo en vida.


 

Esa noche tendida en su cama, luego que un médico la revisara, Selena cerró los párpados. Vió a sus padres, Zoe y Nikolaos que le sonreían. Luego la imagen de Kassos. “Gracias, gracias y gracias” agradeció a cada uno. “Qué lindo saber que me cuidan”. Comenzó a llorar… y se durmió feliz.

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