
Capítulo 16
“Gritos en la terminal”
La rutina de Ariel, cada lunes, consistía en tomar algo en un bar de la terminal de Constitución antes de abordar el tren que lo llevaría a Quilmes. El primer día de la semana era el más extenso y tedioso en cuanto a trabajo y estudio en la facultad. Entre millares de seres, que bien aparentaban contabilizar millones, pudo disfrutar de los diez minutos de paz que le demandaba beber un licuado de banana. Mientras el día se despedía lentamente para dejar paso a la noche, Avilar no pudo disfrutar del libro de Manuel Mujica Láinez. Ese anochecer no lo encontraba dispuesto para interiorizarse de los vericuetos milenarios de un escarabajo de lapislázuli. Su mente seguía obsesionada en la comunicación con Lucho Olivera, cosa que no había podido realizar durante todo el día. El encargado de la barra le entregó el pesado vaso de vidrio, repleto hasta el borde con la blanca y dulce bebida, más el excedente del licuado dentro de la clásica jarra de plástico. Levantó su cabeza mientras bebía con largo sorbo el primer trago y vio que la televisión del bar emitía el noticiero de las veinte.
De repente, la noticia que estaban transmitiendo le detuvo el corazón. Las capitales letras rojas sobre las imágenes emitidas en vivo y en directo anunciaban “INCENDIO EN BARRIO NORTE”. Las alarmantes escenas mostraban el espeso humo que salía de un departamento, mientras dos dotaciones de bomberos combatían el fuego con la fuerza del agua de sus mangueras. El volumen del televisor estaba bajo, impidiendo a Ariel escuchar con atención al reportero. Cuando la cámara alejó el zoom y mostró el plano del edificio, un estremecimiento de terror recorrió su cuerpo.
El departamento que se estaba incendiando era, sin lugar a dudas, el perteneciente a Lucho Olivera.
—¡Subí el volumen! —gritó Avilar al encargado.
—Bueno, Ariel, no te me pongas nervioso.
El dueño del bar fue al otro extremo de la barra y con el control remoto subió el volumen. Ariel Felipe corrió, parándose enfrente del televisor.
El cronista relataba la situación, micrófono en mano, mirando a la cámara.
—... donde parece ser que el incendio ya está siendo controlado por los bomberos. Los habitantes del edificio fueron evacuados, pero no se sabe si en el segundo piso habría quedado alguien atrapado. Según me informó el Comisario Bermúdez, del escalafón de Bomberos, no hay víctimas que lamentar, aunque, repito, aparentemente no habría nadie en el departamento A del segundo piso, donde se originó el fuego. Esto se confirmaría en los próximos minutos.
Cada músculo de Ariel temblaba y se sentó en la silla más próxima al televisor. El barman lo miró extrañado.
—¿Conocés a alguien que viva ahí, Ariel?
—S-si... Creo que sí...
El calvo encargado, llamado Raúl, se rascó la cabeza.
—La puta, che...
La televisión seguía emitiendo sin cortes publicitarios el siniestro, donde en el medio del caos se escuchaban las aterradoras sirenas y el griterío de la policía. El reportero seguía hablando, casi gritando.
—Nos estamos… acercando al comisario Bermúdez… ¿¡Comisario!? Por favor… —-continuaba hablando entrecortado mientras se acercaba al oficial— ¿Encontraron alguna víctima en el segundo piso?
—Negativo. El informe de mis hombres es que no había nadie. El fuego ha sido controlado y queda un solo foco en una de las habitaciones.
—¿Fue intencional?
—No estoy en condiciones de responder a esa pregunta —el comisario Bermúdez continuaba hablando mientras caminaba—. Luego de las verificaciones de los peritos podrán tener la información. Ahora, por favor, salgan del paso que debo seguir mi tarea.
Ariel suspiró aliviado, pero aún no podía controlar sus nervios. El periodista volvió a mirar a la cámara.
—Como habrán escuchado, no hay víctimas. El fuego, que comenzara poco después de las 18, fue prontamente neutralizado por los bomberos de la Policía Federal. Santo, María Laura, sigan ustedes en estudios centrales mientras yo procuraré localizar algún habitante de este edificio de calle Austria.
—¡Raúl! —gritó Ariel al encargado— ¡Poné Crónica!
Cuando el cambio de canal se produjo, la inconfundible pantalla de Crónica TV, de letra blancas sobre fondo rojo y con la típica marcha militar, titulaba “INCENDIO: FUE INTENCIONAL”.
—Estos tipos siempre tienen la justa —acotó Raúl.
Apareció la imagen de una mujer entrada en años, conservando aún los rasgos de haber ostentado una fina belleza en su juventud y la elegancia otorgada desde la buena cuna. Relataba al cronista con mucha calma a pesar de la horrenda experiencia que estaba viviendo.
—Mire, joven, yo vivo aquí desde hace mucho tiempo, en el piso de arriba, y doy gracias a Dios que el fuego no lo haya alcanzado, aunque el humo me haya dejado negro todo el apartamento.
—Señora, dice usted haber visto a alguien.
—¡Claro que si! Yo conozco, de vista nomás, al habitante del segundo A. Creo que es un artista. Muy pocas palabras hemos cruzado, pero conozco perfectamente sus ruidos. Esta tarde escuché fuertes golpes en su departamento y sospeché que algo raro pasaba. Me asomé por el pasillo y ví salir del departamento a otra persona. No era el artista. Llamé a la policía de inmediato, justo cuando comenzaba el fuego.
Ariel contemplaba boquiabierto, sin poder creer lo que estaba viendo y escuchando. Luego, corrió hasta el mostrador y tomó su celular.
—Natalia... Natalia... —repetía como poseído mientras marcaba el número de teléfono de la casa de su novia. La línea estaba ocupada.
Raúl, el barman, se le acercó. Conocía a ese joven estudiante desde hacía años.
—Flaco, te veo mal. ¿Te puedo ayudar?
—Sí, gracias —su voz asustada delataba sus nervios—. Fiame el licuado de hoy, yo me voy corriendo a casa.
—No hay problema, flaco. Andá nomás, pero quedate tranquilo.
Ariel agradeció y salió corriendo, buscando desesperadamente un taxi. El encargado, segundos después pero demasiado tarde, salió para gritarle en medio de la muchedumbre.
—¡Ariel! ¡Flaco! ¡Te olvidaste el celular y los libros! ¡Arieeel!
Gritos que Ariel no alcanzó a escuchar.